jueves, 30 de abril de 2015

Presentador (dos amigas)

A seis días de que se presente mi libro, me tocó ser presentador de otro: el volumen de cuentos Instrucciones para jugarse la vida con Satanás de Arturo J. Flores. Había sido un buen mediodía, con la visita de la mujer que en estos momentos más me mueve el tapete y quien además me trajo un mezcal que degustamos placenteramente. No me pudo acompañar a la presentación del libro de Arturo, pero poseído por su espíritu mexica-mezcalero me lancé a la calle de Colima, en la colonia Roma, para arribar puntual, a las siete de la noche -llegué antes que el autor y el otro presentador-, al local de la marca de zapatos Dr. Martens, donde se llevó a cabo el "evento".
  Estuvo muy bien, bastante divertido. Hubo unas treinta personas como público. Ivan Farías y yo hablamos del libro (creo que no estuve tan mal) y cerró Arturo.
  Me tomé otro mezcal y luego, con mi amiga Leticia, a la que había quedado de ver ahí, me fui a cenar a los Bisquets de Obregón de la propia colonia Roma. Muy agradable cenita con una de mis cuatas más entrañables. De ahí nos fuimos caminando por Álvaro Obregón hasta Insurgentes y luego hacia el sur, por toda la gran avenida hasta llegar al metro Chilpancingo, donde nos despedimos y cada quién torció para su rumbo.
  Fue un día estupendo.

miércoles, 29 de abril de 2015

Reconectado

Luego de ocho días exactos (desde el miércoles 22 no tenía línea telefónica), hoy por fin acudió un técnico de Telmex para reparar el desperfecto que había causado un colega suyo, de Infinitum, cuando vino al edificio para instalar fibra óptica en un apartamento ¡del séptimo piso!
  Lograr que viniera alguien a arreglar el problema fue un viacrucis que me tuvo reportando, todos los días, mi número y recibiendo, todos los días, las mismas promesas vagas de quienes atienden los reportes (eso sí: siempre me ofrecían disculpas). Incluso ayer fui a la oficina de Telmex y un burócrata que trabaja como gerente me despachó con las mismas promesas, aunque con la advertencia de que "tal vez sea hasta el lunes próximo que vayan a su casa, porque se atraviesa el puente". Inaudito. Ah y además me hizo caras porque no supe mi número de reporte.
  Fue casi por azar que se resolvió todo. Molesto por el trato del gerentillo, publiqué en facebook y en Twitter mis quejas contra Teléfonos de México, pero al hacerlo en el tuit, se me ocurrió poner @telmex. Fue la fórmula mágica: en unos minutos me escribieron de Telmex Soluciona (@TELMEXSoluciona) para pedirme mis datos por correo electrónico, incluido mi número de celular. Luego me llamaron, me escucharon y me prometieron que hoy vendría un técnico.
  Un tanto incrédulo estaba yo, pero hoy temprano me llamaron para decirme que ya no tardaba el técnico y, en efecto, vino... y en cinco minutos me arregló la línea. Todo fue tan surrealista...

martes, 28 de abril de 2015

El rockcito sí tiene quién le escriba

Tal vez tomando como modelo los libros publicados hace poco por la revista Marvin, en los que diversos autores escribieron relatos basados en Morrissey o en Blur, la revista Resonancia acaba de publicar un volumen de cuentos intitulado Encore, el cual toma como fuente de inspiración a diversos grupos y solistas del rock que se elabora en México.
  Basados en músicos como La Barranca, Dangerous Rhythm, Café Tacuba, Ely Guerra, Cuca, El Tri, Los Ezquizitos y otros, una veintena de escribidores aporta sus narraciones, mismas que ofrecen una calidad tan desigual como la que existe entre las “bandas” en cuestión (digo, no es lo mismo La Barranca que Fobia o Santa Sabina que los Rebel Cats).
  La edición de Encore es un tanto descuidada (resulta claro que no hubo ya no digamos un corrector de estilo, pero al menos uno de pruebas) y el diseño no ayuda mucho (esa separación de dos espacios entre cada párrafo resulta muy poco atractiva para leer). Tampoco hay un índice o una ficha mínima sobre cada autor. En cuanto al contenido, hay relatos muy buenos, frente a otros bastante pobres.
  Destacan notablemente los cuentos de Armando Vega-Gil, Juan Alberto Vázquez, Rogelio Garza, Juan Carlos Hidalgo, Alejandro González y Arturo J, Flores. Se nota en cada uno de ellos el oficio escritural. En ese sentido, también son recomendables los textos de Raquel Castro y Carlos A. Ramírez.
  Lo que de plano me brincó es que el cuento abridor (“Rockstar”), un relato muy plano y simplón de Joselo Rangel (aunque la anécdota en sí no es mala), haya sido elegido para abrir el libro. Tal vez fue por razones comerciales, pero en él relucen la falta de oficio, la ausencia de estilo, la mala puntuación y horrores como explicar que la palabra “enlamado” tiene que ver con el limo (y no con la lama) o hablar de un tal Keith Richard (así, sin la “s” final). Ello para no mencionar el final, una joya del humorismo involuntario y el egocentrismo chafa al que sólo le faltó añadir la frase “¡Y lo logré!” (léalo usted para que vea a qué me refiero).
  El rockcito ya tiene quiénes le escriban.

(Publicado hoy en mi columna "Gajes del orificio" de la sección ¡hey! de Milenio Diario)

lunes, 27 de abril de 2015

Declaración de finales

Quienes se enojan porque me burlo de los progres, de los chairos, de los mitos izquierdosos, de los héroes de la feligresía políticamente correcta (desde el Che Guevara hasta Hugo Chávez, desde Eduardo Galeano hasta Mario Benedetti, desde Silvio Rodríguez hasta Lila Downs) no se dan cuenta de que en realidad me estoy burlando de mí mismo, de lo que fui hace treinta y tantos años. Porque aunque no se usaban esas palabras, durante largos años yo fui progre, chairo e izquierdoso, así como marxistoide, antiimperialista y prosoviético. Me asiste, pues, el derecho a burlarme de mí y de mis antiguas creencias. ¡Viva Marx (pero Groucho)!

domingo, 26 de abril de 2015

Algo de mi novela en "Final de partida"

Donde Julio Patán​ habla, durante los primeros minutos y con gran generosidad, de "Matar por Ángela" y de este servidor (programa Final de partida, Foro TV, abril 17 de 2015).

