miércoles, 31 de diciembre de 2014

20 pronósticos para 2015

A punto de empezar el nuevo año, los servicios astro(i)lógicos de Mil cosas más presentan sus ya tradicionales presagios para los próximos doce meses; siempre inexactos, as usual, pero inocentemente malintencionados.

–La crisis política no sólo se agudizará, sino que se volverá infernal a medida que se aproximen las elecciones de medio año y medio sexenio. Sin embargo, al final nada pasará, las heridas se curarán con curitas y mertiolate, la familia política cerrará filas y el dinero para los partidos seguirá fluyendo tan generoso como de costumbre.

–Las reformas estructurales seguirán en el papel y continuarán siendo motivo de marchas, plantones y golpes subterráneos, hasta que se les hagan las adecuaciones necesarias para convertirlas en lo que siempre son las reformas en México: nada.

–Habrá varios cambios en el gabinete, pero con los mismos funcionarios de ahora. Por cuestiones de estrategia, Videgaray pasará al Infonavit, Osorio a la Procuraduría del Consumidor y Murillo a Pronósticos Deportivos.

–Este año sí, Manlio Fabio Beltrones volverá a dejarse el bigote a la Emilio Tuero y varios tríos de boleros le pedirán que se una a ellos, cosa que aceptará a menos que en una de esas le den la Secretaría de Gobernación.

–Pedro Aspe regresará a la política como nuevo secretario de Hacienda, a fin de hacer real su vieja frase de que la pobreza en México es un mito genial.

–La presencia del ex presidente Carlos Salinas se volverá cada vez más notoria. Opinará de todo, dará entrevistas a quien se las pida (las entrevistas), tratará de influir en los tres poderes de la Unión y firmará contrato con HBO para tener su propio reality show.

–Felipe Calderón regresará a México y tratará de quitarle el PAN y el pan a Gustavo Madero. No lo conseguirá y se refugiará en la cátedra, pero ya no en Harvard sino en una universidad patito de Morelia, donde fundará su propio grupo de autodefensa.

–Guerrero seguirá siendo el foco rojo del país hasta las elecciones de julio. Después todo se irá calmando, gracias a la elección de un gobernador de coalición entre el PRD, el PT, Morena, Guerreros Unidos y Los Rojos.

–La Ceteg organizará un referéndum entre sus agremiados para ver si se convierte en ONG o en la representación oficial del Estado Islámico en Guerrero.

–Se reglamentarán las manifestaciones, a fin de que los llamados anarcos sólo puedan cargar en sus mochilas cuatro piedras, tres palos, cinco chicles y dos bombas molotov. Encapuchado que rebase ese límite será multado con diez días de salario mínimo y se le impedirá utilizar su máscara en la siguiente marcha.

–El auditorio “Che Guevara” de la facultad de Filosofía y Letras será declarado territorio autónomo de la Universidad Nacional Autónoma de México (sí, ya lo es, pero falta oficilizarlo).

–A pesar del golpeteo político, el PRI será el ganón en las elecciones federales, con sus triunfos en varios estados y muchos municipios, además de las delegaciones Iztapalapa y Cuauhtémoc en el DF, gracias a la buena elección de sus candidatos: Juanito y el tepiteño Cuauhtémoc Blanco respectivamente.

–Morena asegurará el registro, mientras que el PT, Movimiento Ciudadano y el Panal lo perderán…, para sumarse a Morena. Andrés Manuel López Obrador  mantendrá su discurso de siempre contra la mafia en el poder, en la que además del PRIAN, Televisa y el PRD incluirá al Teletón y (por sugerencia de Antonio Mohamed) a la directiva del Club América.

–Miguel Ángel Mancera mantendrá su estilo autista y light de gobernar, se tomará muchas fotos, dotará a la policía de espadas láser de plástico, a la Star Wars, y seguirá dándole hasta con la cubeta a su ex carnal Marcelo.

–La Línea 12 del metro permanecerá detenida hasta nuevo aviso.

–Después de contender en una terna junto con Guerra de chistes y Las lavanderas, Sabadazo recibirá un Grammy especial como el programa más oligofrénico en la historia de la televisión mundial.

–Con Gustavo Matosas al frente y un poderoso equipo en el que sólo habrá tres mexicanos por nacimiento, el América llegará a la final del Torneo de Clausura y la perderá con las Chivas (este no fue pronóstico, sino un sueño guajiro de los que suele tener Jorge Vergara).

–Tigres y Cruz Azul jugarán como nunca y fracasarán como siempre.

–La selección mexicana será eliminada en la primera ronda de la Copa de Oro y el Piojo Herrera será cesado, para convertirse en el nuevo director técnico de los Murciélagos de Guamúchil.

–Mañana jueves será 1 de enero de 2015.

(Publicado en la sección QRR de Milenio Diario)

martes, 30 de diciembre de 2014

2014: un recuento

Mejor disco: Popular Problems de Leonard Cohen.
Mejor canción: “Slow” de Leonard Cohen.
Mejor disco de rock: Lazaretto de Jack White.
Mejor grupo de rock: Timber Timbre.
Mejor solista de rock: Jack White.
Mejor disco de art rock: St. Vincent de St. Vincent.
Mejor disco de alt-rock: Lost in the Dream de The War on Drugs.
Mejor disco de alt-folk: Morning Phase de Beck.
Mejor disco de anti-folk: Allergic to Water de Ani DiFranco
Mejor disco de rock clásico: lullaby and… The Ceaseless Roar de Robert Plant.
Mejor disco experimental: With a Little Help from My Fwends de Flaming Lips.
Mejor disco avant garde: You’re Dead! de Flying Lotus.
Mejor disco de rock pop: World Peace Is None of Your Business de Morrissey.
Mejor disco de rock progresivo: Pale Communion de Opeth.
Mejor disco de metal: Foundations of Burden de Pallbearer.
Mejor disco de electrónica: Syro de Aphex Twin.
Mejor disco de hip-hop: Piñata de Freddie Gibbs and Madlif.
Mejor disco de blues: Step Back de Johnny Winter.
Mejor disco de alt-country: Down Where the Spirit Meets the Bone de Lucinda Williams.
Mejor disco de jazz: Lathe of Heaven de Mark Turner Quartet.
Mejor regreso: Counting Crows con Somewhere Under Wonderland.
Mejor reedición discográfica: The Basement Tapes Complete de Bob Dylan.
Peor disco: Tracks of My Years de Bryan Adams.
Hecho más lamentable del año: la muerte de una decena de roqueros de los años sesenta, notablemente Joe Cocker y Jack Bruce.

México: 

Mejor disco: Di no a la yoga de Jaime López.
Peor disco: Norte de Little Jesus.
Hecho más lamentable del año: El fallecimiento, casi en el anonimato, del Capitán Pijama.

(Publicado hoy en mi columna "Gajes del orificio" de la sección ¡hey! de Milenio Diario)

lunes, 29 de diciembre de 2014

La balada de Leon Russell

La reciente muerte de Joe Cocker hizo que las crónicas sobre el triste acontecimiento recuperaran la memoria sobre varios de los músicos que estuvieron a su lado en sus mejores momentos, entre ellos su amigo de toda la vida, el tecladista Chris Stainton; el también recientemente finado saxofonista Bobby Keys; la bellísima musa de muchos músicos a fines de los sesenta, Rita Coolidge; y el que fuera su director musical durante algunos años, el gran pianista, cantante, arreglista, compositor y productor, Leon Russell.
  Russell era un personaje muy especial en aquellos días y lo sigue siendo hoy, a sus setenta y dos años de edad. De aspecto arrogante, altivo, hierático, impenetrable, el hombre del sombrero de copa, los anteojos de sol, la luenga barba y la larga melena tenía el don del liderazgo y solía reunir a su alrededor a los mejores instrumentistas de lo que se sigue llamando la época de oro del rock.
  Nacido en Lawton, Oklahoma, en 1942, desde muy joven mostró sus dotes musicales. Era tan precoz que a los trece años formó su primer grupo, ya como pianista, para presentarse en el circuito de clubes nocturnos de Tulsa o como acompañante de Ronnie Hawkins y Jerry Lee Lewis.
  Más tarde, se instaló en Los Ángeles para trabajar como músico de sesión y a principios de los sesenta ya era arreglista a las órdenes de Phil Spector y de Ike Turner. Poco después, se asoció con el músico Marc Benno y puso su propio estudio de grabación, producto de lo cual fueron dos álbumes fundamentales: Look Inside the Asylum Choir (1968) y Asylum Choir II (1971).
  Fue por ese tiempo que Russell irrumpió como gran estrella del rock, al unirse a Joe Cocker y una treintena de músicos más para conformar la extraordinaria banda Mad Dogs & Englishmen, con la que grabó un álbum doble homónimo y filmó un largometraje. Su composición “Delta Lady” fue un gran éxito en la voz de Cocker y el despegue del de Oklahoma fue definitivo. Tanto así que George Harrison lo llamó como director musical para el célebre Concierto para Bangladesh de 1971 (con álbum triple y filme incluidos). Por ese tiempo colaboró también con Bob Dylan, BB King y Eric Clapton.
  Su idea sin embargo no era la de ser un sempiterno músico de acompañamiento y empezó a dar prioridad a su labor como solista, con discos tan espléndidos como Leon Russell (1970), Leon Russell and the Shelter People (1971) y Carney (1972), además de composiciones como “A Song for You”, “Hummingbird”, “Tight Rope”, “This Masquarade” o su clásico “Superstar”.
  A partir de entonces y aunque no dejó de trabajar y grabar, la carrera de Russell empezó a entrar en un ocaso de popularidad, ocaso del cual no saldría hasta 2010, cuando Elton John prácticamente lo rescató de la oscuridad para grabar a dueto el larga duración The Union, producido por T-Bone Burnett. Esto reanimó al viejo león septuagenario y apenas en abril de este 2014 produjo su más reciente plato, el excelente y casi testamentario Life Journey, con el que vino a demostrar que aún se encuentra en gran forma y lejos todavía del asylum choir.

