domingo, 28 de agosto de 2016

El libro negro de la izquierda mexicana: la otra tragicomedia

La izquierda mexicana tiene una historia singular, propia, que la distingue de la de otras izquierdas en el mundo. En ella se entremezclan la tragedia con la comedia, el drama con el absurdo, la heroicidad con el disparate. Marxista pero nacionalista, leninista pero populista, stalinista pero surrealista, castrista pero mesiánica, nuestra izquierda transitó de la clandestinidad a la plena legalidad, mientras daba toda clase de traspiés y bandazos. Desde el anarquismo de Ricardo Flores Magón hasta el rockstarismo del Subcomandante Marcos y desde el izquierdismo atinadamente oportunista de Vicente Lombardo Toledano hasta la inefabilidad cuasi papal de Andrés Manuel López Obrador, ahí está la truculenta trama de nuestra peculiar gauche y sus peripatéticos personajes principales, trama que ha servido al escritor Julio Patán para desarrollar El libro negro de la izquierda mexicana (Temas de Hoy/Planeta, 2012), un texto necesario (a la vez que ameno y divertido) para comprender los más recientes cinco lustros de ese oscuro pero a la vez pintoresco sector de la política nacional.
  Con el autor es la siguiente entrevista.

Más que un ensayo, me parece que tu libro tiene un aliento narrativo y que es incluso una especie de crónica novelada.
Fíjate que lo viste muy bien. Lo que quise hacer fue una historia de la izquierda mexicana, de 1988 para acá, pero no con un tono académico sino con un sentido narrativo. No sólo creo que es un tema sobre el que hay que reflexionar, sino un cuento que nos conviene escuchar. La crónica nos permite entender de otra manera ciertos temas. El lector no sólo necesita una reflexión sobre la izquierda, sino oír la historia de la izquierda.

Una historia que es como la saga de una famiglia, con un cierto tufo mafioso.
Absolutamente. No soy muy avezado en política internacional, pero en España, en Francia, también pasa un poco eso. Hay familias políticas. Se incorporan, se escapan elementos, pero no dejan de ser núcleos más o menos compactos. En la izquierda mexicana pasa lo mismo. Esto tiene mucho que ver con que varios de sus fundadores vivieron una cuota importante de clandestinidad. Pero en alguna proporción, la nueva izquierda mexicana también tuvo padrinos. Por ejemplo, algunos veteranos del 68. Muchos de los más brillantes huyeron despavoridos, por razones que me parecen obvias, caso de Luis González de Alba. Pero sí, hay un sentido casi comunitario y tú podrías identificar a las ramas familiares actuales, entre ellas los residuos del priismo que la han ido absorbiendo. La gente que llegó del 68 al 88 tenía otro nivel moral y fueron las facciones más progresistas y mesuradas de la izquierda mexicana. Curiosamente, la recalcitrancia viene del viejo priismo, caso de López Obrador. En efecto, hay un momento en que estamos ante una especie de obra shakesperiana Región 4. La familia que se apuñala y se traiciona, pero se apoya y se recicla; que suma elementos y luego los expulsa, que pacta y despacta. Una obra shakesperiana. La comedia política.

Tus antecedentes personales son los de un hombre de izquierda, ¿la tuya es una revisión crítica de la izquierda desde la izquierda?
Quiero pensar que sí. No sé si me considero a estas alturas “un hombre de izquierda”. No sé si alguien puede considerarse tal cosa. Lo que sí creo, sostengo y defiendo es que la agenda de la izquierda de centro, de la izquierda socialdemócrata, de la izquierda mesurada, democrática, es más que aplicable a este país en este momento. Creo que esta izquierda mesurada merecía una oportunidad de gobernar al país. Hay gente que puede representarla, como Marcelo Ebrard. No vamos a deificarlo aquí, pero era un candidato muy razonable y se hubiera granjeado muchas simpatías de votantes indecisos. Irónicamente, una de las muchas cosas que le debemos a Andrés Manuel López Obrador es no tener esa opción de izquierda moderada. Tú lo ves en el debate con los otros candidatos y pareciera que el candidato de la derecha dura es él, cosa que sus seguidores firmes y ya no tan firmes no alcanzan a ver. Me escandaliza su reticencia a apoyar la despenalización del aborto y los matrimonios entre personas del mismo sexo. Con los derechos humanos y las garantías individuales no se hacen plebiscitos. Me parece escandaloso. Creo, sin embargo, que la izquierda debe gobernar a este país. Otra izquierda. Una izquierda más de a deveritas.

En el libro hay una especie de columna vertebral que conforman Cuauhtémoc Cárdenas, el sup Marcos y López Obrador. ¿Me puedes hablar de cada uno de ellos? Empecemos por Cárdenas.
Las ideas sobre la economía que puede tener Cuauhtémoc Cárdenas me parecen inquietantemente antiguas. Esas ideas estatistas, un tanto derivadas del echeverrismo, de grandes paraestatales, de grandes proyectos nacionales, han resultado comprobadamente fallidas. Quizás ahí se agotan mis críticas de fondo a Cárdenas. Creo en cambio que es un hombre de una absoluta decencia política, un demócrata que está muy razonablemente libre de tendencias autoritarias, un hombre articulado y culto. No sé si hubiera sido un buen presidente, pero creo que fue un extraordinario integrador de la oposición. De verdad tenemos una memoria muy corta y no reconocemos en la medida necesaria lo importante que fue Cuauhtémoc Cárdenas para aglutinar a la izquierda en un proyecto institucional de una importancia extraordinaria para el país. Es una voz, todavía, que de pronto se alza y pone un poco de mesura en los ánimos. Se trata de una figura muy rescatable desde muchos puntos de vista.