http://noticieros.televisa.com/foro-tv-final-de-partida/1504/confiar-pilotos-aviadores/

sábado, 25 de abril de 2015

Vigencia de don Perpetuo

Quienes la leyeron en su momento o en sus múltiples reediciones a lo largo de los años posteriores, deben recordar con agrado la historieta Los Supermachos de Eduardo del Río, Rius, una especie de decano y tótem de los caricaturistas mexicanos actuales (debo confesar que aunque hoy ya no comulgo con la esquemática visión política del gran humorista michoacano, durante buena parte de mi vida fue mi principal ideólogo y lo leía con absoluta devoción, tanto en la referida historieta como en Los Agachados y en sus numerosos libros –Marx para principiantes y La panza es primero eran para mí como una Biblia).
  Pues bien, en Los Supermachos había un personaje torvo, astuto, corrupto y maquiavélico que era el presidente municipal del pueblo de San Garabato y que respondía al nombre de don Perpetuo del Rosal. De botas y sombrero de ala ancha, de eternos lentes oscuros y bigotazo ranchero, miembro fiel del RIP (eran épocas en que la censura no hubiese permitido usar el nombre del PRI), don Perpetuo hacía y deshacía a su antojo, con todo el autoritarismo, el cinismo y el populismo de tantos políticos mexicanos de ayer, hoy y mañana.
  ¿Qué tan vigente sigue siendo don Perpetuo en pleno siglo XXI, qué tan vigente lo sigue siendo en este México tan lleno de trabas, muchas de ellas mentales, que no le permiten dar el gran paso a la modernidad y el desarrollo?
  Basta echar un ojo a nuestros políticos de esta década, para darnos cuenta de que el espíritu del referido alcalde caricaturizado por Rius se encuentra absolutamente presente, con la variante de que ya no sólo representa a los priistas, sino también a perredistas, panistas, morenistas, petistas, verdes y demás fauna polaca. Ahí están las mismas mañas, las mismas tranzas, las mismas mentiras, las mismas promesas sin cumplir, la misma demagogia y hasta el mismo mesianismo iluminado.
  Don Perpetuo del Rosal debería ser considerado héroe y patriarca de los políticos mexicanos y su nombre tendría que estar inscrito, con letras de oro, en el Palacio Legislativo.
  Ya que la nuestra es una política de historieta, honor a quien honor merece.

(Publicado hoy en mi columna "Cámara húngara" de Milenio Diario)

viernes, 24 de abril de 2015

High Llamas / Gideon Gaye (1994)

Claramente influenciados por el Brian Wilson post Pet Sounds, Sean O’Hagan y sus High Llamas grabaron este su segundo y mejor disco. Para muchos son unos imitadores de los Beach Boys. Para otros, este disco es mejor que el de los sonidos de las mascotas. Cada quién puede comprobarlo por sí mismo.

Mejor tema: “Checking In, Checking Out”

jueves, 23 de abril de 2015

Sixto Valencia

Conocí su nombre desde que era yo un niño y leía los ejemplares de Memín Pinguín (al que todos le decíamos Pingüín), la historieta en sepia que publicaba editorial Argumentos y que cada semana compraba mi prima Dora.
  Escrita por Yolanda Vargas Dulché y dibujada por Sixto Valencia, aquella revista formó parte esencial de mi educación sentimental, al lado de Chanoc, Los Supersabios, La Familia Burrón, Tawa y, claro, las historietas ("cuentos", se les llamaba en los años sesenta) de la editorial Novaro. ¿Cómo haber imaginado en ese tiempo que veinte años más tarde sería yo guionista de aquel tipo de publicaciones y que trabajaría directamente con doña Yolanda y me tocaría toparme muchas veces con Sixto, en las oficinas de la editorial Vid, en la colonia Narvarte?
  Recuerdo a Sixto Valencia como un hombre muy serio y poco comunicativo, de muy pocas palabras. En los ochenta era casi inaccesible y en los noventa, ya en la editorial Toukán, me acuerdo de él como un señor de escaso cabello y gran bigote, igualmente serio y hasta un tanto huraño y malhumorado. Nunca hice amistad con él, como sí la hice con otros dibujantes y argumentistas de leyenda, como el gran Ángel Mora (Chanoc) o el ingeniosísimo Daniel Muñoz (El Pantera), entre otros.
  Como sea, Sixto es una leyenda de la historieta mexicana y al enterarme hoy de su fallecimiento, a los 81 años de edad, no puedo más que lamentarlo.
  Memín debe estarlo llorando.

miércoles, 22 de abril de 2015

Duda existencial




























 
Hay días tan bellos como el de hoy en los que, luego de verla, no sabría decir si me estoy enamorando o no de ella.

martes, 21 de abril de 2015

Lila Downs y la artificiosa corrección

Algo me pasa con Lila Downs y me pasa desde la primera vez que la escuché: nada más no le creo. No creo en su autenticidad, no creo en su sinceridad, no creo en su sobrevalorada calidad artística.
  Sé que declarar esto es políticamente incorrectísimo y que de tiempo atrás se le considera como la nueva Gran Señora de la Canción Mexicana (así, con mayúsculas). Sin embargo, yo veo esto más como fruto de una imposición mercadológica de origen seudo progresista que como algo que hunda sus raíces en lo auténticamente mexicano. Es algo así como lo que fue no hace mucho la moda Frida Kahlo: un fenómeno kistch tan hueco como un cascarón vacío.
  En un país que ha dado tantas grandes intérpretes vernáculas, como Lola Beltrán o María de Lourdes (para no hablar de Lucha Reyes), o tantas genuinas voces folclóricas, como Amparo Ochoa o Tehua (para no hablar de Astrid Haddad o de Eugenia León), la repentina irrupción de Lila Downs y su estilo impostado y grandilocuente, superficial y artificioso, me ha resultado siempre una cosa tan indigesta como oportunista.
  Ese modo de usar a la música nacional como mero mexican curious cuasi turístico para consumo primermundista y burgués, esa propuesta tan elaborada y planificada, tan coloreada y chillante como artesanía de Fonarte, me brinca y me incomoda.
  Acabo de escuchar su nuevo disco, Balas y chocolate (Sony Music Latin, 2015), y no hice sino reafirmar mis impresiones sobre ella, con el agravante de que a la impostura musical (ahora con influencias de Juanes y de la Tigresa del Oriente), le ha añadido letras “militantes”, con referencias (but of course) a Ayotzinapa, el pueblo bueno y otros neo lugares comunes que de seguro le atraerán compradores entre su público cautivo.
  Bien producido, bien instrumentado, con invitados como el propio Juanes o Juan Gabriel (sí, el mismísimo Juanga), Balas y chocolate es un champurrado de música folcloroide (Federico Arana dixit) y letras ceceacheras que se venderá muy bien en el mercado progre y hasta en el mercado hipster.
  Si a usted no le molesta que le cambien oro por cuentitas de vidrio, no dude en adquirirlo.

(Publicado hoy en mi columna "Gajes del orificio" de la sección ¡hey! de Milenio Diario)

lunes, 20 de abril de 2015

Mi entrevista para Código DF

Este el podcast de la entrevista que me hicieron en la estación en línea Código cdmx para el programa Código Indie. Creo que está entretenida y divertida. La dejo a su consideración, denle clic aquí:

Entrevista HGM sobre Matar por Ángela.

domingo, 19 de abril de 2015

¿Música para regalar?