(Publicado el sábado pasado en la sección "De culto" del suplemento Laberinto de Milenio Diario)

domingo, 28 de diciembre de 2014

Don Juan

Mi papá, a fines de los años treinta del siglo pasado.
Hoy se cumplen ya veintitrés años de que mi papá se fue de este mundo y no dejo de extrañarlo muchísimo. Todos los días lo pienso, todos los días le platico y todos los días lo siento a mi lado. Varias veces he escrito de él en este blog, tanto en sus aniversarios luctuosos como cada día de su cumpleaños (nació el 2 de enero de 1921, lo cual significa que estaría a punto de cumplir noventa y cuatro años). Vuelvo a escribir mi recuerdo y mi nostalgia por el gran Johnny, ese tipazo bohemio y apasionado, ese irónico irremediable, ese hombre sentimental y divertido, ese amante de la vida, de la música y de las mujeres. Mi padre.

sábado, 27 de diciembre de 2014

El año que vivimos en delirio

2014 ha sido para México un año especialmente vertiginoso, intenso, trágico, doloroso. Sobre todo los últimos tres meses, en los que volvieron a imperar, tal como sucedió en 2006 y 2012, la polarización, el odio, el revanchismo, la desconfianza, el maniqueísmo, el encono, la violencia, el fanatismo y la estupidez.
  El país se encuentra tristemente dividido, eso es cierto, pero no de la manera como se presenta desde ciertas percepciones interesadas. La situación es muy difícil y en algunos puntos del territorio nacional resulta crítica y desbordada, pero no es todo México el que está así y eso también habría que señalarlo. El contexto en Guerrero no es el mismo que el de Yucatán y el de Michoacán no es el mismo que el de Querétaro, por poner un par de ejemplos comparativos. La generalización no ayuda y es lo que hacen muchos, a fin de abonar para sus causas. Sin embargo, pensar que con no generalizar disminuye el problema sería tan irresponsable como lo contrario.
  Ayotzinapa es la palabra clave de este año mexicano. Es sinónimo de tragedia y muerte, de iniquidad y horror, pero también de oportunismo, manipulación, pretexto y conjura. La desaparición y la casi segura ejecución de los estudiantes normalistas en Iguala y Cocula fue obra de un munícipe, su esposa y sus subordinados, aliados con un cártel local. No obstante, con habilidad propagandística sorprendente y desde oscuros aunque detectables sotanos golpistas, se logró crear la percepción de que los verdaderos culpables materiales e intelectuales del crimen no fueron los que fueron, sino el gobierno federal, identificado como “el Estado”. Desde esa delirante y perversa percepción y desde la incapacidad del propio gobierno para contrarrestarla es que se ha provocado la actual crisis política, misma que amenaza con proseguir al menos de aquí hasta las elecciones federales de 2015.
  Así termina 2014, en medio de temores, tensión e incertidumbre. El gran Nikito Nipongo solía decir: “Si este año le pareció terrible, no se preocupe: el próximo será peor”. Hay quienes eso anhelan. Ojalá que no lo consigan.

(Publicado hoy en mi columna "Cámara húngara" de Milenio Diario)

viernes, 26 de diciembre de 2014

John Mayall / Blues from Laurel Canyon (1969)

Mayall grabó excelentes discos en su etapa inicial, pero éste tiene una frescura y un encanto muy especiales. Inspirado en un viaje a Los Angeles, en el cual convivió con los integrantes de Canned Heat, el bluesman británico compuso varios de sus mejores temas. Por cierto que el guitarrista aquí es el ex rolling stone Mick Taylor, cuando era casi adolescente.

Mejor tema: “The Bear”

jueves, 25 de diciembre de 2014

Joe Cocker, ese mad dog

Aunque el lugar común asocia a Joe Cocker con su extraordinaria y visceral versión de “With a Little Help from My Friends”, de Lennon y McCartney, que deja en calidad de tonada bobalicona a la original de los Beatles, la realidad es que el nacido en Sheffield, Inglaterra, en 1944, era mucho más que aquella su presentación ante el mundo en el mítico festival de Woodstock de 1969. Porque fue ahí, en Woodstock, donde nació la leyenda de aquel vocalista extrañísimo que al cantar engarrotaba las manos y agitaba los brazos como un enfermo de mal de San Vito, mientras de su garganta surgía un vozarrón negroide y desgarrado, casi gutural; sin embargo, para llegar a semejante escenario había que tener una carrera previa, por breve que esta fuese.
  Aunque empezó a cantar desde la adolescencia, Joe Cocker hizo sus verdaderos pininos en el rock en 1963, cuando bajo el nombre artístico de Vince Arnold abrió un concierto de los Rolling Stones. El tal Vince Arnold era una especie de imitador de Elvis Presley que no tuvo mayor repercusión y el joven tuvo que replantear su naciente carrera, por lo que al lado de su gran amigo de toda la vida, el tecladista Chris Stainton, en 1966 formó The Grease Band y ya con su nombre real empezaron a tocar en toda clase de escenarios. Dos largos años tardarían en lograr el éxito, un éxito que los lanzaría a las grandes ligas del rock, gracias al singular arreglo que hicieron de la canción “With a Little Help from My Friends” de los Beatles, a la cual transformaron en una lenta y acompasada pieza de soul, llena de garra y fuego, que sacudía a todo aquel que la escuchaba. La manera de cantar de Cocker, muy en la vena de su admirado Ray Charles, sorprendió a propios y extraños y el tema fue aclamado por la crítica y el público, aunque su verdadera trascendencia internacional la logró cuando él y su grupo aparecieron en el escenario del festival de Woodstock, en 1969, y la interpretación fue incluida tanto en el álbum triple que sobre el evento apareció a las pocas semanas, como en el largometraje que se filmó sobre el mismo, ambos con el título de Woodstock. Gracias a ello, el nombre de Joe Cocker se conoció en todo el planeta y así, de un solo golpe, el hombre se convirtió en superestrella del rock.
  Para ese entonces, ya había grabado su primer álbum y de inmediato le ofrecieron hacer un segundo, el excelente y homónimo Joe Cocker (1969), para el cual Paul McCartney y George Harrison, impresionados por su versión de “With a Little Help…”, le pidieron que incluyera “She Came in Through the Bathroom Window”y “Something”, aunque el verdadero hit de ese plato sería “Delta Lady”, una composición de Leon Russell, quien acababa de convertirse en el nuevo director musical del cantante.
  No obstante, el gran despegue de Cocker se daría al año siguiente, cuando con Russell reunió a una enorme troupée de treintaitantos músicos para conformar la banda Mad Dogs and Englishmen, con la cual realizaría una larga y agotadora gira que se traduciría en un sensacional álbum doble y en una espléndida película. Con gente como el propio Russell, su entrañable Chris Stainton, la cantante Rita Coolidge, el saxofonista Bobby Keys, el trompetista Jim Price, el baterista Jim Keltner y una larga lista de talentosos instrumentistas y coristas, Cocker encabezó a la efímera pero hoy mítica agrupación y logró éxitos como sus versiones únicas a “The Letter” de los Box Tops, “Feeling Alright” de Dave Mason, “Honky Tonk Women” de los Rolling Stones, “Bird on the Wire” de Leonard Cohen y “Girl from the North Country” de Bob Dylan, entre otras varias.
  Fue aquella quizá la cúspide de la fama y el éxito masivo para Joe Cocker, pues aun cuando su carrera se extendería por cuarenta años más, nunca logró repetir aquellos momentos de gloria.
  Lo de Mad Dogs and Englishmen fue, más que un tour, un verdadero tour de force. La cantidad de presentaciones y el ritmo vertiginoso de los desplazamientos hicieron que el alcohol y las drogas corrieran de manera abundante y Cocker bebió y consumió sustancias hasta decir basta. Su salud se vio muy afectada y esto se reflejaría en lo que fue su carrera a lo largo de la siguiente década: largos periodos de ausencia y escasas actuaciones, acompañado de músicos menos conocidos, aunque el buen Chris Stainton siempre estaba ahí para echarle la mano. A lo largo de los años setenta, la fama que traía gracias a Woodstock le alcanzó para realizar algunas giras internacionales e incluso participó en una emisión de Saturday Night Live, en la que cantó “Feelin Alright” y John Belushi apareció a su lado para imitarlo de manera genial. De sus álbumes de esos años, cinco en total, sólo destacaría el I Can’t Stand a Little Rain de 1974, con sus bellísimas interpretaciones de “You Are So Beautiful” y “Guilty”, y el Luxury You Can Afford de 1978, con sus versiones a “A Whiter Shade of Pale” de Procol Harum y “Watching the River Flow” de Bob Dylan.
  La de los ochenta fue una década más bien oscura para Cocker. Si bien no le faltó trabajo y actuó de manera constante, además de grabar una quinteta de álbumes que pasaron sin pena ni gloria, no logró sobresalir sino hasta 1986, cuando su versión a “You Can Leave Your Hat On” fue incluida en la cinta Nueve semanas y media de Adrian Lyne y se convirtió en un éxito mundial. Un año después, lograría otro primer lugar musical con su gran cover a la clásica “Unchain My Heart”, popularizada muchos años antes por Ray Charles.
  Pero Joe Cocker ya no era visto por las nuevas generaciones como un cantante de rock, sino más bien como un intérprete de lo que la mercadotecnia empezaba a llamar música para “adulto contemporáneo” (cualquier cosa que ello signifique). Sus seguidores eran gente de su edad que había abandonado la agitada vida del sexo, drogas y rocanrol o lo había cambiado por otro tipo de sexo, otro tipo de drogas y un rock apaciguado por el mainstream. Esto se acentuaría en los noventa, con el surgimiento de la generación X y la música grunge.
  Aunque su disco Night Calls de 1992 es muy bueno (su versión de “Can’t Find My Way Home” de Steve Winwood es sublime), el resto de su discografía noventera resultó ignorada (y con razones válidas, pues es bastante flojita).
  Ya durante este siglo, las cosas mejoraron un poco desde un punto de vista artístico, con álbumes de mayor calidad como Respect Yourself de 2002, Heart & Soul de 2004 e Hymn for My Soul de 2007. Fire It Up de 2012, su último disco en estudio, sería un triste e involuntario testamento musical. Un plato demasiado convencional y pasteurizado, hecho por un hombre de sesenta y ocho años de edad, ya sin el filo de sus tiempos mozos.
  Durante un concierto en el Madison Square Garden de Nueva York, apenas el pasado 17 de septiembre, Billy Joel dijo que Joe Cocker no se encontraba muy bien de salud y que era momento de incluirlo en el Salón de la Fama del Rock. No hubo tiempo para ello. Tristemente, el cantante murió de cáncer de pulmón este lunes 22 de diciembre.
  Descanse en paz este mad dog, este englishman.

