viernes, 31 de octubre de 2014

Jefferson Airplane / Bark (1971)

Otro de esos grandes discos despreciados a pesar de su valor intrínseco. Uno de los trabajos más oscuros de Jefferson Airplane y, por lo mismo, uno de los que ofrecen más posibilidades de descubrimientos y hallazgos. Irregular, sí, pero con memorables momentos olvidados.

Mejor tema: “Third Week in the Chelsea”

jueves, 30 de octubre de 2014

La llave...

... bajo la alfombra de sal.

miércoles, 29 de octubre de 2014

Un miércoles en Tlalpan

Con Isadora, en una foto de 2003.
Buena, una tarde y una noche de miércoles, para ser exactos. Me lancé a las cinco de la tarde para allá, con el metrobús retrasado porque una marchita salió del Parque Hundido y alteró toda la zona. Llegué cerca de las seis a mis viejos lares. Pasé a saludar a Rosa y luego estuve con mi mamá y con Ivette. A las siete y media me fui a pie al centro de Tlalpan. Con eso del cambio de horario, ya estaba oscuro y buena parte de General Victoria, a partir de Insurgentes era una boca de lobo en la que nada se veía. Es increíble que no haya un solo poste con luz en esa parte y que las autoridades de la delegación no hagan algo por remediarlo. Para acabarla, en varias partes estaba el pavimento levantado y estuve a punto de tropezar varias veces (eso, para no hablar de la inseguridad que representa caminar por ahí).
  Al fin crucé Juárez y la cosa mejoró. Me fui hasta el mercado, para dar vuelta en Congreso. Fue extraño pasar frente a la vieja cantina "La Jalisciense" y verla de puertas abiertas, como cualquier restaurante. Cuando era niño, siempre estaban cerradas sus puertas movibles y afuera había un letrero que decía "no se admiten mujeres, niños ni personas con uniforme".
  Me senté en una banca frente a kiosko, en lo que llegaba Isadora Hastings, a quien quedé de ver a las ocho. Un grupo de rock tocaba canciones de los Beatles a un costado del "zócalo" tlalpeño (así se le decía en mi niñez: el zócalo, aunque es un parque arbolado) y frente al edificio delegacional, tomado no sé sí simbólicamente por apoyadores de los normalistas desaparecidos de Ayotzinapa, había mantas de protesta y un altar de muertos. Me quedé sentado en la banca, meditando en cómo ha cambiado mi Tlalpan desde que no vivo ahí y cómo me siento más bien ajeno a lo que es hoy mi pueblo natal.
  Isadora llegó a las ocho y diez y decidimos cenar en uno de los restaurantes de los portales: el "1900". La cena fue muy amena y simpática. Hacía siete años que no veía a mi amiga y ex fotógrafa moscosa, quien sigue guapísima e igual de agradable que siempre. Hablamos de todo, nos pusimos al día, me enseñó fotos de sus preciosas hijitas y de los lugares donde está trabajando (en la montaña de Guerrero y en el Valle del Mezquital (donde ella y unos compañeros suyos asesoran a campesinos en cuestiones de cultivos orgánicos) y comimos muy rico (yo pedí una sopa de cebolla, una ensalada y una cerveza, todo muy bueno, aunque bastante caro). Al final, Isa quiso pagar la cuenta y quedamos en que la próxima me toca a mí.
  La acompañé hasta su casa, a tres cuadras del centro (un buen tramo de la calle Triunfo de la Libertad también estaba a oscuras) y nos despedimos a la entrada de su casa. Quedamos en vernos pronto. De ahí me bajé por todo Calvario (que estaba muy solo aunque iluminado) hasta Insurgentes, donde abordé el metrobús de regreso, en la estación "Fuentes Brotantes".
  Llegué a mi casa a las once y media. Todo estuvo muy bien.

martes, 28 de octubre de 2014

Oh my (Little) Jesus!