Música gratuita. Esas dos palabras podrían constituir, a mediano o largo plazos, una consigna que al ser llevada al terreno de los hechos se convirtiera en una situación aun más subversiva y peligrosa para la gran industria discográfica que la propia piratería. Nada más explosivo para un sistema basado en el lucro, la ganancia y la plusvalía que las mercancías sin precio. ¿Cómo competir desde el mercado con un producto que en lugar de venderse se regala? ¿En la disyuntiva de pagar por algo o recibirlo sin gastar un centavo, cuál consumidor se inclinaría por lo primero? Las reflexiones anteriores surgen luego de saber que en nuestro país hay cuando menos dos músicos –el Sr. González y Alonso Arreola– que han sacado sendos discos (El Grao y Música horizontal) que no se expenden en tienda alguna, sino que se obsequian a la gente que desee tenerlos ya sea material o virtualmente. Esto que a simple vista parecería tan sólo una idea curiosa y un tanto delirante (¿quién en su sano juicio regalaría el fruto de su trabajo y de sus inversiones económicas?), posee un potencial gigantesco y es como un dardo envenenado para una industria, la del disco, que de por sí vive momentos de grave crisis a nivel mundial. La premisa de la cual parten estas dos obras (de gran calidad ambas, por cierto) es que de los músicos que graban para las disqueras, la mayor parte recibe una retribución mínima, ridícula, absurda, humillante, por concepto de regalías. Lo mismo sucede en el caso de las producciones independientes que en realidad no dejan una ganancia importante. En cambio, al regalarse, la propuesta puede ser conocida por muchas más personas, quienes acudirán a los conciertos de estos músicos y con ello los retribuirán de uno y muchos modos. La idea puede generalizarse. Muy posiblemente lo hará. En los próximos meses, en los próximos años, seguramente seremos testigos de cómo muchos grupos y solistas siguen la misma senda, la de la música gratuita. Todos los involucrados ganarán con ello.

(Publicado por mí en la sección editorial "Ojo de Mosca" de la revista La Mosca en la Pared No. 118, agosto de 2007)

sábado, 18 de abril de 2015

Galeano y la izquierda cursi

“Galeano es a la ciencia política (baste recordar Las venas abiertas de América Latina) lo que Benedetti (el escritor, no las pizzas) es a la poesía y Silvio Rodríguez es a la música y los tres son a la izquierda lo que Arjona es a la sensibilidad godinezca”.
  Subí este comentario en broma a mi muro de Facebook y a mi Twitter el día en que fallecieron Eduardo Galeano y Günter Grass. No le cuento cómo me fue porque resulta muy fácil adivinarlo (y si no, basta con que lea hoy esta columna en la versión en internet de Milenio Diario y le eche un ojo a varios de los comentarios de aquí abajito).
  Pero si en mi colaboración de hace ocho días hablaba yo de la irritabilidad de jarrito de Tlaquepaque del sector progre de la población nacional, hoy me puedo referir sin problemas a la cursilería churrigueresca y rococó de esos Compas (así, con mayúscula inicial, como ellos mismos se ponen ahora), quienes volvieron a derramar miel y almíbar al por mayor al lamentar (como yo lamento también) la muerte del escritor uruguayo (del pobre de Günter Grass prácticamente ni se ocuparon).
  Como si en ellos se hubieran juntado a la vez las frases más lugarcomunescas de Atahualpa Yupanqui, Violeta Parra, Alfredo Zitarrosa, los Chalchaleros, Inti Illimani, Carlos Puebla (en sus odas a Fidel Castro), los Guaraguao, José de Molina y, por supuesto, los ya mencionados Silvio y Benedetti (cerezas del siempre empalagoso e indigesto pastel “latinoamericano”), muchos articulistas y usuarios de las redes sociales se dedicaron a deleitarnos con lo mejor de su repertorio de loas, apologías, encomios y lamentos por la muerte de ese ingenioso hacedor de frases citables que fue Galeano. Algunos, en el mejor (o peor) estilo de Hugo Chávez o Nicolás Maduro, volvieron a cantar a “la unión de los pueblos latinoamericanos”, unión que jamás ha existido ya que esos pueblos, a lo largo de más de dos siglos, han sido expertos en odiarse entre sí y en desconfiar los unos de los otros.
  Pero la añeja cursilería izquierdosa, esa sí que permanece incólume, esa sí que sí se ve.
  “¡De pie, cantar, que vamos a triunfar…!”.

(Publicado hoy en mi columna "Cámara húngara" de Milenio Diario)

viernes, 17 de abril de 2015

Cat Stevens / Foreigner (1973)

¿Cat Stevens progresivo? Sí y con una enjundia insospechada. Luego de cuatro discos de pacifismo, mensajes hippies y baladas acústicas, el futuro musulmán quiso emular (se dice) al Thick As a Brick de Jethro Tull. ¿Ambicioso? Sí. ¿Pretensioso? También. Pero a final de cuentas, un trabajo muy disfrutable e interesante.

Mejor tema: “Foreigner Suite”.



jueves, 16 de abril de 2015

Cumbres borrascosas

Nunca es tarde para entrar a una obra clásica. No había leído la gran (y única) novela de Emily Brönte y aunque yo esperaba una obra meramente romántica (que lo es), mi sorpresa vino al toparme con un tratado sobre el amor enfermo, el odio visceral y la vida convertida en un deseo de venganza.
  El fondo de Wuthering Heights es tremendamente oscuro. Los personajes principales (Heathcliff, Catherine, Linton, Earnshaw, Cathy, Joseph y hasta la narradora principal, la señora Dean) viven en un microcosmos lleno de rencores, miedos, revanchismo, malos sentimientos, violencia implícita y explícita, todo en medio de los helados y sombríos ambientes del norte de la Inglaterra de principios del siglo XIX.
  Brönte narra con claridad y devela un mundo gótico y aterrador, aunque lo sobrenatural casi no figura en la historia.
  Me gustó mucho, sin ser la mejor novela decimonónica que haya yo leído. Pero es una gran lectura que deja una extraña sensación y nos lleva a preguntar cómo es que existe gente que toda su vida vive obsesionada por el amor-odio y cómo es que esa pasión enajena de tal manera a las personas que las lleva a anularse a sí mismas y a impedirse la posibilidad de ser felices. Un libro realmente borrascoso.

miércoles, 15 de abril de 2015

Matemáticas amorosas

La primera fémina de quien verdaderamente me enamoré, en mis años de adolescencia, era dos años menor que yo. A la que siguió le llevaba tres. Luego vino la mujer con quien me casaría y con quien viviría cerca de dos décadas y que era nueve años mayor que yo. Después del divorcio, volví a enamorarme, platónicamente, de una joven catorce años más chica (con quien di a luz mi novela Matar por Ángela). Luego vino un grande, apasionado, obsesivo y azotado enamoramiento de siete años con una mujer a quien le llevaba veintitrés (hoy, quizá, mi mejor amiga). Breve relación de tres meses con una chava de quien me diferenciaban veinticinco años y delirante amistad cariñosa que se volvió odiosa con una alacrancita a la que le llevaba treinta. Por último, noviazgo de tres años con una niña treinta y cinco años más joven que yo. Es decir: 2 / 3 / -9 / 14 / 23 / 25 / 30 / 35 (la progresión es casi perfecta y la tendencia clara). Entre la primera y la más reciente hay una diferencia, hoy, de ¡33 años! ¿Qué sigue? ¿Quién sigue? No lo sé, pero qué divertido.