(Publicado hoy en a sección "El ángel extermiandor" de Milenio Diario)

miércoles, 24 de diciembre de 2014

Linda Navidad (con Jan por Skype)

Al igual que el año pasado, hoy en la tarde me fui a Tepepan para comer en la casa de Myrna. Esta vez fuimos menos, pero estuvo igualmente agradable con Myrna, Jorge, Axel, Leyla, Ivette, mi mamá y yo. Como a las nueve me dieron un aventón a Tlalpan, donde cené en casa de Rosa.
  También ahí todo estuvo muy bien y la sorpresa de la noche fue la presencia de mi amado Jan por medio de Skype. Fue muy emocionante platicar con mi hijo después de casi dos años de no verlo (digo, hemos charlado muchísimas veces por el inbox de facebook durante este tiempo, pero no es lo mismo verlo... y no sé por qué no lo habíamos hecho antes). Nos acompañó a distancia, con catorce horas de adelanto (en China ya era la tarde del día 25), durante parte de la cena y en el intercambio de regalos (Hallet me dio una mochila muy bonita).
  En la casa estábamos Rosa, Rosita, Gerardo, Yazmín, Valentín, Isaura, Emiliano, Santiago, Dereck, Hallet, Alain y yo, además de Gudiño y su chava argentina, a quienes invitó Alain. Cena deliciosa y abundante que terminó temprano. A las dos de la mañana ya estaba yo en mi casa, gracias al raid que me dio el buen Gudiño.
  Una muy feliz Navidad.

martes, 23 de diciembre de 2014

Smashing Pumpkins navideños

Está bien, lo acepto: esta vez el título de la columna es engañoso y no se ajusta del todo a la verdad. Sí, en efecto, voy a referirme al más reciente álbum de los Smashing Pumpkins. Sin embargo, lo único de navideño que tiene el disco es haber aparecido en estos días previos a la fiesta más importante de la cristiandad. Sólo quise llamar la atención del amable lector, normalmente distraído en estos días de final de año. Me disculpo por emplear tan bajo recurso.
  Pero valió la pena que se tomara usted un poco de su tiempo para leer el artículo, porque Monuments to an Elegy (2014), el flamante plato de esta legendaria agrupación de Chicago, es una obra de excelente factura. Billy Corgan (y aquí podría haber un segundo engaño porque, seamos honestos, se trata más de un disco de Corgan que de los Smashing Pumpkins, ya que es el único miembro original del cuarteto que está presente en la grabación y todas las canciones son suyas)… Billy Corgan, decía, nos regala, con cierta tacañería cuantitativa aunque con gran generosidad cualititativa, nueve temas que abarcan apenas poco menos de media hora de escucha. Puede parecer muy poco –y lo es–, pero le aseguro que, aun así, Monuments to an Elegy es una colección de muy buenas y variadas composiciones.
  Corgan ha sabido madurar sin perder sus raíces y su estilo primigenio. En estas nueve piezas está todo lo que este músico ha sido, desde el primer disco de los Smashing Pumpkins hasta su más reciente trabajo como solista, y eso se transluce en canciones como la inicial y brillantísima “Tiberius”, la bella y suntuosa “Being Beige”, la intensa y persistente “Anaise!”, la poderosa y densa “One and All”, la inesperadamente electrónica “Run2Me”, la mágica y sensual “Drums + Fife”, las casi new wave “Monuments” y “Dorian” (esta última una delicia) y la grungera y a la vez popera “Anti-Hero”.
  Monuments to an Elegy es un trabajo impecable. Poco importa si son o no los Smashing Pumpkins. La presencia fundamental es la de Corgan y esa está ahí, inconfundible, indeleble, espléndida.

(Publicado hoy en mi columna "Gajes del orificio" de la sección ¡hey! de Milenio Diario)

lunes, 22 de diciembre de 2014

La coartada perfecta

Si Alfred Hitchcock fue el amo del suspenso en el cine, Patricia Highsmith lo fue en la literatura y eso se ve tanto en sus espléndidas novelas (como Ese dulce mal, Crímenes imaginarios, El grito del búho o, mi favorita, La celda de cristal) como en sus estupendos, intensos y casi siempre irónicos relatos breves. "La coartada perfecta" es uno de ellos y se trata de un claro ejemplo de las habilidades de la Highsmith para el suspense. En pocas páginas, nos envuelve con esta historia de un torpe asesinato "por amor" que tiene todos los ingredientes para ser descubierto y que de pronto, por una caprichosa vuelta de tuerca del destino, otorga al homicida una inesperada coartada que en verdad parece perfecta y promete salvarlo de la cárcel, hasta que, justo al final, un detalle en principio insignificante se convierte en su condena.
  Hay que leer este cuento para conocer la anécdota y saber de los personajes que aparecen en ella. Por ello no doy los detalles del mismo, sino sólo la estructura en que se enmarca, una estructura genial, resuelta por la escritora tejana con su excepcional talento narrativo que desemboca en un guiño sarcástico al lector, quien no sabe si alegrarse o condolerse por la suerte del asesino.