Circula el rumor, viaja de boca en boca, lo susurran en los rincones y lo comentan en los corrillos. Fue así como hace unos días llegó a mis oídos y aunque es sabido que el rock que se hace en México no es cosa que me apasione, debo reconocer que se me despertó cierta bienintencionada curiosidad.
  ¿De veras será tan bueno como se dice? ¿Es la agrupación que llegó para revolucionar la escena del rockcito nacional? Es más: ¿hace rock y no rockcito? Esas y otras varias preguntas llenaron mi cabeza y me decidieron a buscar su música. Quise conocer su propuesta y ¡eureka!, su único disco se puede escuchar en Spotify.
  De esa manera, sin más esfuerzo que poner su nombre en el buscador, di con él y me dispuse a disfrutar de la nueva sensación. Sonó la primera canción, vino la segunda, luego la tercera y no pude más que exclamar: Oh my Little Jesus!
  Porque el grupo se llama Little Jesus (así, en inglés) y su disco lleva el título de Norte. Fue grabado en 2013, pero es ahora que –según me entero– mucha gente lo está escuchando. Bueno, ¿y a qué se debe que haya yo lanzado la exclamación citada líneas arriba? ¿Tanto así me asombró? ¿Tanto así me gustó?
  Siento decepcionar al respetable, pero el grito lo proferí al tiempo que me daba un manotazo en la frente ante la decepción de esa musiquita insulsa, inocua y bobalicona. Un pop edulcorado, deslactosado, un sonido absolutamente light, sin garra, ñoñito, un estilo no de huevos sino de güeva.
  Escuché el disco dos veces. La primera no me gustó; la segunda, menos. Además, eso de pretender ser (al menos implícitamente) los Vampire Weekend mexicanos hace que uno haga comparaciones y que los Pequeños Jesuses salgan muy mal parados. Eso para no hablar de las letras de sus canciones. Hay más poesía en cualquier reguetón, además de que su vocalista de pronto pronuncia el español como si éste fuera inglés (al más puro estilo Zoé).
  Claro que si usted duda de mis palabras, puede escuchar a Little Jesus en Spotify o conseguir su disco. Quizás encuentre que le agrada y piense que estoy por completo equivocado. Aunque, a decir verdad, no lo creo.

(Publicado hoy en mi columna "Gajes del orificio" de la sección ¡hey! de Milenio Diario)

lunes, 27 de octubre de 2014

Ryan Adams, 2014

Hay músicos con una larga trayectoria, con una obra sólida y de enorme calidad, músicos propositivos y consecuentes que sin embargo no consiguen el debido aprecio de las mayorías y permanecen en una especie de ostracismo del cual pocas veces logran salir. Algunos los llaman artistas de culto y quizá pueda ser un título de distinción, aunque muchos de ellos preferirían cambiarlo por algo más sencillo y ver que su trabajo fuera apreciado por más gente.
  Ryan Adams lleva varios años ya con el sanbenito de músico de culto colgado al cuello. Lo es, sin duda. Pero indudable es también que este nacido en Jacksonville, Carolina del Norte, en 1974, tendría que ser más difundido y valorado. Discos suyos como Heartbreaker (2000), Love is Hell (2004) o Cardinology (2008) son verdaderas joyas, como lo es su más reciente grabación, un álbum homónimo al mismo tiempo contundente y de gran finura: Ryan Adams (Blue Note, 2014).
  No deja de ser curioso que el decimotercer plato en estudio del estadounidense, a quien se ha querido encasillar dentro del alt-country o americana, lleve como título tan sólo su nombre propio. No es porque se trate de un volver a empezar, sino más bien parecería buscar una reafirmación en su estilo, en su sonido, en su modo de hacer canciones.
  Digo que a Adams se le ha querido encuadrar dentro de los límites del alt-country, pero si uno escucha su música en general y este disco en particular, podrá darse cuenta de que va mucho más allá de ese subgénero. Cada una de las once variadas piezas que conforman a este Ryan Adams lo muestra como un autor y un intérprete eminentemente rocanrolero que incluso ha tenido momentos que podríamos denominar como proto punks, sobre todo en el álbum 1984, aparecido también este año, con doce vertiginosas mini canciones que no rebasan los dos minutos y que en su totalidad apenas duran un cuarto de hora.
  El flamante larga duración inicia con la sensacional “Gimme Something Good”, un perfecto tema abridor, un rock con toda la barba, con acordes de guitarra sólidos y secos que cortan como navaja y revisten a la composición de un eficaz poderío. A partir de ahí, el disco jamás decae y tiene varios momentos de grandeza, en especial con piezas como la exultante “Kim”, la desafiante “Trouble”, la bellísima y acústica “My Wrecking Ball”, la neilyoungiana “Stay with Me”, la tersa y melancólica “Tired of Giving Up” y la sentenciosa y final “Let Go”.
  Mención especial merece la muy brucespringsteeneana “I Just Might”, composición de notable intensidad que acumula una potencia contenida que a cada momento parece a punto de estallar y que finalmente nunca lo hace.
  Ryan Adams es un excelente álbum, un trabajo digno y limpio de uno de los mejores músicos estadounidenses de rock (y de alt-country también, si se quiere). No es una obra maestra ciertamente –esas se dan muy de vez en vez–, pero sí uno de los mejores discos de este notable cantautor… y eso ya es decir algo.