martes, 14 de abril de 2015

Un tipo apellidado Wilson

Para alguien que escribió dos canciones tan fundamentales para la historia del rock pop como “Good Vibrations” y “God Only Knows”, lo que hiciera después ya era lo de menos. La inmortalidad estaba ganada. Pero esas canciones y otras casi tan buenas, aparte de algunos discos tan importantes como el Pet Sounds (1966) de los Beach Boys son apenas una parte de la larguísima carrera de Brian Wilson, quien a los setenta y tres años de edad sigue en plena actividad musical y luego de que en 2012 hiciera un álbum tan bueno como That’s Why God Made the Radio, regresa en este 2015 con otro disco excelente: No Pier Pressure (Capitol/Virgin EMI).
  El talento (algunos dirían el genio) de Wilson para crear grandes melodías y, sobre todo, fantásticas armonías vocales es un sello personal que ha mostrado a lo largo de más de medio siglo y lógicamente esta presente en el nuevo plato. Sin embargo, no es un disco tan wilsoniano como su inmediato predecesor. Esta vez, el también autor de “Do It Again” y “Surfer Girl” experimenta por momentos con sonidos diferentes a los que nos tiene acostumbrados y si bien lo hace con fortuna (en temas como “On the Island”, “Our Special Love” o “Runaway Dancer”), en realidad cuando suena mejor y más en su ambiente es en esas canciones de inconfundible marca Brian Wilson, en las que las combinaciones de voces encajan a la perfección con los líneas melódicas y ello queda muy bien establecido en temas tan buenos como “Tell Me Why”, “Whatever Happened”, “One Kind of Love” (que recuerda de pronto –y no sé si esto sea bueno o sea malo– al rock pop de Peter Frampton o de Stix) y la espléndida “Guess You Had to Be There”, una composición pop que raya en lo excelso.
  Con músicos invitados como el dueto She & Him, Peter Hollens, Kacey Musgraves, Blondie Chaplin y su viejo compañero de lides beachboyanas Al Jardine (con el que interpreta la conmovedora y bellísima “The Right Time”, No Pier Pressure es una obra estupenda y muy disfrutable. No su mejor trabajo, eso es claro, pero sí un álbum digno de figurar entre lo más destacado de la discografía de Wilson.

(Publicado hoy en mi columna "Gajes del orificio" de la sección ¡hey! de Milenio Diario).

lunes, 13 de abril de 2015

Emiliano

Anoche empecé a escribir al fin, después de largo tiempo de tener la idea en la cabeza, la novela sobre mi abuelo Emiliano. No había encontrado el momento y el modo para empezarla, pero en altas horas de la noche me vino la luz y escribí las primeras cuatro o cinco páginas. Me he dado un año para terminarla, tengo que hacerlo así porque quiero tenerla para principios de 2017, cuando se cumplan cien años de la Constitución Mexicana. ¿Que qué tiene eso que ver con la vida de mi abuelo? Todo: don Emiliano Celso García Estrella (y ya lo he contado en otras ocasiones, incluso en este blog) fue uno de los cinco diputados por el estado de Sinaloa en el Congreso Constituyente de Querétaro en 1917.
  Estoy muy entusiasmado (y espero que donde quiera que él se encuentre, lo esté también; además, casi coincidentemente, su cumpleaños fue hace justo una semana, el 6 de abril. Hubiera cumplido 139 años, Será un muy buen regalo para 2016, cuando cumpla 140).

domingo, 12 de abril de 2015

sábado, 11 de abril de 2015

De helicópteros y jarritos de Tlaquepaque

Hubo un tiempo en que los mexicanos lo aguantábamos todo. Por eso Rius bautizó a su primera historieta como Los Supermachos. Antiguo tiempo en que el PRI tenía el control absoluto y en que los políticos podían ser lo corruptos y ostentosos que se les pegara la gana, sin que alguien los molestara ni con el pétalo de un reclamo.
  El sexenio de Miguel Alemán, el sexenio de Luis Echeverría, ¡el sexenio de José López Portillo!, con Arturo El Negro Durazo como mojón en el pastel. “La corrupción somos todos”, se proclamaba a sotto voce, como paráfrasis entre burlona y cinicaza de la frase de campaña del inenarrable Jolopo.
  Old times, bad times en los cuales enfrentar a los gobernantes significaba riesgo real de encierro, tortura, desaparición y muerte. Tiempos de impunidad en los que no existían libertades, prensa opositora, redes sociales o la actual manga ancha para manifestarse. Tiempos y entornos que muchos “rebeldes” contestatarios de ahora no pueden imaginar siquiera.
  Por eso me provoca cierta sonrisa sarcástica la manera como se hace un escándalo alrededor de cosas que si bien resultan ilegales y abusivas, no son ni por asomo cuestiones que pongan al país al borde del precipicio. Como todo este relajo de los helicópteros que lleva días en el centro de la atención mediática (y luego se quejan de las cortinas de humo). De acuerdo: algunos políticos y funcionarios se pasaron de rosca y deben ser sancionados. Vale. Pero no es que de eso dependa la situación nacional.
  Hay tanto jarrito de Tlaquepaque en las redes y en el famoso círculo rojo, tanto espantado con cosas a veces tan baladíes, que los problemas profundos de México se olvidan para centrarse en el vestido de la primera dama o en cualquier otra cuestión intrascendente.
  Por ejemplo, ¿cuántos niños se quedan sin clases en Guerrero, Oaxaca y Chiapas, sin que a nadie –y en especial a sus maestros– le importe? ¿Por qué las fuerzas políticas no se unen y lanzan una verdadera cruzada por la educación que es lo único que algún día nos podrá sacar del agujero en que estamos? Es que eso no vende.
  Yo por eso mejor me espero, al próximo helicoptéro.

(Publicado hoy en mi columna "Cámara húngara" de Milenio Diario).

jueves, 9 de abril de 2015

Sixto Rodríguez: la invención de un mito

Ilustración: Sandoval.
“Es mejor que Bob Dylan”, me dijo un amigo. "Tienes que escucharlo, pero sobre todo tienes que ver Sugar Man, la película en la que se cuenta su historia", concluyó. Muy bien. Escuché su música y vi el documental de marras, dirigido por Malik Bendjelloul, en el que se narra la accidentada saga de este cantautor estadounidense de origen mexicano, contemporáneo de Dylan, ciertamente, quien tuvo un éxito fenomenal en Sudáfrica, durante la guerra contra el apartheid, ya que quienes combatían al régimen racista de ese país tomaron varias de las canciones de aquel hombre, en especial las de su álbum Cold Fact de 1970, para convertirlas en himnos combatientes, en cantos de lucha. Fue de ese modo que Sixto Rodríguez (quien comenzara su carrera con el nombre de Rod Riguez) se convirtió en leyenda para los sudafricanos, mientras que en su propio país, los Estados Unidos, nadie sabía de su existencia.
  La historia es muy bonita y la peli la cuenta de manera conmovedora. Tanto que los espectadores terminan por aceptar que las canciones de Rodríguez eran tan buenas, pero tan buenas, que superaban en calidad musical y poética a las de Mr. Robert Zimmerman. ¿Te cae?
  Seamos objetivos y no nos dejemos llevar por los sentimientos que despierta el documental, con todo y que haya ganado un premio Oscar. Yo sé que lo políticamente correcto sería alabar a Rodríguez y decir que es un genio desconocido y que su descubrimiento ha sido tan importante como el de la penicilina y hasta el del continente americano, pero si nos centramos en las composiciones del buen Sixto, encontramos que están bien hechas, bien estructuradas, con arreglos decentes, que las letras son buenas, pero no hay en ellas, en las canciones, algo extraordinario, algo fuera de serie, algo cercano al genio, como sí lo hay en las de Dylan, en las de Tom Waits o en las de Leonard Cohen, por ejemplo.
  Sé que es odioso comparar, pero pongamos una canción emblemática de Rodríguez, como “Sugar Man”, frente a “Like a Rolling Stone” de Dylan, “Heart of Saturday Night” de Waits o “I’m Your Man” de Cohen. No hay forma de equipararlas. Vamos, el méxico-estadounidense ni siquiera se aproxima a un Donovan, una Joni Mitchell, un Country Joe McDonald, un David Crosby o un Neil Young. Si acaso, estaría a la altura de Don Mclean (el de “American Pie”) o de Neil Diamond.
  La fama de Sixto Rodríguez viene más de su singular historia personal (quién sabe qué tan mitificada) y sobre todo de la película de Bendjelloul. Pero artísticamente, se trata de un músico mediano, aceptable, simpático. Un hombre de azúcar.