¿El subcomandante Marcos?
Marcos es como la síntesis de todos los vicios ideológicos de la izquierda. Creo que muestra los atavismos que teníamos en el año 94 y que todavía tenemos. Me parece escalofriante que una figura tan obviamente displicente en su trato con la propia comandancia indígena, con ese estilo de hablar sobrado, prepotente, de criollo ilustrado (en el peor sentido), con una retórica todavía tan guevarista, tan leninista, que en algunos momentos además adoptó un discurso casi racista, se haya convertido en un emblema de progresismo, de democratización u oxigenación de las viejas izquierdas. Su intento de reventar el proceso electoral de 2006 fue patético. Andrés Manuel López Obrador le ganó completamente el mercado de la izquierda, pero deberíamos regresar a él y estudiarlo más a fondo, con filo crítico, para entender también lo que ha pasado con una buena parte de nuestras izquierdas. ¿Cómo podemos seguir conservando ese tipo de fe? A mí me parece inconcebible.

¿… y López Obrador?
El de Andrés Manuel me parece otro caso profundamente paradójico. No veo un matiz de progresismo en López Obrador. Es un hombre conservador, un hombre que deja filtrar su cuerpo de ideas religiosas a su cuerpo de ideas políticas. ¿Cómo que un movimiento de regeneración nacional? A mí no me regeneres, a mí gobiérname. Si los votantes lo deciden así, gestiona bien, controla a tus subalternos corruptos, haz tu chamba, pero no me regeneres. No es función de un presidente regenerar moralmente a nadie. El comentario fue dicho en el debate, con un 97 por ciento de cobertura nacional, y a nadie le pareció escandaloso. Yo lo veo, cada vez más, como un hombre de derecha dura y recalcitrante, ultraconservador, montado en una plataforma populista de izquierda. Me sorprende que mucha gente no lo vea de ese modo. Su gran bandera es esa integridad que presume y yo en efecto creo que él no es un hombre corrupto, no creo que ese sea su problema. El problema es que la visión providencial del liderazgo suele acarrear corrupción en el entorno, porque cuando tú estás luchando por El Bien, como parece que lo está haciendo él, los pequeños males parecen muy justificables. Ponce, Bejarano, Juanito… Está bien, son cosas “muy menores”. Pero si empiezas a sumar, son muchas y él no se desmarcó de ellas.

¿Cómo ves a los seguidores de AMLO, sobre todo a los más recalcitrantes?
Hay un núcleo duro de seguidores de Obrador que representa a la parte más autoritaria del electorado mexicano. El seguidor duro de Acción Nacional y del PRI en general no tiene ese grado de arrebato revolucionario y de fe. Me parecería una base mínima de acuerdo entre todos los ciudadanos rechazar la descalificación, el insulto, la sátira grotesca a la que se ve sometido cualquiera que disienta tantito en las redes sociales. Es escalofriante. Me resulta terrible que López Obrador y el resto de la dirigencia no hayan salido al paso de esto. No es irrelevante que se calumnie a la gente, que se le insulte, que se le rebaje de ese modo. Creo que muchos hubiéramos agradecido que los dirigentes del Movimiento Progresista ratificaran su vocación democrática y salieran a defendernos a quienes no estamos de acuerdo con sus propios feligreses. Lejos de ello, se les ha incendiado con esta retórica del todo o nada, de la virtud o el pecado, del estás conmigo o estás contra mí, como si no hubiera tonos de gris en la sociedad mexicana. Me parece un retrato de lo peor de nuestra izquierda. Sé que hay cientos de miles y quizá millones de ciudadanos en México que simpatizan con López Obrador y son personas decentes, razonables y tolerantes, pero la militancia dura del obradorismo es una militancia lamentable, hay que decirlo con todas sus letras.

¿Existe alguna esperanza de que lleguemos a tener una izquierda moderada, democrática, moderna, insertada en el mundo en que vivimos?
Yo creo que el experimento de la izquierda que ha gobernado a la Ciudad de México ha sido bastante feliz. Cuauhtémoc Cárdenas sobrevivió muy dignamente en los dos años que estuvo como Jefe de gobierno. Rosario Robles lo hizo muy bien también, tuvo una agenda política muy inteligente, fue una operadora bastante eficaz, hasta que vino la colección de escándalos que conocemos. Marcelo Ebrard lo hizo más que razonablemente bien. A pesar de todo, esta es una ciudad habitable, una ciudad que ebulle culturalmente. El actual es un gobierno tolerante. Sabe gobernar para la pluralidad de ideas que habitan esta ciudad y ha traído muchos sanos ingredientes de las izquierdas modernas que encuentras en Europa, incluso en los Estados Unidos o en ciertas partes de Sudamérica como Chile y Brasil. Me parece que ahí está el embrión de una izquierda mucho más viable. A Mancera lo veo bien. Todo tiene qué ver con que Ebrard logre desmarcarse de las posiciones propias del obradorismo duro en el momento en que sea necesario y ese momento va a llegar pronto. Ebrard es el obvio sucesor de López Obrador en la organización de la izquierda y aunque hay facciones que son detractoras profundas de sus políticas, tiene capacidad para hacerlo. Tengo la impresión de que junto a esas facciones recalcitrantes y violentas de las que hablamos hace un momento hay muchos ciudadanos que entienden que hace falta otro tipo de izquierda y que tienen ganas de votar por ella. Esa es la lucecita de esperanza que tiene el progresismo en México. Aunque igual sigo siendo un optimista después de tantos años.

(Entrevista que realicé en 2012 y que fue publicada en la revista Milenio Semanal)

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