(Publicado en la sección de reseñas del sitio de la revista Marvin)

domingo, 26 de octubre de 2014

Bola de sebo

Leí este cuento de Guy de Maupassant en mi adolescencia y recuerdo que me impactó mucho. Ahora que lo he releído, entiendo por qué. "Boule de suif" es un relato apasionante, intenso y con una enorme carga de crítica social. Sólo que no es esa crítica social amarga y solemne que solemos padecer desde la corrección política. Maupassant supo darle un toque irónico a su narración sobre ese pequeño grupo de aristócratas y burgueses de toda laya que trata de escapar de la Francia ocupada por las tropas prusianas, en la segunda mitad del siglo XIX. Con la angustia de salvar el pellejo y parte de sus fortunas, este conjunto de comerciantes, aristócratas venidos a menos y hasta un político demagógico y revolucionario, más sus esposas y un par de monjas, contrata un carruaje para que los lleve, en medio del crudo invierno nevado del norte francés, hacia el puerto del Havre, a fin de embarcarse rumbo a Inglaterra.
  El ingrediente "extraño", "anómalo", dentro del grupo es la presencia de Elizabeth Rousset, una obesa pero sensual prostituta a la que apodan "Bola de sebo" y a la que miran con desprecio desde que se inicia el viaje. No voy a revelar la trama del cuento porque vale mucho la pena leerlo, pero la manera como el autor -quien fue discípulo de Gustave Flaubert- cuenta las diferentes peripecias por las que pasan los personajes y la forma como todos giran, para bien y para mal, alrededor de la bondadosa y digna cortesana (además de la única persona en el relato con un sentido realmente patriótico) es fascinante. Maupassant revela la falta de sentimientos, la hipocresía, la crueldad, el egoísmo, la mezquindad y la estupidez de esos burgueses ignorantes y lerdos, pero lo hace con una gracia y un sarcasmo que en varias ocasiones provocan la sonrisa.
  Un cuento clásico de la literatura francesa. Una narración extraordinaria (para parafrasear a Poe, otro gran cuentista de la misma época). Una grande y aleccionadora historia. Un deleite.

sábado, 25 de octubre de 2014

No fue una marcha fúnebre

A lo largo del tiempo me he ido convenciendo de la inutilidad de las marchas, en especial aquellas como las que solemos padecer un día sí y otro también en esta bella pero sufrida ciudad capital de México donde me tocó nacer y vivir. Esas marchas cotidianas han perdido cualquier efectividad y se realizan ya más por inercia que por algún convencimiento en sus resultados.
  A pesar de ello, hay ciertas marchas que logran convocar a verdaderas multitudes y despertar una enorme admiración y una memoria histórica. Su valor es más que nada simbólico, pero en ocasiones el simbolismo tiene efectos políticos y sociales a corto, mediano o largo plazos. Dos son las marchas que acuden a mi mente como realmente memorables: la impresionante Manifestación del silencio de 1968, con aquellos admirables y callados contingentes de estudiantes, semanas antes del 2 de octubre, y la manifestación contra la inseguridad de 2004, cuando más de un millón de personas cubrieron de blanco el Paseo de la Reforma, prácticamente de punta a punta. Es la misma que el entonces Jefe de Gobierno del Distrito Federal, Andrés Manuel López Obrador, despreció con olímpico desdén al calificar a sus participantes como pirrurris.
  La marcha de este miércoles 22 de octubre bien puede equipararse a las otras dos, gracias a la espontaneidad de su convocatoria, a la multitudinaria asistencia, al ánimo entusiasta pero pacífico de los manifestantes y a lo conmovedor de su frescura joven, de su autenticidad y de sus nobles intenciones. El motivo que los reunió fue impecable: la aparición de los normalistas desaparecidos de Ayotzinapa y el castigo a los culpables.
  De las decenas de miles que marcharon, muchos lo hacían por primera vez y para ellos debió ser una experiencia enriquecedora y de gran belleza solidaria. A mi modo de ver, el único negrito en el arroz fue el afán –no sé qué tan sincero o inducido– de culpar de la tragedia al Estado en general y al gobierno federal en particular, cuando los presuntos autores del crimen provienen de otro lado y se les relaciona con personajes del PRD y de Morena.
  Aun así, fue una gran marcha.

(Publicado hoy en mi columna "Cámara húngara" de Milenio Diario)

viernes, 24 de octubre de 2014

Frank Zappa / The Man from Utopia (1983)

Un disco menospreciado por la crítica y sin embargo, otra obra genial del gran Zappa. Ironía salvaje, música contundente, experimentaciones con formas libres de instrumentación, piezas narradas, imaginación desbordada. Un coctel de típicas maravillas zappianas en un álbum que urge revalorar.

Mejor tema: “The Dangerous Kitchen”