(Texto que iba a salir publicado en la revista Mosca No. 10 que ya no vio la luz. Lo rescato con todo y la gran ilustración de mi querido y magnífico Ricardo Sandoval)

miércoles, 8 de abril de 2015

En Milenio (grabación)

Hoy grabé la entrevista sobre Matar por Ángela con Carlos Puig, en los estudios de Milenio Televisión. Llegué a las cinco, pasé a maquillaje (donde saludé a Mariza Iglesias) y casi en seguida grabamos. Creo que salió todo muy bien.
  De ahí me fui a saludar a Roberto López (actual director del canal) y luego subí al sexto piso para saludar a Carlos Marín (muy efusivo), Claudia Amador, Jairo Calixto Albarrán, Vero Maza, Rafael Tonatiuh, Óscar Ocampo, José Luis Martínez, Susana Moscatel y Rafael Ocampo. Con todos pude platicar un ratito.
  Me encanta ir a Milenio: todos me tratan de maravilla y me hacen sentir en casa (digo, soy alguien de casa, como me dijo Puig en la entrevista).
  Estupendo.

martes, 7 de abril de 2015

¿Quién es Mark Ronson?

No sé si fue porque estábamos en plena Semana Santa, pero hasta hace un par de días aún no decidía de qué escribir en esta mi columna musical de los martes en la querida sección ¡hey!, de Milenio Diario. Entonces Alain, mi hijo mayor, DJ de profesión desde hace doce años, me recomendó que escuchara el más reciente disco del músico y productor británico Mark Ronson. El nombre me remitió de inmediato al ya desaparecido y legendario guitarrista Mick Ronson, mano derecha de David Bowie en su etapa glam, y aunque al parecer no existe parentesco entre ambos, me llamó la atención buscarlo para conocer su música.
  No me arrepentí. Con una discografía que data de 2003, cuando grabó el álbum Here Comes the Fuzz, Mark Ronson hace una mezcla de música soul de los años setenta (llamémosle retro soul), pero con elementos de rock y del pop electrónico actual, todo con una producción impecable.
  Ronson compone, programa, arregla y produce. Para las partes vocales, invita a diferentes intérpretes (por sus discos han pasado cantantes y raperos como Mos Def, Sean Paul, Rivers Cuomo o Jack White). Esta fórmula le ha funcionado de maravilla y le vuelve a funcionar en su más reciente trabajo: Uptown Special (RCA, 2015).
  Con notoria influencia de gente como Stevie Wonder (cuya armónica aparece en un par de cortes) y Terence Blanchard y con reminiscencias lo mismo de Donald Fagen y Steely Dan que del funk de The Meters y James Brown, el rap de Public Enemy y hasta el neo soul de Janelle Monáe o el rock pop de Phoenix, las once piezas que conforman este plato resultan una muy grata y variada colección de composiciones, cuyas letras, por cierto, fueron escritas en su mayoría nada menos que por un ganador del premio Pulitzer: el novelista Michael Chabon.
  Esta vez con voces invitadas como, entre otras, las de Bruno Mars, Mystikal, Keyone Starr, Andrew Wyatt y Kevin Parker, además de un formidable grupo de músicos de sesión, Uptown Special es literalmente un discazo que homenajea a la música negra en su versión más rítmica y bailable, un álbum que habría hecho felices a Sly Stone y Michael Jackson.

(Publicado hoy en mi columna "Gajes del orificio" de la sección ¡hey! de Milenio Diario)

lunes, 6 de abril de 2015

Dos presentadores

Ya tengo confirmados a dos de las personas que presentarán mi novela Matar por Ángela a principios de mayo próximo. Aún no puedo revelar sus nombres, pero se trata de dos personajes muy conocidos en los medios y verdaderos pesos completos. Había un tercero, muy amigo mío aunque últimamente se ha distanciado un poco de mí, debido a incompatibilidad de ideas políticas, pero declinó hoy y no estará presente. Debo buscar en poco tiempo al tercer presentador o dejarlo quizás en dos. Lo platicaré con mi editor, Porfirio Romo.
  Respecto, pues, a la fecha, hora y lugar (que ye están), se darán a conocer en unos pocos días, para que todos se enteren y asista la mayor cantidad de gente posible.

domingo, 5 de abril de 2015

¿Demasiado viejo para rocanrolear?

“Too old to rock ‘n’ roll, too young to die”.

Ian Anderson.