domingo, 21 de diciembre de 2014

El perfume de la papaya verde

Poética, contemplativa, leve, tranquila, de una abrumadora belleza visual y temática, esta cinta franco-vietnamita, escrita y dirigida en 1993 por Tran Anh Hung (quien casi veinte años después realizaría la versión cinematográfica de Tokyo Blues o Norwegian Wood, la novela de Haruki Murakami), es una de esas sorpresas artísticas que llegan ante uno casi sin querer y muy de vez en cuando.
  El perfume de la papaya verde es un poema fílmico, una historia en la que el tiempo transcurre con una sabia placidez y aunque pareciera que a lo largo de la película nada pasa, en realidad es mucho lo que acontece a lo largo de más de diez años en la vida de la protagonista principal, Mui, una niña huérfana que llega a trabajar a la casa de una conflictiva familia de clase media alta del Saigón de 1951. Todo lo que sucede en la casa y en el seno de esa familia lo vemos por medio de los ojos de esta chiquilla analfabeta que con ojos llenos de inocencia y asombro se fija en cada detalle de lo que transcurre a su alrededor, ya sean los problemas de sus patrones y sus hijos, los secretos de la cocina o las minucias que ofrece la naturaleza que la rodea: el canto de los grillos, el rocío que escurre en las plantas, la diaria labor de las hormigas y el aroma sempiterno de la papaya verde.
  Así pasan los años, hasta que se produce una tragedia en la casa y ante la escasez de dinero, Mui debe irse a trabajar a la casa de un joven amigo de la familia, un apuesto pianista que la contrata y que no le hace mucho caso, a pesar de que ella se desvive -aunque con grande y elegante discreción- por atenderlo con minuciosa y callada lealtad. Él tiene una novia pedante con la que al fin termina y entonces descubre la belleza de Mui, ya una veinteañera, a quien no sólo toma como mujer sino que le enseña a leer con simpática dedicación.
  Dirigida con un tacto y una sutileza sorprendentes, El perfume de la papaya verde es una obra de arte. Fue filmada en Francia, enteramente en estudio, a pesar de que todo el tiempo uno cree que la historia se desarrolla realmente en aquel Saigón anterior a la guerra de Vietnam.
  Una absoluta maravilla.

sábado, 20 de diciembre de 2014

El Estado Islámico de Guerrero

México es el único país del mundo donde los patos le tiran a las escopetas. El síndrome del 68 es un trauma tan grande que paraliza a los gobiernos y hace que su obligación de guardar el orden y la paz se olvide, en aras del derecho que tenemos los ciudadanos para protestar y manifestarnos… y de paso para tundirles a los policías y demás fuerzas “represoras”.
  Esto quedó más que claro a partir del 1 de diciembre del año antepasado, cuando grupos de enmascarados atacaron a los granaderos de la capital con piedras, palos y bombas molotov, y llegó a su clímax en estos días en Guerrero, cuando so pretexto del crimen de Ayotzinapa, profesores pertenecientes a la CETEG se lanzaron abiertamente a las calles para incendiar edificios públicos, destrozar bienes, incendiar vehículos y, en el extremo del delirio y la iracundia, golpear policías, vejar funcionarios, humillar periodistas y atropellar (y no es metáfora) a agentes federales.
  Convertida en una especie de réplica región 4 del Estado Islámico, la CETEG actúa con ciego fanatismo y arrasa a todos aquellos que no están con ella. Se arroga incluso el derecho a decidir quién puede y quién no puede celebrar algo, bajo su dicho de que “estamos de luto”, y en consecuencia sus hordas actúan violenta y arbitrariamente. ¿Hasta cuándo? ¿Hasta que linchen a alguien o de plano empiecen a “ajusticiar” a “enemigos del pueblo” por motivos “revolucionarios”? Mientras tanto, el gobierno estatal brilla por su ausencia.
  Al recibir la medalla Belisario Domínguez hace unos días, el escritor Eraclio Zepeda, un hombre de intachable trayectoria de izquierda, dijo que “por grande que sea el dolor, el crimen no se combate con más crimen. La arbitrariedad, la violencia, la destrucción de instituciones y propiedades de particulares y el acoso de los trabajadores y la ley, al grado de poner en peligro su propia integridad, es inaceptable”.
  La mala imitación del EI en Guerrero no puede continuar con semejante impunidad. Navegar con patente de progresista no otorga licencia para vandalizar, para delinquir, para agredir o –esperemos que no ocurra– para matar.
  (Aun así: feliz Navidad, estimado lector).

(Publicado hoy en mi columna "Cámara húngara" de Milenio Diario)

viernes, 19 de diciembre de 2014

Leon Russell / Asylum Choir II (1971)

El antiguo pianista y arreglista de Joe Cocker construyó una muy respetable discografía, en la cual destaca este prácticamente desconocido larga duración en cuyos cortes podemos encontrar una parte de las más experimentales y peculiares canciones del controvertido multiinstrumentista, al lado del hoy olvidado Marc Benno.

Mejor tema: “Straight Brother”

jueves, 18 de diciembre de 2014

Magia a la luz de la luna

Aún no me queda claro si me gustó del todo. Quizá tendría que volver a verla. Así me pasó con You Will Meet a Tall Dark Stranger (2010) que cuando la vi por segunda ocasión me gustó mucho más que la primera y tal vez me suceda cuando haga lo mismo con Blue Jasmine (2013), la cual no me resultó tan buena como todo el mundo me había dicho.
  Magic in the Moonlight (2014), la película número cuarenta y cuatro de Woody Allen es deliciosa, leve, simpática, divertida, ingeniosa, bien actuada, bien fotografiada, con un elenco muy agradable, con una anécdota curiosa, con una espléndida recreación de época y de lugar (los años treinta en la bellísima costa sur de Francia), con un guión sin fisuras y una dirección impecable. Sin embargo, siento que algo le faltó o algo me faltó. Pasé un rato muy agradable al verla, pero con Allen necesito algo más que pasar un buen rato.
  La historia de una joven embaucadora con supuestos poderes paranormales (muy bien interpretada por una actriz que además me encanta como es Emma Stone), a la que trata de desenmascarar un mago profesional que no cree en el más allá y tiene ciega fe en lo científico y en lo palpable (un Colin Firth bastante efectivo), aunque termina sucumbiendo a los encantos de la muchacha, está muy bien contada y tiene un final que uno no esperaba (al menos yo no). No obstante, siento que este Allen de los años diez del nuevo siglo se está agotando un poco. No es el mismo de la maravillosa Midnight in Paris (2011) o incluso de la irregular pero en momentos sublime Desde Roma con amor (2012). Incluso me parece menor a lo que logró con Jazmín azul.
  Pero en fin, quizá sea cosa de volver a verla.
  Con todo, la recomiendo. Es una buena película.

miércoles, 17 de diciembre de 2014

Moonrise Kingdom

Me encanta el mundo mágico del cine de Wes Anderson. Ese toque tan suyo en cada una de sus películas, ese colorido casi de cuaderno para iluminar, esos personajes al mismo tiempo inocentes y perversos y siempre tan vulnerables.
  De sus filmes, uno de los pocos que me faltaba ver era este, de 2012, y no pudo dejarme más satisfecho después de presenciar su historia, fantasiosa y deliciosamente delirante como todas las historias que crea este realizador tan singular. Esta vez todo transcurre en una isla, al parecer de la costa del Atlántico Norte estadounidense, donde viven unas pocas personas y hay un campamento de boy scouts (o algo parecido a los boy scouts).
  La historia es tan sencilla como que uno de los scouts adolescentes (Sam) se escapa del campamento para encontrarse con la hija del matrimonio encargado del faro de la isla (Susy), para huir juntos a un lugar situado en el otro extremo de la ínsula (el lugar se llama justo Moonrise Kingdom), con la intención de vivir por siempre juntos, cosa que al final no consiguen. Esa es la línea argumental básica. Pero alrededor de la misma se teje una maravillosa serie de anécdotas y personajes, manejado todo con finísima ironía.
  La cinta es placentera y deliciosa y aparte de la dirección de Anderson, esta apoyada por actores de la talla de Frances McDorman, Bruce Willis, Edward Norton, Tilda Swinton, Harvey Keitel y los muy andersianos Jason Schwartzman y, por supuesto, Bill Murray, además de varios estupendos y muy jóvenes actores, entre quienes destacan sobremanera Jared Gilman como Sam y Kara Hayward como la linda aunque extraña Susy.
  Otra gran película de Wes Anderson.