jueves, 23 de octubre de 2014

Los ochenta de Leonard Cohen

Ahora que Leonard Cohen se ha convertido en orgulloso y ejemplar octogenario, cabe decir que no sólo se trata de un gran músico y un enorme poeta, sino que la edad lo ha convertido también en un agudo filósofo y un hombre tremendamente sabio.
  Para autoconmemorar sus ochenta otoños, este canadiense nacido en Montreal, Canadá, el 21 de septiembre de 1934, acaba de poner en circulación el álbum Popular Problems (Columbia/Sony), su decimotercer disco en estudio, una breve colección de nueve canciones que en escasos treinta y seis minutos sintetiza de una y muchas maneras lo que ha sido una vida fructífera, una existencia intensa, una biografía tan apasionada como apasionante.
  Después de la maravilla que fue su Old Ideas, Cohen retoma mucho del espíritu crepuscular de ese disco de 2012 y vuelve a abordar temas que tienen que ver con su edad y sus perspectivas desde la vejez, aunque esta vez sin tanto énfasis en la enfermedad y la muerte como el que había en su antecesor. Musicalmente, también repite su idea de escribir composiciones austeras, de pocas variantes armónicas, con vocalizaciones que fluctúan entre el canto y la recitación y, de nueva cuenta, con esos coros femeninos que cumplen una función primordial en cada canción, como si fuesen coros celestiales o una especie de coro griego que responde, comenta o complementa lo que la voz del artistas va diciendo.
  Popular Problems inicia con “Slow”, a mi modo de ver una de las piezas más importantes en la carrera del canadiense, un manifiesto existencial en breves palabras, una declaración de principios y, valga la palabra, también una declaración de finales. Se trata de un blues dylaniano y monocorde en el que Cohen hace un elogio de la lentitud como modo de vida y lo hace con tanta profundidad como sentido del humor, a la vez que con frases de autoescarnio e insinuaciones eróticas. “La lentitud está en mi sangre” o “Tú quieres llegar allá rápido / yo prefiero hacer que dure” o “Déjame recuperar el aliento / yo pensé que tendríamos toda la noche” o “No es porque sea viejo / no es por la vida que he llevado / siempre lo hago lento / Eso es lo que mi mamá aconsejaba”. El mood es cachondo, la intención provocativa. Viejos los cerros, perece decir el buen Leonard.
  Por su parte “It’s Almost Like the Blues”, el tema que fue a dado a conocer semanas atrás, a manera de sencillo introductorio, es una especie de letanía igualmente bluesera (escúchese ese hipnotizante bajeo) y fuertemente crítica (“Vi a gente morir de hambre / había asesinatos, había violaciones / sus pueblos ardían en llamas / ellos trataban de escapar / No pude encontrar sus miradas / Yo estaba viendo mis zapatos / Estaba drogado, es algo trágico / Es casi como el blues”).
  Dedicada al paso arrasador del huracán Katrina por Louisiana, “Samson in New Orleans”es una preciosa y muy emotiva balada, en la que los coros femeninos y el tristísimo violín de Alexandru Bublitchi juegan un papel fundamental, mientras que “A Street” es un corte seco y desafiante, de nuevo con su toque de blues urbano (B.B. King habría sido un invitado perfecto para esta pieza), en el que el músico parece recordar los acontecimientos del 11 de septiembre de 2001 en Nueva York (“La fiesta terminó / Pero he caído sobre mis pies / Estaré parado en esta esquina / donde alguna vez hubo una calle”).
  Las cinco canciones restantes son igualmente hondas y bellas. Ahí están esa preciosidad agridulce, entre alegre y melancólica, que es “Did I Ever Love You” (“¿Fui alguna vez alguien / que pudo amarte por siempre?”) o esa joya cuasi neilyoungiana que es “My Oh My” (¿Fue difícil amarte? / No me dirás que no lo intenté”) o esa contudente pieza de artillería poética que es “Nevermind” (“La historia está dicha / con hechos y mentiras / Tu te adueñaste del mundo / así que no importa”) o esa mística introspección religiosa que es “Born in Chains” (“Palabra de palabras y la medida de todas las medidas / Bendito sea el nombre, el nombre sea bendito / Escrito en mi corazón con letras de fuego / está todo lo que sé y desconozco lo que falta”) o esa sencilla y grata perla folk con la que finaliza el disco que es “You Got Me Singing” (“Me mantienes cantando a pesar de que mi mundo se ha ido / Me mantienes pensando que me gustaría sobrellevarlo / Me mantienes cantando a pesar de que todo se ve tan triste / Me mantienes cantando el Aleluya”).
  Popular Problems fue producido por Patrick Leonard, quien además co-escribió la música de algunas de las canciones, algo que dejó muy satisfecho a Cohen, quien ya había hecho algo parecido en su disco Ten New Songs de 2001, cuando Sharon Robinson también participó como coautora.
  ¿Será este el último opus de Leonard Cohen, su testamento como músico y como poeta? Algo me hace sospechar que no y que aún nos tiene reservadas algunas sorpresas en el camino.

