sábado, 6 de agosto de 2016

Mi apoyo al presidente Peña

En los datos personales de mi página de Facebook, en lo referente a religión, mi respuesta es: “sin intermediarios”.
  Mi relación con la Iglesia es nula desde hace varias décadas. Fui educado en el más estricto catolicismo (mi familia materna es de tan rancio abolengo católico que uno de los hermanos de mi madre, mi tío Javier Michel, fue “soldado de Cristo Rey” durante la guerra cristera). Cursé mis cuatro años iniciales de primaria en un colegio tlalpeño de monjas (para colmo llamado “Hernán Cortés”), donde nos hablaban pestes de Benito Juárez y rezábamos el rosario una vez a la semana, mientras que quinto y sexto grado los hice en un colegio salesiano (“Espíritu de México”), donde se acostumbraban los castigos físicos y asistíamos a misa cada viernes en la enorme capilla del plantel.
  Mi rompimiento con la Iglesia católica sobrevino a mis trece años, cuando entré a una secundaria oficial y empecé a leer Los Supermachos de Rius. Entonces dejé de ir a misa (durante al menos dos años logré que mi mamá no se diera cuenta) y me volví religiosamente socialista y devotamente ateo.
  Hoy continúo sin ser religioso, pero tampoco profeso el ateísmo (el agnosticismo a la Bertrand Russell me va mejor). Sin embargo, la Iglesia y sus ideas híper retrógradas (en las que coincide curiosamente con buena parte de nuestra izquierda populista) me siguen pareciendo escalofriantes, lo mismo que su siniestra doble moral (que también comparte con esa izquierda de tintes morenos).
  Por ello, ante las oligofrénicas declaraciones de la Arquidiócesis de México que encabeza el cardenal Norberto Rivera, en contra del matrimonio igualitario que promovió constitucional y (hay que decirlo) inusualmente el gobierno de Enrique Peña Nieto, no me queda más que refrendar mi anticlericalismo y apoyar (como no lo ha hecho el sector progre nacional, tal cual lo hizo notar el maese Gil Gamés el miércoles pasado) esa iniciativa en todo lo que vale.
  Significativo que ante los embates del clero más furibundo y ultramontano, los izquierdosos (que no izquierdistas) se queden callados. Hipócritones y oportunistas que son.

(Publicado hoy en mi columna "Cámara húngara" de Milenio Diario)

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