sábado, 22 de noviembre de 2014

De infiernos y buenas intenciones

En ocasiones, los dichos populares siguen siendo válidos y en este momento histórico de nuestro país, aquel que reza que el camino hacia el infierno está empedrado de buenas intenciones resulta más que vigente y real.
  Conozco a muchas personas que se encuentran sinceramente conmovidas e involucradas en el caso Ayotzinapa y que con la mejor de las intenciones participan en las marchas de protesta y emplean las redes sociales para promover su genuina indignación, su válido enojo. No tengo la menor duda de su compromiso, su buena voluntad y sus nobles sentimientos (y no hay el menor sarcasmo en mis palabras).
  Lo que resulta avieso e imperdonable es que esa buena voluntad, esos nobles sentimientos, sean utilizados por intereses económicos y políticos que manipulan a gente bien intencionada, sin que ésta se dé cuanta cabal del modo como la están usando.
  Puedo sonar ofensivo contra esas personas y por supuesto negarán que están siendo manejadas por oscuras y siniestras manos (siniestras, en los dos sentidos del término), cuyo único fin es sacar raja de esa indignación y ese enojo, pero también de la incertidumbre, de la inestabilidad y del miedo.
  Lo que sucedió este 20 de noviembre, cuando una triple manifestación pacífica fue infiltrada por grupos violentos (que pueden ser pagados o no), provocando la intervención de la policía (habría sido una imprudencia que otra vez no interviniera), está siendo de nueva cuenta aprovechado por quienes sueñan con un virtual golpe de Estado para entronizarse en el poder. Sueño guajiro, pero en el que están empeñados y no se detienen ante nada para lograrlo (aunque saben que eso no va a suceder).
  Se dijo, desde esa trinchera, que este 20 de noviembre se iniciaría la nueva revolución, como si ésta se diera por generación espontánea. Para que se produzca una revolución tiene que haber condiciones objetivas, no percepciones subjetivas.
  La gran manipulación es cada vez más clara y no sé hasta donde dará la liga que con tanto afán siguen estirando algunos, envalentonados desde su ya no tan oculto escondite. Esa mano sí se ve.

(Publicado hoy en mi columna "Cámara húngara" de Milenio Diario)

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