martes, 16 de diciembre de 2014

Una delicia decembrina

No es propiamente un álbum de temas navideños y sí, en efecto, los discos con versiones a standards ya están muy vistos y muy escuchados. Tampoco es una obra revolucionaria o una propuesta arriesgada. Todo lo contrario: estamos frente a un suave y delicado platillo musical debido a un dúo que con proverbial sutileza y agradecible discreción ha grabado ya varios largas duración de música tranquila, simple y francamente deliciosa.
  La actriz Zooey Deschanel y el cantautor folk M. Ward, más conocidos en esta vertiente como She & Him, retornan al terreno discográfico con este Classics (Columbia, 2014), una colección de conocidas piezas del cancionero estadounidense, eso que se conoce como el American Songbook, y lo hacen con gran fortuna.
  No es que en sus anteriores álbumes no hayan incluido covers, pero la mayor parte de su repertorio era (es) original. Sin embargo, en este Classics hacen honor al título del plato y nos entregan trece canciones clásicas de la música popular, sobre todo de los años cuarenta, cincuenta y sesenta del siglo pasado. Pero no piense usted que el dueto se fue por el camino fácil de incluir sólo temas archiconocidos, de esos que aparecen en todo disco de este tipo. Si bien hay piezas célebres como “This Girl’s in Love with You”, “It’s Not for Me to Say”, “We’ll Meet Again” y “Unchained Melody” (esta con las Chaplin Sisters como exquisitas invitadas), también se dieron a la tarea de buscar otras no tan repetidas y eso es de agradecer.
  De ese modo, es posible disfrutar de composiciones tan bellas y placenteras como “Oh No, Not My Baby”, “Stars Fells on Alabama”, “Teach Me Tonight”, “I’ll Never Be Free” o “It’s Always You” que en la voz de Zooey Deschanel suenan, todas ellas, en verdad espléndidas. Los arreglos son también de primera y guardan una austeridad que hace que el sonido resulte íntimo, amable, amigable, casi confidencial.
  Un disco perfecto para regalar o regalarse (ahora que si desea un álbum puramente navideño, el dúo hizo el muy grato A Very She & Him Christmas en 2011).

(Publicado hoy en mi columna "Gajes del orificio" de la sección ¡hey! de Milenio Diario)

lunes, 15 de diciembre de 2014

Chespirito

Nada he mencionado aquí sobre la muerte de Roberto Gómez Bolaños, Chespirito, acaecida el pasado 28 de noviembre. No tengo mucho que decir, más allá de lo lamentable que es casi toda muerte. Su humor nunca me gustó (aunque mi hermana Myrna me recordó hace poco que yo solía reír mucho con sus intervenciones en el programa Cómicos y canciones, con Viruta y Capulina, que veíamos a mediados de los años sesenta en el canal 2, en glorioso blanco y negro. Chespirito era el libretista del programa y aparecía de vez en cuando como actor de reparto. Su mayor gracia era recibir algún golpe en la cabeza y caer de espaldas, recto como una regla, sin mover un músculo. Esa caída era realmente desternillante ante mis ojos infantiles).
  Sin embargo, ya como Chapulín Colorado o Chavo del Ocho (porque empezó en el canal 8 de Televisión Independiente de México, antes de que Telesistema Mexicano absorbiera a esa televisora para transformarse en la actual Televisa) nunca me gustó realmente. No diré que jamás vi sus programas, porque mentiría. Tampoco que logré escapar de sus repetidísimas frases que todos conocemos. Pero creo que escasas veces me hizo reír realmente. Siempre lo encontré demasiado bobo y ramplón.
  Aun así, tengo una anécdota simpática de él: Gómez Bolaños vivía en Tlalpan cuando yo era adolescente y a su hija, más o menos de mi edad, la conocíamos como La Chéspira. La chava le gustaba a mi primo Arturo. No recuerdo si estaba bonita o no. Quién sabe qué habrá sido de ella, de la famosa Chéspira.
  Sirva todo lo anterior para justificar la estupenda y muy gráfica ilustración del gran Ricardo Sandoval que acompaña a esta entrada.

domingo, 14 de diciembre de 2014

Adiós a los padres

Hay novelas con las que uno se encariña sin remedio. No sólo por lo bien escritas o por su alta calidad literaria, sino, más que nada, por la calidez que transmiten, por lo entrañable de sus historias, por la identificación que logran con quien las lee. Esto no es algo que suceda muy a menudo, al menos no en mi caso, y acaba de pasarme con la lectura de las dulces, fuertes, tiernas, ácidas, sensibles, desgarradas, tristes, felices, irónicas, empáticas, enojadas, comprensivas, rencorosas, alegres, desenfadadas, simpáticas, arrebatadas, amables y, sobre todo, amenas páginas de Adiós a los padres, la más reciente novela de Héctor Aguilar Camín.
  De hecho no sé si en sentido estricto se trata de una novela, de un libro de memorias, de una biografía familiar o de todo eso junto y más, cosa que a final de cuentas no importa tanto. Lo importante es la manera como el autor nos lleva de la mano al interior de su intimidad personal, cómo nos cuenta los secretos más hondos de su padre y de su madre y, con ellos, de sus hermanos, tíos, abuelos, parientes, amigos y enemigos y, también, de sí mismo.
  La base fundamental del relato es la historia de Héctor y Emma, de Emma y Héctor, los padres de Aguilar Camín, desde que se conocieron, en una mítica y tropical Chetumal, en la selva y el calor del entonces territorio de Quintana Roo, hasta sus respectivas y dolorosas muertes. Dos vidas que sirven de guía al libro, como los dos rieles de una vía encima de la cual el tren de la historia familiar avanza, retrocede, se detiene, vuelve a echarse a andar, corre, se alenta, se acelera, se acompasa y, sin descarrilar jamás, culmina en dos terminales distintas pero a la vez muy parecidas.
  El autor inicia la narración a partir de una foto de los padres, cuando estos prácticamente acaban de casarse, en 1944. De ahí avanza a tiempos más presentes y luego regresa al pasado, en un juego temporal que marcará el estilo y el ritmo de la narración. Hay muchísimas anécdotas que pintan a todos y cada uno de los personajes del libro, pero sobre todo a Héctor y a Emma, a Emma y a Héctor, aunque hay otros casi igualmente importantes, muy en especial la extraordinaria tía Luisa Camín, quien por sí sola merecería una novela completa.
  Están los abuelos y las abuelas, paternos y maternos (¡ese tremendo don Lupe!), con todas sus contradicciones y sus viejas maneras de ser. Está Chetumal, como una presencia a la vez idílica e infernal, y está la ciudad de México, como una tierra prometida que asusta y fascina a los que recién llegan a ella y a su modernidad alemanista de los años cincuenta (aunque ya gobierna Ruiz Cortines). Están las grandes fiestas familiares y sus comilonas. Están las diferentes casas habitadas por la familia. Están los ciclones del sureste y los temblores de tierra capitalinos. Están la casa de huéspedes y el taller de costura de las hermanas Camín y está la oscura vivienda en céntrica vecindad del hombre que se ha ido del seno familiar. Pero sobre todo -y regreso a los dos personajes centrales- están las biografías del apasionado y afligido Héctor Aguilar Marrufo y su vida llena de pequeños triunfos y grandes fracasos, de una inseguridad existencial que lo lleva a abandonar a los suyos durante más de treinta años y a reaparecer, pobre y disminuido, cuando ya se acerca el final de su vida, y de la firme e inconmovible Emma Camín García, con su belleza y porte juveniles, con su carácter español y cubano, con su amor por el canto, con su posterior abnegación y su lucha colosal por sacar adelante a sus hijos, aun cuando su marido se ha ido para no volver y para no volverlo a ver.
  Hay momentos dramáticos en Adiós a los padres, como hay momentos chuscos que provocan la risa franca. Hay también frases memorables por su belleza literaria que no pude evitar subrayar: "el cerco tembloroso de los labios"; "un rumor sellado por un resplandor de olvido"; "el círculo fantasmal de una ausencia que ha llenado mi vida"; "el alma transida de un exquisito pudor mexicano"; "la especialidad de los hijos que es cometer errores ante los ojos de su padre"; "La vida se va corriendo hacia su muro infranqueable, porque la vida es para morir".
  Novela melancólica, novela vital. novela humana, novela que ajusta cuentas pendientes y nos lo narra de puertas abiertas, sin falsos pudores y con admirable valentía.
  Un adiós a los padres que es a la vez un bienvenidos y un hasta la vista.

sábado, 13 de diciembre de 2014

“Es que están enojados”