Mi situación como músico y como escribidor de música, sobre todo como escribidor de rock, se ha vuelto un tanto paradójica a partir de marzo pasado. La razón es más que nada cronológica: acabo de cumplir sesenta años de edad.
  “¿Y qué carajos hace un sexagenario carcamán como columnista en una revista para jóvenes? ¿Por qué no busca asilo (literalmente) en alguna publicacion para la tercera edad?”, se preguntará, altivo y desafiante, más de un lector veinteañero de Marvin. Trataré de darle respuesta, sin acudir al fácil expediente de citar ridículos lugares comunes tipo “la edad es un estado mental” o “uno es tan joven como se sienta”, etcétera (aunque debo confesar que me encanta aquella frase de Groucho Marx que reza algo así como “uno tiene la edad de las mujeres con las que anda” y que quizás explique mi afortunada situación de estar rodeado de amigas entre los diecinueve y los treinta y tantos… Pero ya me estoy saliendo del tema).
  Mi primer argumento es que tengo la edad exacta del rock, ya que éste surgió justo el año en que nací, en 1955, cuando apareció “Rock Around the Clock” de Bill Haley y sus Cometas. Ese rock cincuentero lo hizo gente nacida en los años treinta del siglo pasado, desde Chuck Berry y Little Richard hasta Buddy Holly y Eddie Cochran (para no mencionar a Elvis). Luego vino la generación dorada que brilló a lo largo de los sesenta, conformada por músicos geniales nacidos en los cuarenta: desde los Beatles, los Rolling Stones, los Kinks y The Who, hasta Frank Zappa, Bob Dylan, David Bowie, Jimi Hendrix y un largo y talentosísimo etcétera. Nací, pues, con la tercera generación del rock: los cincuenteros que brillaron básicamente en los setenta (atento aviso a los lectores, antes de que comiencen a hacerme pedazos: no me estoy comparando con esos músicos, sólo digo que me tocó nacer al mismo tiempo que ellos).
  La pregunta es entonces: ¿somos viejos los nacidos en la década del cincuenta y, en caso de ser así, eso nos inhabilita o desacredita para seguir dentro del rock, ya sea como músicos, periodistas, escritores o, incluso, meros aficionados al género? Dejo en usted, estimado lector, la respuesta.
  Los roqueros de los sesenta, con Pete Townshend (hoy a punto de convertirse en un honorable septuagenario) a la cabeza, proclamaban que mejor sería morir antes de los treinta (“La gente trata de menospreciarnos, / sólo porque vamos a donde queremos. / Las cosas que hacen parecen horriblemente frías. / Espero fallecer antes de hacerme viejo” cantaba The Who en “My Generation”, en 1965). No sé si las actuales generaciones de jóvenes entre los quince y los treinta mantengan la misma actitud. Lo que sí persiste es el desprecio generacional hacia los “viejos” (a quienes suelen desacreditar tan sólo por su edad, a pesar de que compartan el mismo gusto y amor por el rock y todos sus derivados).
  Más que un culto a la juventud, el fenómeno que hoy se da es el del retroceso cronológico del género masculino: los actuales adultos de cuarenta años se comportan como si tuvieran treinta, los treintañeros parecen tener diez años menos y los de veintitantos son como adolescentes imberbes. Lo confirmo a diario, no lo estoy inventando, como confirmo que ese mismo fenómeno no se repite tanto entre las mujeres, quienes se mantienen en sus respectivas edades (una chava de veintiocho es una chava de veintiocho) y a veces son incluso más maduras que eso.
  Así las cosas en las generaciones jóvenes del presente milenio con las cuales tengo mucho trato cotidiano. Mis dos hijos pertenecen a esa juventud milenaria y ambos son diyéis muy creativos y talentosos, aunque todavía me cuesta comprender cómo elaboran su música.
  Millenials es el tema de este número de Marvin. ¿Se dará en este siglo, en este aún joven milenio, un fenómeno como el de los Beatles, por ejemplo? ¿Un nuevo Zappa, un nuevo Bowie? ¿Habrá algo por inventar en la música. Lo conseguirá algún joven actual, alguien que aún no ha nacido? Lo veremos… o lo verán otros.

(Publicado en el número de este mes de la revista Marvin)

sábado, 4 de abril de 2015

Elecciones y futbol

Me parece una soberana marranada. Una jugarreta de los mafiosos y los empoderados, para perjudicar a la mayoría de los mexicanos. Con cuánto cinismo se comportan esas mentes maquiavélicas que un día sí y el otro también sólo están pensando en dañar a las masas más pobres y desprotegidas, aquellas que no tienen acceso a los grandes privilegios que ostentan los poderosos, los oligarcas, los que desde sus posiciones hiperaburguesadas desprecian todo aquello que huela a pueblo, aunque en su demagógica verborrea digan que hablan en nombre de la gente.
  México no se merece esto. Ese día, el 7 de junio próximo, decenas de millones de connacionales sólo tenemos en mente una cosa y no es justo que nos la quieran arrebatar, sobre todo si de lo que se trata es de favorecer a unos cuantos que, por supuesto, saldrán ganando si su obsceno propósito finalmente se lleva a cabo y los muy viles se salen con la suya.
  Nuestro país tiene una larga tradición en ese campo y si bien en el pasado ha habido fraudes y chanchullos al por mayor, aun así es menester que podamos conservar esa indudable conquista popular. Por ende, los verdaderos patriotas debemos unirnos para impedir que esos pocos –poquísimos– que nos quieren privar de nuestro derecho, en aras de enajenar más y más a la población, logren echar a perder lo que sin duda será una fiesta llena de colorido, alegría y nacionalismo del bueno.
  Es muy posible que haber juntado ambos eventos, el mismo día, responda a un plan perverso y premeditado. Estos sátrapas son capaces de todo. Ya me los imagino en pleno cónclave, decidiendo la manera de pegarnos en dónde más nos duele a los verdaderos mexicanos.
  Porque eso es lo que pretenden: perjudicarnos, jodernos, despojarnos de lo poco que para nosotros aún representa patria e identidad.
  Mexicanos y mexicanas, no demos pie a semejante despojo. Si ellos quieren hacer sus elecciones ese día, que las hagan. Pero que no nos priven de ver el encuentro entre México y Brasil. Allá ellos y sus partidos, allá ellos y sus candidatos. Los mexicanos queremos futbol.
  Ego dixit.

(Publicado hoy en mi columna "Cámara húngara" de Milenio Diario)

viernes, 3 de abril de 2015

The Flock / Dinosaur Swamps (1970)

El estilo de The Flock era una fusión de rock, jazz y música culta. Algo tenía también de rock progresivo temprano. Dinosaur Swamps es un trabajo que ha sido opacado injustamente por su disco antecesor, The Flock, pero está a la altura de éste y en ciertos puntos incluso lo supera.

Mejor tema: “Big Bird”