(Publicado el pasado 16 de octubre en "El ángel exterminador" de Milenio Diario).

miércoles, 22 de octubre de 2014

Volver a empezar

Hay películas de las que uno no espera mucho y que resultan toda una sorpresa. Es el caso de Begin Again (2014), dirigida por el realizador irlandés John Carney, el mismo de la muy grata (y más aún musicalmente) Once, de 2007.
  Esta vez, Carney vuelve a hacer una cinta en la que la música es el leit motiv, pero en esta ocasión sitúa la historia en Nueva York y, con un mayor presupuesto, se da el lujo de convocar a actores de renombre. Ahí está el estupendo Mark Ruffalo en el papel de Dan, un productor de discos venido a menos que necesita volver a tener éxito, aunque su alcoholismo y su carácter no le ayudan mucho (su aspecto físico me recordó mucho al de Alfonso Cuarón). Está también la preciosa y siempre grata (además de buena actriz) Keira Knightley como Gretta, una cantautora independiente que se convierte en el descubrimiento de Dan y a quien decide producirle un disco, sin contar con dinero para hacerlo y grabándola, junto con un grupo formado con rapidez, en locaciones callejeras (supongo que se puede hacer eso). Aparecen también la siempre solvente Catherine Keener, como la esposa momentáneamente separada de Dan, además de Adam Levine, la linda Hailee Steinfeld y los mismísimos Cee Lo Green y Mos Def.
  La trama es muy buena y tiene momentos muy logrados (los primeros veinte minutos son excelentes, con su juego de tiempos y puntos de vista) y si bien no deja de ser una comedia romántica hollywoodense (lo cual no es necesariamente malo), tiene el sello sensible del director y su amor por la música.
  Algo notorio es que a pesar de la tensión amorosa y sexual que hay entre Dan y Gretta a lo largo de la cinta, jamás llegan a tocarse (tocarse con cierta intención, quiero decir), lo cual resulta un tanto cuanto frustrante (vaya, ni un beso se dan). Supongo que es un truco intencional de Carney, pero también puede ser que el tipo sea medio mojigato.
  De cualquier manera, Begin Again (no sé cómo demonios la hayan intitulado en México y tampoco sé si ya estuvo en cines) es una buena película y no dudo en recomendarla. Al final, quedarán con un dulce sabor de boca.

martes, 21 de octubre de 2014

1994

Desde un punto de vista discográfico, hay años muy importantes en la historia del rock, años en los cuales aparecieron obras fundamentales del género. 1967 fue uno de ellos, 1971 igualmente lo fue y 1994 sin duda también. Hace dos décadas exactas de este último y aún retumban en nuestros oídos las joyas que se publicaron a lo largo de los doce meses que abarcó.
  Aunque 1994 estuvo marcado por la muerte de Kurt Cobain, no todo fue negativo. De hecho, entre los grandes álbumes editados ese año está uno de Nirvana, el espléndido y melancólico MTV Unplugged in New York.
  Hace veinte años, aparecieron joyas como Dummy de Portishead, Sleeps with Angels de Neil Young, Definitely Maybe de Oasis, Parklife de Blur, Grace de Jeff Buckley, Vauxhall & I de Morrissey, Mellow Gold de Beck, Amorica de The Black Crowes, Let Love In de Nick Cave and the Bad Seeds, Crooked Rain, Crooked Rain de Pavement, Weezer de Weezer, Monster de R.E.M., Experimental Jet Set, Trash and No Star de Sonic Youth, The Downward Spiral de Nine Inch Nails, Superunknown de Soundgarden, Vitalogy de Pearl Jam, American Recordings de Johnny Cash, Ill Communication de los Beastie Boys, Second Coming de The Stone Roses, Roman Candle de Elliott Smith, Selected Ambient Works Vol. II de Aphex Twin, Live Through This de Hole, The Division Bell de Pink Floyd, Throwing Copper de Live, Chocolate and Cheese de Ween, Dog Man Star de Suede, Purple de Stone Temple Pilots, Jar of Flies de Alice in Chains, Music for the Jilted Generation de The Prodigy, Wild Flowers de Tom Petty, Under the Pink de Tori Amos, Smash de The Offspring, Under the Table and Dreaming de Dave Matthews Band, No Need to Argue de los Cranberries, Troublegum de Therapy?, To High to Die de Meat Puppets… y para que no me digan antimexicano, también salieron El nervio del volcán de Caifanes y Re de Café Tacuba, además de Vasos Vacíos de Los Fabulosos Cadillacs.
  Como se ve, 1994 fue uno de esos años en los que la producción combinó calidad y cantidad en exactas proporciones. Una gran anualidad.

(Publicado hoy en mi columna "Gajes del orificio" de la sección ¡hey! de Milenio Diario)