Hablaba en mi columna del sábado pasado de la guerra de las percepciones y de cómo quienes la están creando, basados en la distorsión perversa de la realidad, lo hacen con fines políticos más que obvios. Estas percepciones son compradas, ingenua o interesadamente, por medios extranjeros que reproducen en el mundo la falsa idea de que es el gobierno federal el culpable de los crímenes de los normalistas de Ayotzinapa.
  Pero la fabricación de mentirosas percepciones no sólo tiene esos efectos. También está siendo aprovechada por agrupaciones violentas como la CETEG, en Guerrero, la cual ha pasado del destrozo de cristales, el saqueo de almacenes y el incendio de instalaciones oficiales, al secuestro de personas para humillarlas y vejarlas (por fortuna aún sin lastimarlas físicamente) mediante ataduras o imposición de letreros infamantes, al más cruel estilo de los nazis cuando marcaban judíos o, como bien ha señalado Rafael Pérez Gay en estas páginas, del aterrador Khmer rojo de Pol Pot en Cambodia. Todo ante la increíble pasividad del gobierno estatal, pero también del federal.
  “Es que están enojados”, los justifican las buenas conciencias progres. Ya sólo falta que digan: “Son sus usos y costumbres”.
  ¿Habrá un límite frente a esa locura desatada de los “maestros” guerrerenses?
  Una declaración que no debería pasar inadvertida es la del Secretario de Marina, el almirante Vidal Soberón, al condenar en días pasados estas acciones que se hacen con el pretexto de Ayotzinapa. Entre otras cosas, dijo que le da tristeza “que haya personas o grupos que lucren con el dolor de los padres de estos muchachos, porque dicen una cantidad de mentiras y tratan de manipular la información para conseguir objetivos de grupo o individuales”. Se trata de un alto representante de las fuerzas armadas, las que han guardado hasta ahora una actitud prudente e institucional, y es lógico deducir que su postura no es sólo la de la Marina, sino también la del Ejército.
  En su ciega soberbia hay quienes juegan con fuego y fomentan todo este caos. Deberían, de veras, pensar mejor las cosas.

(Publicado hoy en mi columna "Cámara húngara" de Milenio Diario)

viernes, 12 de diciembre de 2014

George Harrison / Wonderwall (1968)

El primer disco grabado por la disquera beatle Apple es una banda sonora extraña, experimental, que combina tonalidades y acordes que quieran sonar a música de La India con algo de rock y orquestaciones. Un álbum muy peculiar.

Mejor tema: “Drilling a Home”

jueves, 11 de diciembre de 2014

Paul Fiction

Anunciado con meses de anticipación, The Art of McCartney, el doble disco tributo en honor al ex beatle, ha aparecido al fin. ¿Valió la pena tanta espera?

Hay una escena en esa estupenda película de Richard Linklater que es la muy reciente Boyhood (2014), en la cual el joven protagonista recibe de su padre (interpretado por Ethan Hawke), como regalo de cumpleaños, un disco doble de los Beatles confeccionado por el propio progenitor y al que bautiza como The Black Album. El mismo está constituido por una selección de canciones de cada uno de los integrantes del mítico cuarteto de Liverpool, en su etapa como solistas. Al verlo, el chico se limita a decir: “mi favorito es Paul”, a lo que sobreviene una perorata del papá, para explicarle que los Beatles valían mucho más juntos que cada uno por su cuenta.
  Viene a colación esta anécdota cinematográfica a raíz de la puesta en circulación de un disco que desde que se anunció causó una enorme expectación: The Art of McCartney (Arctic Poppy, 2014) y que al fin ha salido a la venta.
  Se trata de un homenaje a las composiciones de Paul McCartney, tanto las que escribió con los Beatles como las que ha hecho en solitario, interpretadas por una impresionante pléyade de músicos de todas partes, de varios géneros y de diferentes generaciones.
  Uno ve la lista de participantes, antes de escuchar los dos discos que conforman el álbum, y no puede más que pensar que se encuentra frente a un verdadero manjar de dioses. Sin embargo, una vez que se escucha el larguísimo set de treinta y cuatro canciones (y al parecer hay una versión triple con cuarenta y dos), las cosas ya no son tan idílicas como se prometía. Veamos.
  ¿Quiénes participan en The Art of McCartney? Bob Dylan, Brian Wilson, The Cure, Kiss, Billy Joel, Roger Daltrey, Jeff Lynne, Steve Miller, Willie Nelson, Barry Gibb, Heart, Cat Stevens, Harry Connick Jr., Jamie Cullum, Def Leppard, Dr. John, Chrissie Hynde y varios más. Como se ve, una alineación fantástica. Entonces, ¿dónde está la falla, dónde la carencia, dónde el motivo de que no sea un tributo extraordinario?
  Por raro que parezca, la mayor parte de los participantes no mostró lo mejor de sí y en su mayoría suenan rutinarios y sin inventiva. Casi todos tomaron su respectiva canción y la respetaron demasiado o no les interesó darle un toque personal, algo que la convirtiera en algo distinto. No hay quien que haya hecho lo que a fines de los sesenta hizo Joe Cocker con “With a Little Help from My Friends”, al transformarla prácticamente en otra canción incluso mejor que la original, o, muy recientemente, lo que lograron los Flaming Lips al darle la vuelta y deconstruir completo y por completo el Sgt Pepper’s Lonely Hearts Club Band en su delirante With a Little Help from my Fwends, aparecido hace apenas unas semanas.
  Uno escucha, por ejemplo, “Jet”, con Rick Nielsen y Robin Zander, y prefiere mil veces la versión de los Wings. Lo mismo sucede con “Hi Hi Hi”, de la cual Joe Elliot apenas hace un cover simpático. Así también con “Got to Get You into My Life (Perry Farrell), “Hey Jude”(Steve Miller), “Eleanor Rigby” (Alice Cooper), “Drive My Car” (Dion), “Hello Goodbye” (The Cure), para no hablar de los crímenes de lesa humanidad que hicieron Barry Gibb con “When I’m 64” y Billy Joel con la bellísima “Maybe I’m Amazed”. El horror.
  Sin embargo, hay cosas muy rescatables en el álbum (aunque casi nadie se apartó del librito). A Roger Daltrey le quedó como anillo al dedo “Helter Skelter”, mientras que Bob Dylan hace una muy rasposa y sabrosa versión de “Things We Said Today”. A la voz de Paul Rodgers le queda muy bien “Let Me Roll It” y Dr. John brinda una perfecta “Let ‘Em In”. Otras buenas versiones son las de Chrissie Hynde en “Let It Be”, Allen Toussaint en “Lady Madonna”, Toots Hibbert en “Come and Get It”, Jeff Lynne en “Junk” y BB King en “On the Way”.
  Pero quienes a mi modo de ver hacen honor a su trabajo, con interpretaciones en verdad espléndidas, son el gran Smokey Robinson con “So Bad”, a la que dio un toque impecable de soul, y, muy especialmente, la extraordinaria cantante británica Corinne Bailey Rae con su finísima y delicada forma de abordar “Bluebird” (por cierto, nadie incluyó “Blackbird”, de la que alguna vez Stephen Stills hiciera una entrañable versión).
  The Art of McCartney no es lo que pudo ser. No sé si el propio ex beatle puso como condición que sus composiciones no fueran movidas demasiado, pero el resultado, pienso, al final deja bastante que desear.
  Como alternativa, recomiendo el disco Listen to What the Man Said (Oglio Records, 2001), en el que dieciséis grupos y solistas “alternativos” brindan un mucho mejor homenaje al buen Paul. Gente como Robyn Hitchcock, Matthew Sweet, Semisonic, They Might Be Giants y varios poco conocidos pero efectivos intérpretes entregan un trabajo muy satisfactorio.
  Let It Be.

miércoles, 10 de diciembre de 2014

Napster

El azote para la industria discográfica nacional no es Napster sino Tepito. La crisis que hoy viven las compañías disqueras en México alcanza niveles alarmantes y sus directivos no encuentran la manera para superar el gravísimo problema. Por un lado, la piratería se ha convertido en una industria alterna cada vez más sofisticada y tecnificada, cuyos bajos precios no tienen comparación alguna con los de los discos legales, y en un país en crisis como el nuestro, es obvio que el escaso poder adquisitivo de los consumidores se inclina por lo más barato. ¿Hay salida para las trasnacionales discográficas e incluso para las empresas más pequeñas, las cuales también se ven afectadas? Cuando en una tienda establecida un disco cuesta ciento cincuenta o doscientos pesos y en el mercado negro se consigue en quince o veinte, con igual calidad de sonido e incluso con la portada casi idéntica, las cosas se complican. Los esfuerzos de las disqueras por ahora se han limitado a tomar medidas de lo que llaman marketing, es decir, poner más atención al disco como objeto bello en cuanto a su arte y diseño, realizar ofertas esporádicas o concursos para regalar algunos ejemplares, etcétera. Sin embargo, se trata de meros paliativos que no van al fondo del asunto. Porque a nuestro modo de ver, mientras los precios de los compactos sigan por las nubes, los piratas tendrán todas las de ganar. Y es perfectamente posible bajar esos precios que han llegado a niveles desorbitados, sobre todo en México, donde cada unidad es vendida al doble o al triple de su verdadero valor, lo que genera una plusvalía salvaje que hoy se revierte contra los fabricantes. Por eso, la guerra contra Napster ha sido una ridiculez. ¿Cuánto podría afectar a la industria dicho sitio de internet comparado con las enormes pérdidas que les asesta la piratería? Sin duda se fueron contra el enemigo equivocado.