jueves, 2 de abril de 2015

Veo borroso

Estoy nervioso. Mucho. Al caminar, siento como si mis piernas se hubiesen aflojado y pudieran doblarse en cualquier momento. Pero debo mantenerme sereno o fingir que lo estoy. Porque aunque para ellos dos también es su primera vez, se ven muy tranquilos y sus bromas los muestran como dos tipos experimentados y de más edad que la mía. Porque, sí, son mayores. Gerardo me lleva dos años y Víctor es cuando menos seis meses más grande. Sin embargo, en este momento me siento como un bebé, como un niño imberbe e inerme; no sé qué tan listo estoy como para enfrentarme a mi primera vez.
  Mi primera vez, mi primera vez. ¿Cuántas primeras veces he tenido ya y cuántas me faltan por delante en lo mucho que me queda de vida? Porque yo espero vivir bastantes años. Ochenta por lo menos. Ahorita tengo catorce, pero dentro de quince días cumplo quince… y, a decir verdad, no he tenido aún las suficientes primeras veces.
  Bueno, no sé si cuenten como tales la primera bocanada de aire que di al salir del vientre de mi madre o la primera vez que bebí leche de su pecho o mi primer cambio de pañales o mi primer cumpleaños. Esas no son primeras veces que uno elija. A todos les pasan. Tampoco cuenta mi primer día en el jardín de infantes (del cual sólo recuerdo que no lloré como hacían otros niños y niñas a quienes miraba asombrado y sin entenderlos). ¿La primera ocasión en que mi papá me llevó a un partido de futbol? No, él me llevó porque quiso (y la pasé muy bien, a decir verdad). ¿El primer diente que se me cayó? No. ¿Mi primera enchilada con un maldito habanero que me hizo llorar de dolor? Tampoco. ¿Mi primer domingo? Fue estimulante, pero de algún modo era una obligación de mis padres dármelo. ¿Mi primera comunión? ¡No, menos! ¿El primer libro que leí? Vale, ese sí lo elegí yo y podría contar: Las aventuras de Tom Sawyer de Mark Twain. Maravilloso y divertidísimo.
  Ya sé: la primera niña de la que me enamoré. Aunque en este caso no sé si yo quise enamorarme de ella o ella supo emplear sus indiscutibles encantos para hacerme caer como un idiota. Digo caer, literalmente. Fue en el mismo jardín de niños. Elenita se llamaba. Era la chiquilla más bonita de todo el kínder. Al menos eso recuerdo, porque de sus facciones, su cabello, su cuerpecito, no guardo la menor memoria. Sólo sé que se llamaba Elenita y que un día que iba yo corriendo por un pasillo, me metió el pie y me hizo caer en el pavimento. Sé que una rodilla sangró y la otra quedó toda raspada… y que lloré. Como no lo había hecho en el primer día de clases.
  Pero esta primera vez que voy a experimentar dentro de algunos minutos supera a cualquier otra. Porque es algo prohibido. Porque si mis papás se enteraran, me castigarían un año sin salir o me meterían a un internado. Porque transgrede la ley.
  De pronto llegamos.
  –Ahí está el cuartito –dijo Gerardo.
  –Poca madre –completó Víctor.
  Yo me limité a sonreír y me puse más nervioso todavía. Tanto que apreté contra mi pecho la bolsa del súper llena de frituras que cargaba.
  Habíamos cruzado un amplio jardín en la casona de los primos de mi primo. Ah, porque Gerardo es mi primo hermano por el lado de mi papá y sus primos, los de la casona, son primos suyos por el lado de su mamá. Sí me entendieron, ¿verdad?
  –Aquí traigo la llave –dijo Gerardo.
  –Poca madre –completó Víctor, quien no es mi primo y tampoco es primo de mi primo. Es un amigo suyo que siempre anda con él.
  Por afuera, el cuarto se veía muy chiquito e insignificante. Estaba situado hasta el fondo de la propiedad y en algún tiempo se usó para guardar herramientas. Hasta que uno de los primos de mi primo lo adoptó como club para él y sus amigos.
  Por dentro, las cosas cambiaban. Parecía bastante más grande que por afuera y estaba decorado de manera increíble. Carteles de Nirvana, Temple of the Dog, Mother Love Bone, Pearl Jam y otros grupos de la escena grungera cubrían las cuatro paredes, mientras que del techo de lámina acanalada colgaban un par de lámparas con pantallas medio sicodélicas. Me sentí encantado. El piso estaba cubierto por una mullida alfombra y me senté con las piernas cruzadas, al tiempo que miraba cada detalle con fascinación.
  Gerardo cerró la puerta y puso el seguro.
  –Mejor así, no vaya a venir uno de mis tíos y nos cachan.
  –Poca madre.
  Había un aparato de sonido impresionante. Las lámparas daban una media luz que resultaba perfecta. Mis nervios seguían ahí, pero embargados por una emoción deliciosa.
  –¿Trajiste los discos, Vic? –preguntó Gerardo.
  –A huevo –respondió el otro, quien tomó el morral que colgaba de su hombro y sacó cuatro compactos.
  Mi primo los revisó uno a uno.
  –Poca madre –dijo (Gerardo, no Víctor).
  Me los pasó para que yo los viera.
  –Escoge uno, tú eres aquí el experto.
  Los tomé en mis manos y los miré con asombro.
  –Una amiga que fue al Gabacho me los acaba de traer –me comentó el orgulloso dueño de aquellas maravillas.
  In Utero de Nirvana, Vs. de Pearl Jam, Badmotorfinger de Soundgarden, todos compactos recién salidos en aquel 1993. Me sentí bien por haber llevado mi holgada y desfajada camisa de franela de cuadros verdes con líneas negras. Entonces llegué al cuarto disco y lo miré con curiosidad.
  –A éstos no los conozco.
  –¿No conoces a Blur? –exclamó Víctor y me miró como quien mira a un alienígena tuerto.
  –No, ¿quiénes son? –inquirí con un dejo de vergüenza ante mi ignorancia.
  Me lo arrebató casi ofendido y lo acarició con amor.
  –Para mí, la mejor banda del mundo.
  –¿Son de Seattle también?
  –¡No mames! ¡Ya quisieran en esa pinche ciudad lluviosa tener a un grupo como éste!
  –¿Entonces de dónde son?
  –¡Ingleses, de Colchester!
  Yo ni idea tenía de dónde era Colchester, pero no podía quedarme callado.
  –Seguro también es una pinche ciudad lluviosa.
  Mi primo Gerardo no había participado en la discusión, atento como estaba en liar aquel cigarro.
  –Listo. Ya déjense de mamadas y pongan la musiquita.
  Víctor fue hacia el estéreo, sacó cuidadosamente el disco de aquel grupo y me pasó la cubierta.
  Modern Life Is Rubbish era el título del álbum. Me gustó la portada, en la que se veía a una poderosa locomotora a toda velocidad sobre una vía, al tiempo que lanzaba mucho humo. El cielo se veía nublado y verdoso. Tal vez era otra la tonalidad, pero con tan poca luz no podía discernir bien.
  Comenzó a sonar la primera canción. Leí que se llamaba “For Tomorrow”. Sonaba bien. Armonías cortadas. Un ritmo seco. Me hizo pensar en los Kinks. Era diferente, nada que ver con el grunge ciertamente. Complacido, saqué de la bolsa del súper un paquete de Doritos, lo abrí y me comí dos de un bocado.
  –Me gusta –dije sonriente y con la boca llena.
  De pronto, vi que Gerardo encendía un cerillo y lo llevaba a su boca para prender el cigarro. La discusión con Víctor y la novedad del disco de Blur me habían hecho olvidar por un instante la razón de nuestra estancia en aquel cuarto.
  –Entonces tengo que aspirar y tragarme todo el humo, ¿verdad?
  –Exacto, eso es lo que me dijo el cuate que me la vendió.
  Desde mi lugar, vi cómo mi primo aspiraba profundamente. En ese momento, un miedo muy fuerte me invadió y traté de disimularlo. Puse mis ojos en la contraportada del disco. “Advert” se llamaba la segunda pieza. Sonaba simpática.
  –¡Perfecto, carnal! –dijo Víctor al recibir el pitillo con el índice y el pulgar de su mano derecha.
  –¿Todo bien, primo? –me preguntó con calidez Gerardo, a lo que respondí con un leve movimiento afirmativo de cabeza y una sonrisa estúpida.
  Víctor aspiró como un experto, lo cual me hizo sospechar que aquello de que era la primera vez que fumaba marihuana era puro cuento.
  –Vas, manito –me dijo, al tiempo que me ofrecía el informe cigarrito.
  Tragué saliva y estiré la mano. Me di cuenta de que estaba temblando.
  –Tranquilo, no pasa nada. Estás con tus brothers –trató de calmarme el otro.
  Acerqué el porro (como había leído que le decían en una novela española de detectives) a mis labios y traté de succionar. Mi falta de experiencia incluso para fumar tabaco hizo que no jalara nada hacia adentro.
  –Así no, güey –me regañó Víctor con enfado.
  –Hazle como le hice yo –intercedió mi pariente.
  El segundo intento fue más digno y me tragué aquel humo. El sabor que invadió mi garganta me pareció tan amargo como desagradable, pero me contuve y pude evitar incluso un acceso de tos que hubiera resultado la mar de penoso.
  El cigarro dio una vuelta más y yo regresé a mi lugar. Ya habían pasado dos o tres canciones del disco. Me fijé en la que estaba. Su título era “Blue Jeans”. Pensé en David Bowie. Me quedé con el disco en la mano hasta que empezó la siguiente, “Chemical World”. Me sonó muy bien desde el principio. Dejé la cajita de plástico duro, me recargué en la pared y cerré los ojos. No sentía nada, ningún efecto extraño. Me concentré en la melodía. Realmente era bonita.
   –¿Cómo te sientes, primo?  –me preguntó Gerardo.
  –Normal…, ¿y tú?
  –No, pues… Yo ya empiezo a sentir cosas –respondió al tiempo que se reía.
  –¡Poca madre! –complementó el otro.
  Me acerqué al aparato y repetí la canción. Por alguna razón, esa “Chemical World” me había gustado. Creo que ellos ni cuenta se dieron de que volví a ponerla.
  Regresé a mi posición inicial. Pensé que quizá la yerba no me haría efecto. Casi sin darme cuenta, empecé a mover los dedos de mi mano derecha sobre el suelo, como si lo hiciera sobre un teclado. Entonces sentí que en mi mente veía a mis dedos, pero los veía negros y terriblemente flacos. Me di cuenta de que se movían independientemente de mi voluntad, que eran autónomos, y hasta temí que en un momento dado quisieran irse por su lado y abandonarme. La sola idea me dio mucha risa y empecé a carcajearme sin control.
  –¿Qué te pasa, güey? –me dijo Gerardo, atacado por la hilaridad también.
  Abrí los ojos, lo miré y escuché mi voz al contestar, pero como si fuera una voz ajena.
  –No lo sé, cabrón…, pero… veo borroso.
  Los tres entonces nos revolcamos de risa.