lunes, 20 de octubre de 2014

Un "Ojo de mosca" de 2002

El final (¿apoteósico?) de la más reciente entrega de premios MTV al pop y al rock “latinos” fue una imagen perfecta de la actual situación de eso que muchos insisten en llamar música juvenil. La conjunción (¿fue fusión?, ¿fue crossover?) entre Kinky y Paulina Rubio resumió más que mil cuartillas escritas lo que es el rockcito que se hace en México y otros países de habla hispana: un híbrido promiscuo e insustancial.
  MTV se ha salido finalmente con la suya: convertir a una música que se supondría rebelde e inconforme en un medio de enajenación y estupidización absolutas. Ver a eminencias roqueras (es un decir) como Alejandro Lora y Café Tacuba compartir escenario, felices de la vida, con Shakira, Avril Lavigne o Nick Carter, ya ni siquiera da grima o vergüenza ajena, sencillamente permite constatar que cierto rock huele demasiado mal. Ver a un público joven que grita como oligofrénico a la menor provocación y se desvive por salir a cuadro cada vez que la cámara de televisión hace un rápido paneo, es algo que provoca cuando menos azoro. ¿Por qué aúllan a cada momento? ¿Por qué agitan los brazos cual descerebrados? ¿Por qué obedecen las órdenes de los floor managers o los animadores que les dicen cuándo aplaudir, cuándo silbar, cuándo berrear?
  No nos engañemos: buena parte de la juventud mundial está perfectamente adocenada y responde a estímulos visuales y sonoros que no pasan por el razonamiento. Y esto se aplica no sólo a los pobres jovenzuelos trepanados por MTV y otros medios electrónicos, sino también a aquellos que han sido adoctrinados ideológicamente para convertirse en idiotas útiles a las más diversas causas políticas o religiosas. En el fondo, hay muy poca diferencia entre un teleadicto que atiborra su cabeza de videos y un fanático capaz de matar inocentes o autoinmolarse en nombre de una doctrina de izquierda o de derecha. Ambos carecen de opinión propia, de capacidad de discernimiento, de independencia crítica. Forman parte de una masa. Y si de algo hay que desconfiar siempre es precisamente de la masa.

(Publicado originalmente en el editorial "Ojo de mosca" de La Mosca en la Pared No. 64, de diciembre de 2002)

domingo, 19 de octubre de 2014

Besos robados

Siempre digo que mi película favorita de François Truffaut es El hombre que amó a las mujeres (L'homme quie aimait les femmes, 1977); sin embargo, como conjunto, lo que más me embelesa del realizador es la saga de Antoine Doinel, compuesta por cinco cintas que el francés fue haciendo a lo largo de su espléndida carrera cinematográfica: Los 400 golpes (1959), Antoine y Colette (1962), Besos robados (1968), Domicilio conyugal (1970) y El amor en fuga (1979).
  Besos robados (Baisers volés) es una maravilla, una obra cuya manufactura hasta podría parecer amateur (por supuesto que no lo es), una comedia ligera pero llena de guiños y referencias que la hacen mucho más profunda de lo que parece a simple vista. Llena de sensibilidad y frescura, de una sutil y muy particular ironía, la película refiere las aventuras amorosas y laborales de un Doinel a sus veintidós o veintitrés años, quien salta de trabajo en trabajo -empieza como empleado de mostrador de un pequeño hotel parisino, lo corren y se convierte en improvisado y cómico detective privado y termina trabajando en una zapatería para mujeres- y de mujer en mujer -de algunas bellas y despreocupadas prostitutas a su ex novia Christine y a la esposa guapa del dueño de la zapatería, quien le propone ser amantes por un solo día, trato que Antoine acepta con singular pachorra.
  Con agudos apuntes sociales y culturales, el filme transcurre plácido y simpático, con hilarantes e inesperados momentos cuasi surrealistas, como los dos niños que salen de la zapatería con sus máscaras del Gordo y el Flaco, la petición del zapatero al jefe de la agencia de detectives para que investigue por qué sus empleadas lo aborrecen y nunca le sonríen (¿quién contrataría a un investigador privado para semejante cosa?) o la escena final, sencillamente delirante, en la que un personaje que aparece a lo largo de la historia por fin revela sus inesperadas intenciones.
  Con el siempre magnífico y grato Jean-Pierre Léaud como Antoine Doinel y la bella Claude Jade como Christine, Besos robados es una cinta entrañable y optimista, leve y despreocupada como quizá ninguna otra de las veinticuatro que filmó el esplendente Truffaut.
  Una preciosidad.

sábado, 18 de octubre de 2014

Tiempo de canallas

Desnaturalizado sería aquel que no se sintiera indignado, escandalizado, atónito ante los crímenes de la terrible noche de Iguala. Desalmado sería aquel que no deseara que los 43 normalistas desaparecidos regresaran sanos y salvos y que los responsables intelectuales y materiales de los asesinatos de aquel día sean juzgados y castigados.
  Pero desnaturalizado y desalmado, penosamente oportunista, es todo aquel que quiere sacar raja de la tragedia que envuelve a la ciudad de Iguala, al estado de Guerrero y a México entero. Lamentablemente, esos canallas que medran con la desgracia y que entre más mal estén las cosas mejor resulta para sus intereses políticos, ya empiezan a refocilarse y a sacar los colmillos.
  Frente a lo que ha venido ocurriendo desde la noche de Iguala, una pregunta que hay que hacerse, una más junto a todas las que nos hemos hecho ya, es la de a quién le conviene y a quién no este problema. Me parece claro que a quien menos le conviene es al gobierno federal. La imagen que quiere dar, los pasos que desea emprender, los planes que piensa instrumentar se pueden ir a la coladera si el conflicto, lejos de resolverse, se complica y empieza a contaminar a otras zonas del país.
  En cambio, a los interesados en que al gobierno le vaya mal, esta crisis les cae como anillo al dedo y mientras proclaman hipócritamente su dolor ante el infortunio y exigen con estridencia que todo se resuelva, al mismo tiempo complican más la situación con acciones ilegales y violentas que, lejos de ayudar a componerla, la vuelven más difícil. Lanzan el anzuelo para que pique el pez de la represión y haya más víctimas, en un remolino que todo lo arrase y todo lo destruya.
  La carroña llama a los zopilotes, la sangre despierta a los tiburones. Lejos de buscar que las aguas se calmen, la apuesta es por agitarlas, aprovechando el pasmo que aún parece invadir a las autoridades y la buena fe de mucha gente escandalizada por la calamidad.
  Lo que menos les importa es que retornen las personas desaparecidas. Para ellos, mejor aun si no.
  Es tiempo de canallas.