(Editorial "Ojo de mosca" que escribí en 2001, para La Mosca en la Pared No. 51 del mes de octubre de ese mismo año).

martes, 9 de diciembre de 2014

Bobby Keys, el sax inmortal

Hay músicos fuera de serie que suelen jugar roles secundarios y cuyo nombre permanece ignorado por las mayorías, a pesar de que sus interpretaciones hayan sido escuchadas por mucha gente. ¿Recuerda usted el rasposo solo de saxofón a la mitad de “Brown Sugar” de los Rolling Stones o el sax cachondo y con cierto toque “latino” al final de “Can’t You Here Me Knocking” del mismo quinteto británico? Quizás se acuerde del solo de sax en la versión a “The Letter” de Joe Cocker o tal vez, si es usted beatlemano, le venga a la memoria el solo de saxofon en “Wherever Gets You Trou the Night” de John Lennon.
  ¿Qué tienen en común todas esas partes de sax? Que las ejecutó un mismo intérprete: el extraordinario Bobby Keys, uno de esos músicos excelsos que difícilmente son reconocidos por lo que suele llamarse “el gran público.
  Nacido en Texas en 1943, Keys empezó a tocar el saxofón desde la adolescencia y a los quince años ya colaboraba con gente como Buddy Holly y Bobby Vee. En 1964 conoció en persona a los Rolling Stones, durante una visita del grupo a San Antonio, y de ahí partió una camaradería y una colaboración que se extendería por varias décadas. En especial, su amistad con Keith Richards lo hizo ser prácticamente un stone más.
  Gracias a su enorme talento y al muy reconocible sonido de su sax, no sólo participaría con las Piedras Rodantes a partir de su álbum Let It Bleed de 1969, sino con otros héroes legendarios del rock como George Harrison, John Lennon, Elvis Presley, Eric Clapton, Joe Cocker, Leon Russell, Donovan, BB King, Delaney & Bonnie, Graham Nash, Harry Nilsson y muchos más. El equipo que formó con el trompetista Jim Price estuvo presente en muchos discos hoy clásicos.
  Era un virtuoso en el sax tenor, el sax barítono y el sax alto, aparte de ser un tipo amigable que sabía hacerse querer. Nunca dejó de tocar y todavía en 2013 tuvo su última gira con los Rolling Stones.
  Bobby Keys falleció este 2 de diciembre, de una cirrosis hepática, a los setenta años de edad. Descanse en paz esta leyenda de la época de oro del rock.

(Publicado hoy en mi columna "Gajes del oroficio" de la sección ¡hey! de Milenio Diario).

lunes, 8 de diciembre de 2014

Un poema de Efraín Huerta

(Ilustración: Armando Gámez)
Absoluto amor

Como una limpia mañana de besos morenos
cuando las plumas de la aurora comenzaron
a marcar iniciales en el cielo. Como recta
caída y amanecer perfecto.

Amada inmensa
como una violeta de cobalto puro
y la palabra clara del deseo.

Gota de anís en el crepúsculo
te amo con aquella esperanza del suicida poeta
que se meció en el mar
con la más grande de las perezas románticas.

Te miro así
como mirarían las violetas una mañana
ahogada en un rocío de recuerdos.

Es la primera vez que un absoluto amor de oro
hace rumbo en mis venas.

Así lo creo te amo
y un orgullo de plata me corre por el cuerpo.

(Lo reproduzco como un homenaje a uno de mis poetas favoritos, antes de que termine este año, el del centenario de su nacimiento).

domingo, 7 de diciembre de 2014

Fredric Brown y el humor sci fi

De los muchos géneros y subgéneros literarios que existen, quizá sea la ciencia ficción (o ficción científica, como prefería llamarla Borges) una de las que menos se prestarían al uso del humor y la ironía. Sus historias fantásticas –pero fundamentadas, al menos en apariencia, en hechos o supuestos basados en la ciencia y la tecnología– no parecerían ser campo propicio para la ironía, el gag o la parodia.
  Sin embargo, hubo un autor estadounidense que rompió con la seriedad y la solemnidad del género, alguien que vio en el mismo la posibilidad de dar rienda suelta a su facilidad para la ligereza incluso cómica en terrenos que exigían rigor y hasta cierto tufo de respetabilidad
  Fredric Brown (1906-1972) fue un sujeto singular. Mal estudiante, abandonó la universidad para dedicarse al malhadado oficio de escritor de narraciones policiacas y de sci fi. Para ello, debió pasar primeramente por el purgatorio de trabajar como corrector y reportero en diversos periódicos provincianos. De hecho, no fue sino hasta después de cumplir cuarenta años que pudo dedicarse de lleno a la escritura de novelas y cuentos que, dado su singular estilo, lograron un enorme éxito.
  Brown no poseía la gracia filosofal de Mark Twain, la chispa irresistible de Charles Dickens, la comicidad desatada de Evelyn Waugh o la ironía desencantada de Raymond Chandler. Su humor era quizá más áspero, más rústico, pero no menos efectivo y, aplicado especialmente a la literatura de anticipación, resultaba innovador y desconcertante.
  Entre sus novelas más célebres y recomendables están La caza del asesino (Ediciones Forum), divertida historia negra que en 1958 se convertiría en una película estelarizada por la legendaria Anita Ekberg, y Universo de locos (Orbis). Esta última, llamada en inglés What Mad Universe (1949),  es de hecho una sátira a los relatos de ficción científica de mediados de los cuarenta y sirvió de inspiración al gran Philip K. Dick para escribir varias de sus narraciones. Otro título estupendo de Brown es Marciano, vete a casa (Martians, Go Home, Orbis), en la que narra una delirante invasión marciana a la Tierra y en la cual se inspiraría el cineasta Tim Burton para realizar su enloquecida cinta Marcianos el ataque de 1996.
  Para los freaks de la serie televisiva Viaje a las estrellas (Star Trek), hay que mencionar que uno de los cuentos más famosos del autor, “Arena”, fue adaptado para un capítulo de ese programa, a fines de los años sesenta.
  Si el ya mencionado Raymond Chandler tenía a su Philip Marlowe y Dashiel Hammett a su Sam Spade, Fredric Brown creo a su propio detective investigador, Ed Hunter, quien trabajaba al lado de su tío Am, y apareció en varias novelas policiacas del escritor. Esta faceta, la de autor de la serie negra, es menos conocida en Brown que la que lo identifica con la ciencia ficción, pero resulta tanto o más divertida.
  Prolífico y diverso, Fredric Brown ha sido casi olvidado. Recuperarlo y leerlo es, antes que nada, un ejercicio de placer.

(Publicado ayer sábado en la sección "De culto" del suplemento cultural Laberinto de Milenio Diario)

sábado, 6 de diciembre de 2014

La guerra de las percepciones

A final de cuentas, lo que estamos viviendo es sobre todo una guerra de percepciones, de visiones inducidas, a veces perversamente inducidas
  Un ejemplo: al final de una de las primeras marchas por lo de Ayotzinapa, un grupo de manifestantes formó con veladoras la frase “Fue el Estado”. La foto, desde una perspectiva aérea, se difundió profusamente. Muchos se dijeron conmovidos. En seguida, las tres palabras se convirtieron en hashtag de las redes sociales y de ahí se transformaron en certeza, luego en dogma y finalmente en consigna política. ¿Se trató de algo espontáneo o inducido?
  Si uno analiza las cosas, hasta ese momento nadie había culpado abiertamente “al Estado” por la desaparición de los normalistas en Iguala, pero luego de aquella noche, todos los que protestaban comenzaron a hacerlo. Se creó entre la masa una percepción, así esta no correspondiera a la realidad. Mucha gente comenzó a culpar al Estado, aunque en realidad culpaban al gobierno y no al de Iguala o al de Guerrero, sino al federal, lo que desvió la atención y ocultó a los verdaderos culpables del crimen. ¿Quiénes planearon formar aquella frase con veladoras? ¿Se les ocurrió de pronto a varios espontáneos? ¿Fue algo preconcebido? Son preguntas que se me ocurren.
  De igual manera se manejó la percepción de que el presidente de la república debería renunciar, todo a partir de una declaración de Andrés Manuel López Obrador que se convirtió en hashtag (#renunciaEPN), en dogma y en consigna y que, como por acto de magia, dejó de usarse a partir del 1 de diciembre.
  La cuestión es que ante esto, el gobierno no parece tener una estrategia y las percepciones inducidas logran su cometido sin que los afectados metan las manos. Dicen que en el amor y la guerra todo se vale y hay quienes no cejan desde sus medios impresos, electrónicos y virtuales para seguir creando incertidumbre y una percepción distorsionada de la realidad nacional que muchos repiten en automático y justifican en nombre de La Causa. En ese plano, el gobierno (y no “el Estado”) está perdiendo una batalla esencial.