(Cuento que escribí para el libro de relatos Blur, amor y paranoia en los 90, editado en marzo de 2014 por la revista Marvin)

miércoles, 1 de abril de 2015

La bendita primavera

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Para los romanos, aprilis, nuestro abril, era el mes en que todo se abría, cuando todo florecía, cuando la vida se desplegaba en su magnífica plenitud. Aprilis: apertura, comienzo, el mes en el cual la primavera se consolida luego de sus diez días en marzo.
  La primavera ha sido motivo, tema emblemático para la creación de música en todos los géneros. Desde “La consagración de la primavera” de Igor Stravinsky hasta “La maldita primavera” que cantaba Yuri, el espectro de composiciones referidas a esa estación resulta amplio y rico. La música culta, el jazz, la canción popular, el rock, etcétera, tienen en sus respectivos repertorios una enorme cantidad de piezas musicales con títulos o referencias primaverales.
  En la mal llamada música culta (o peor llamada música clásica), además de la ya referida magna obra de Stravinsky, destaca por supuesto la primera parte de “Las cuatro estaciones” de Antonio Vivaldi, es decir, los tres bellísimos y conocidísimos movimientos de “La primavera” del compositor italiano. No obstante, hay otras obras y, sin rascarle mucho, podemos mencionar la Sinfonía en Si bemol “Primavera” de Robert Schumann; la Sonata para violín y piano No. 5 en Fa mayor, opus 24, “Primavera” de Ludwig van Beethoven; el vals “Voces de primavera” de Johann Strauss y los “Murmullos de primavera”No. 3, opus 23, de Christian Sinding.
  En el jazz, existen numerosas composiciones con el tema. Por ejemplo, en una de las más antiguas grabaciones de Ella Fitzgerald viene “I Got the Spring Fever Blues”, con la orquesta de Chick Webb, mientras que en los años cincuenta, la cantante grabó la exquisita y aterciopelada “Spring Can Really Hang You Up the Most”. Por su parte, el cuarteto de Dave Brubeck tiene esa joya que es “Spring in Central Park”, contenida en su álbum Jazz Impressions of New York, de 1964, mientras que en el disco Stan Getz ’57, del quinteto de este gran saxofonista, viene otra maravilla: “Spring Is Here”. Otros jazzistas que grabaron temas relacionados con la primavera fueron Fats Waller (“Spring Cleaning”), Duke Ellington (“The Spring”), Benny Goodman (“Santa Claus Came in the Spring”), Miles Davis (“Swing Spring”), Bill Evans (“You Must Believe in Spring”), Dexter Gordon (“Some Other Spring”), Joe Pass (“Joy Spring”), Pat Metheny (“Cold Spring”), Abbey Lincoln (“Up Jumped Spring”), Stanley Jordan (“Spring”), Winton Marsalis (“Spring Yaounde”), Dianne Reeves (“Ther’ll Be Another Spring”) y hasta Tony Bennett (“You Must Believe in Spring”) y Frank Sinatra (“It Might as Well Be Spring” y “We’ll Gather Lilacs in the Spring”).
  El blues también tiene sus queveres con la primera estación del año: “Springtime Blues” de Sonny Boy Williamson, “Spring” de Little Milton o “Springtime in the Rockies” de Leadbelly, por ejemplo, y el soul no se queda atrás: “Spring Again” de Lou Rawls y “Spring” de James Brown son dos magníficas muestras de ello.
  El rock tiene bastante que decir también en términos primaverales. Una de las primeras canciones del género, compuesta en México a principios de los años sesenta del siglo pasado, cuando lo que dominaba era el implacable imperio del cover, fue “Vuelve primavera” de los Blue Caps (era la época de aquello que se conoce como “Los años dorados del rocanrol”). Ya en el plano internacional, el rock y la primavera dieron piezas como “Spring Fever” de Elvis Presley, “Their Hearts Were Made of Spring” de los Beach Boys, “Filipino Box Spring Hog” de Tom Waits, “Spring Vacation” de Black Oak Arkansas, “I Dreamed of Spring” de k.d. Lang, “Spring Will Be a Little Late This Year” de Carly Simon, “Spring” de Rammstein (¡sí, de Rammstein!), “Springtime” de Donald Fagen, “Spring Haze” de Tori Amos, “Southland in the Springtime” de Indigo Girls, “I Am the Spring” de Morcheeba, “Spring Time in Vienna” de The Tragically Hip, “The First Days of Spring” de Noah and the Whale y “Can’t Stop the Spring” de los Flaming Lips, entre muchas más, incluida “Where Did My Spring Go”, una maravillosa rareza de los Kinks.
  En México, la reina de las canciones sobre este tema estacional es “La maldita primavera”, pieza de autoría italiana que se volvió tremendamente popular en la voz de la cantante popera Yuri, a mediados de los años ochenta. No es una mala composición si la analizamos bien, pero ciertamente existen muchísimas otras, con el mismo motivo de creación, con una mayor calidad, una mejor inventiva y una más genuina sensibilidad.
  Finalmente, la primavera es un buen motivo para hacer música, para escribir canciones, y abril es un buen mes para recordarlo.

(Publicado este mes en el No. 448 de la revista Nexos)