(Publicado hoy en mi columna "Cámara húngara" de Milenio Diario).

viernes, 17 de octubre de 2014

The The / Dusk (1993)

Uno de los más ignorados grandes discos de los noventa. Dusk es una obra tan densa como catártica, tan íntima como provocativa. La combinación Matt Johnson-Johnny Marr resulta tremendamente efectiva y brinda una serie de temas maravillosamente desagarrados y conmovedores. Un trabajo excelso.

Mejor tema: “Bluer Than Midnight”

jueves, 16 de octubre de 2014

Así es como regresa el amor

Escribí esta canción el pasado día 5 de octubre. Habla sobre las posibilidades que existen de que un viejo amor renazca de sus cenizas. La grabé en GarageBand en una versión y mi buen cuate Israel Pompa-Alcalá me hizo algunas observaciones, por lo que grabé esta segunda versión, más lenta y con la voz más grave. Es, por supuesto, tan sólo un demo.



Así es como regresa el amor

De repente, al despertar, luego de una ensoñación,
me doy cuenta de algo que estaba justo frente a mí.
¿Cómo es que antes no lo vi?
¿Cómo no lo vislumbré?
Cuando era algo que tenía ante mi nariz.

Hace tanto que pasó la fuerza del vendaval.
Tormentas que hundieron las naves que yo construí.
En el alto cielo azul, el sol ha vuelto a brillar
y una hermosa nave boga en altamar.

Así es como regresa el amor.
Así es como regresa el amor.

Tal parece que aquella no era la hora indicada.
Que aún no estábamos listos para abarcarla.
Hoy hay más sabiduría, hoy la vela está encendida
y no veo que alguien la quiera apagada.

Así es como regresa el amor.
Así es como regresa el amor.

No quiero precipitarme y causar tu confusión.
No quiero caer en fallas de interpretación.
Pero si lo vemos bien, existen varias señales.
Hay tantas cosas en común y tanto que nos atañe.

Así es como regresa el amor.
Así es como regresa el amor.

Octubre 5 de 2014

miércoles, 15 de octubre de 2014

Elogio de la sensatez

Vivimos tiempos de la más absoluta insensatez. Tiempos de mezquindad, de odio y de revanchismo. Tiempos maniqueos, de bandos contrarios, de sectores enemistados. Tiempos de desconfianzas mutuas, de resquemores hacia los otros. Vivimos, desde hace ocho años sobre todo, en un país en donde reinan la bajeza, el fanatismo, la descalificación. Tiempos de miserable insensatez.
  No es un secreto que todo parte de los resultados de las elecciones presidenciales de 2006, en las que Felipe Calderón venció a Andrés Manuel López Obrador en el último momento, por unos cuantos votos, cuando muchos pensaban –y sobre todo el  propio López Obrador– que la victoria sería para el candidato de eso que seguimos llamando la izquierda.
  Incapaz de reconocer la derrota, incapaz de la menor madurez democrática, el tabasqueño se ha dedicado desde entonces a sembrar la división, el rencor, el recelo, la mentira.
  Nada es en nuestro país como lo era antes de ese año axial. La división entre obradoristas y antiobradoristas es clara y la hemos visto cada día, desde hace poco menos de una década; división que se ha hecho más profunda luego de las siguientes elecciones, las de 2012, en las que Andrés Manuel volvió a perder y esta vez con un margen mucho mayor. Sin embargo, de nueva cuenta se negó a reconocer su debacle y culpó a todos de ella, a todos menos a sí mismo.
  En México hay un vacío de sensatez. La ideología radicalizada, de un lado o del otro, hace que el pensamiento sensato brille por su ausencia. Todo se juzga desde conceptos preconcebidos, desde recetas establecidas de antemano, desde prejuicios de una abrumante cortedad de miras. Sobre todo del lado izquierdo del pensamiento político, si es que podemos seguir llamando de izquierda a esa mezcolanza promiscua en la que entran ex priistas frustrados, sindicalistas corrompidos, grupúsculos extremistas, radicales trasnochados, violentos robotizados, lumpenproletarios manipulados y, como cereza en tan indigesto pastel, una prensa resentida que da voz y eco a todo esa sustancia purulenta. De la antigua filosofía marxista ya nada existe. Del viejo ideario comunista, menos. No hay ideas, todo es pragmatismo y, peor todavía, pragmatismo visceral.
  Por eso urge recuperar la sensatez a la hora de pensar, de reflexionar, de analizar, de escribir. No obstante, reencontrar el punto medio es mal visto por la corrección política, ese amasijo inquisitorial que desde una autoasumida pureza todo lo juzga y todo lo condena a partir de parámetros anticipados, previsibles. No hay sensatez en este nuevo Santo Oficio. Los neoinquisidores ya tienen todo prefijado y programado. Ya saben cómo deben responder ante cualquier situación; ya decretaron –o más bien su pastor lo hizo por ellos– quiénes son los buenos y quiénes son los malos, sin matices, sin grises, todo en un sacrosanto blanco y negro que no permite el menor asomo de duda.
  De ahí mi elogio a la más que necesaria sensatez. Urge que retorne el pensamiento sensato, ese que busca la verdad, ese que trata de ver las cosas como son y no como el prejuicio quiere que sean. Resulta apremiante no dejarse llevar por la ideología convertida en dogma religioso, no dejarse arrastrar por lo que grita la masa, esa masa manipulada por líderes que siempre buscarán jalar agua a su molino, sin importarles el daño que puedan causar con tal de salirse con la suya.
  Buscar la sensatez, dar con ella, reivindicarla, aplicarla. Es cosa urgente, aunque se vea aún tan insensatamente lejana.