(Publicado hoy en mi columna "Camara húngara" de Milenio Diario)

viernes, 5 de diciembre de 2014

King Crimson / Beat (1982)

Uno de los trabajos menos conocidos de la amplia discografía de este grupo, siempre encabezado por el enorme Robert Fripp. Beat es una maravilla de inventiva, creatividad y sensibilidad. Un disco progresivo muy caliente.

Mejor tema: “Heartbeat”

jueves, 4 de diciembre de 2014

La paz

Sin la paz
en el mundo habría guerra.
Sin la paz
no habría amigos en la Tierra.
Sin la paz
nos quedaríamos solos,
porque peleando
estaríamos todos.
Yo quiero que siempre haya paz
y que los niños podamos jugar.

(Poema escrito por mi hijo Alain cuando tenía nueve años de edad. Está fechado el 15 de abril de 1991)

martes, 2 de diciembre de 2014

Pascuala Ilabaca

Para Mixtlantziwatl

Parece chiste, pero juro que fue cierto. Cuando una querida amiga me recomendó a esta intérprete chilena y yo escuché su nombre, me pareció que me estaba tomando el pelo: “¿Pascuala y la vaca? ¿Así se llama?”. Imaginé que hacía canciones humorísticas o que era de plano cantante de ese folclor sudamericano que tan de moda estuvo en los años setenta del siglo pasado y que hoy han retomado las buenas y políticamente correctas conciencias.
  Mi amiga me deletreó entonces el nombre correcto: Pascuala Ilabaca. La busqué, la escuché y aunque no estuve tan errado en la cuestión folclórica, hay que decir que esta joven andina incluye en su repertorio varias piezas de ese tipo (en especial temas de Violeta Parra), pero les da la vuelta y las fusiona, de manera muy creativa, con rock, world music y otros géneros.
  Me saco el sombrero (2014) es el más reciente disco de Ilabaca, dueña de una voz muy bella y melódica (por fortuna más en el estilo de la catalana Silvia Pérez Cruz que, digamos, de Carla Morrison o Natalia Lafourcade). Su estilo, aunque como dije emparentado con el folclor de Chile, recuerda de pronto a la primera Julieta Venegas, aquella de composiciones como “Esta vez” o “De mis pasos”. Incluso, como Julieta, Pascuala también toca el piano y el acordeón. Sin embargo, confiesa que sus mayores influencias son Janis Joplin y Violeta Parra (de hecho, su disco debut de 2008 está conformado enteramente por canciones de la legendaria cantautora chilena).
  Nacida en Valparaíso en 1985, Ilabaca forma parte también del grupo de música étnica Samadi. Como solista, se hace acompañar por la banda La Fauna y ha grabado cinco álbumes, contado este Me saco el sombrero, conformado por nueve temas, entre los que destacan versiones muy novedosas e interesantes de “El arado” y “La luna siempre es muy linda”, ambas de Víctor Jara, y “Los estudiantes”, de Violeta Parra, así como poemas de Gabriela Mistral musicalizados por la propia cantora.
  Lo suyo podría definirse como neofolk sudamericano. Una propuesta musical, la de Pascuala Ilabaca, a la que vale la pena asomarse.

(Publicado hoy en mi columna "Gajes del orificio" de la sección ¡hey! de Milenio Diario)

lunes, 1 de diciembre de 2014

Jack Bruce en el cuarto blanco

Las leyendas vivientes se convierten en mito cuando dejan de estar físicamente entre nosotros. Hay mitos que no alcanzaron a ser leyendas vivas, debido a que murieron jóvenes (como los miembros del célebre club de los 27) y su trascendencia se hizo mayor una vez que partieron del mundo. Sin embargo, aquellos que logran sobrevivir al fuerte trajín existencial del sexo, las drogas y el rock ‘n roll y que rebasados los sesenta, los setenta y hasta los ochenta años siguen con el corazón latiente y hasta en plena actividad; aquellos que en vida logran gozar del estatus de leyendas, siempre serán doblemente afortunados.
  Jack Bruce era una de estas leyendas. Lo fue hasta el pasado 25 de octubre, cuando un padecimiento en el hígado lo envió a la tumba a los setenta y un años de edad. Su enorme fama la debía básicamente a un breve periodo de su biografía, el que va de 1966 a 1969. Tres años apenas que lo llevaron a las máximas alturas, al firmamento del rock, por ser uno de los tres integrantes del primer supergrupo de la historia: Cream.
  Como es sabido, se conoce como supergrupo a aquel que reúne sólo a músicos consagrados y cuando Cream se formó, en 1966, sus tres miembros venían antecedidos de un envidiable palmarés musical. Eric Clapton, su líder, segunda voz y guitarrista, a sus entonces veintiún años, ya había pasado por los Yardbirds y por los Bluesbreakers de John Mayall. Ginger Baker, su baterista, a los veintisiete había estado, entre otras, en las bandas de Alexis Korner y Graham Bond, dos de los patriarcas, junto con Mayall, de lo que sería la explosión del rock británico. Por su parte, Jack Bruce, el bajista y primera voz, entonces de veintitrés años, había participado en los proyectos de esos tres patriarcas.
  Con Clapton, Baker y Bruce en plenitud de forma y gracias a éxitos como “Sunshine of Your Love” o “White Room”, el a la vez fino y estruendoso Cream se catapultó a la fama, el dinero y los excesos de manera vertiginosa; por eso, su existencia llena de diferencias y conflictos internos duró tan poco. El trío sólo grabó cuatro álbumes en estudio (Fresh Cream, 1966: Disraeli Gears, 1967; Wheels of Fire, 1968; Goodbye, 1969) y dos más en concierto. Su postrera e histórica presentación en público fue en el Royal Albert Hall de Londres, el 26 de noviembre de 1968, unos meses antes de que apareciera su último disco. Los tres músicos casi no se dirigían la palabra y en esa ocasión arribaron cada uno por separado. Ya no eran amigos.
  Después de “La Crema” (cómo le decían en México los locutores de la radio roquera), Jack Bruce anduvo artísticamente de aquí para allá. Grabó un álbum como solista (el estupendo Songs for a Taylor de 1969), al que seguirían muchos más que no lograron demasiada trascendencia. También se unió a diversas agrupaciones –algunas de ellas bastante efímeras– y no sería sino hasta 1993 que volvería a juntarse con sus antiguos coequiperos, para asistir a la ceremonia en la que Cream fue introducido en el Salón de la Fama del Rock. Ahí platicó con Ginger Baker y decidieron hacer algo juntos. El resultado fue el trío BBM, al lado del guitarrista Gary Moore. No obstante, poco sucedió con ese experimento hoy prácticamente olvidado. Doce años más tarde, en 2005, Cream se reuniría inesperadamente para realizar cuatro conciertos en Londres y tres en Nueva York. Jamás volverían a tocar juntos.
    En 2003, a Bruce le diagnosticaron cáncer en el hígado y se sometió a un exitoso trasplante. Continuó su carrera como solista y en marzo de este año sacó un nuevo álbum, el magnífico Silver Rails (Esoteric Antenna, 2014). Ya sin aquella potente y afinada voz que lo hiciera famoso, el músico mostró sin embargo que al entrar en su octava década de vida aún poseía el suficiente vigor para ejecutar un rock potente, seco, poderoso, pero con un amplio sentido armónico y melódico. Algunas piezas, como “Rusty Lady”, muestran que la influencia de Cream seguía en sus poros y en su mente, pero en otras lo que se escucha es una música muy fina y diferente (por ejemplo, en “Industrial Child”), a lo que ayudó la participación de músicos de primer orden, como los casi igualmente legendarios guitarristas Phil Manzanera y Robin Trower y el tecladista de jazz John Medeski.
  Silver Trails fue, involuntariamente, el testamento musical de Jack Bruce. Descanse en paz en su cuarto blanco.

(Publicado este mes de diciembre en el No, 444 de la revista Nexos)