martes, 14 de octubre de 2014

Loor al Capitán Pijama

Hoy hace justo ocho días, falleció uno de los músicos mexicanos más interesantes, extravagantes, propositivos, inteligentes, anticonvencionales, irónicos y divertidos. También uno de los más subterráneos y, por tanto, de los más desconocidos. O para ser justos: conocido por muy pocos.
  Se llamaba Jesús Bojalil y se hacía llamar Capitán Pijama. Lo que hacía tenía que ver con la electrónica y el rock progresivo (era un apasionado de los sintetizadores) y fue integrante de grupos setenteros y ochenteros como Pijamas A Go-Go y El Escuadrón del Ritmo. Luego abjuró de los proyectos colectivos y se convirtió en solista, labor en la cual tocó no muchas veces en concierto pero grabó muchos discos con títulos tan estrambóticos como En el purgatorio no sirven ravioles, Música para cazar mariposas o En busca del átomo relleno de chocolate.
  Jamás fue invitado a presentarse en el Vive Latino y tampoco solía hacer muchas amistades entre los demás músicos. Era un crítico acérrimo del mainstream mexicano y un tipo con una imaginación desbordada.
  Lo conocí a fines de los noventa, cuando se integró como colaborador a La Mosca en la Pared que yo dirigía e hicimos una amistad que se prolongó hasta el día de su muerte, aunque últimamente más por medio de facebook que de contactos personales.
  Sus secciones en la revista eran un total delirio, con sus fantasías sobre agrupaciones que mezclaban los géneros más disparatados y que él inventaba de una manera tan enloquecida que causaba la risa franca de los lectores.
  Su partida nos tomó desprevenidos, aunque se sabía que estaba enfermo y que tomaba medicamentos fuertes para sobrellevar sus padecimientos. A sus sesenta y tantos años, vivía casi como ermitaño, acompañado de su perrito y sus sintetizadores, mas solventaba su soledad con las muchas amistades que procuraba en las redes sociales.
  Su obra merece ser rescatada y revalorada, pero qué lástima que eso suceda –si es que sucede- cuando él ya no está entre nosotros.
  Un héroe del rock nacional, un verdadero personaje del underground defeño. No permitamos que su música descanse en paz.

(Publicado hoy en mi columna "Gajes del orificio" de la sección ¡hey! de Milenio Dario)

lunes, 13 de octubre de 2014

Para atrapar al ladrón

Quizá se trate de una cinta menor dentro de la filmografía de Alfred Hitchcock (de hecho, parece haber consenso al respecto entre críticos, reseñistas e historiadores del cine), mas a pesar de ello To Catch a Thief (1955) es una película muy divertida y muy bien construida.
  Filmada a todo color en la Riviera Francesa, cuyos paisajes el realizador se encarga de lucir a plenitud, y con las actuaciones estelares del siempre simpático Cary Grant y de una bellísima y plena de gracia Grace Kelly, Para atrapar al ladrón (como fue conocida en México) es una obra leve, elegante, sofisticada y con ese suave y fino toque de erotismo que tanto le gustaba a Hitchcock. Por supuesto, incluye la súbita aparición momentánea de don Alfred (sentado en un autobús con su cara hierática y severa que mueve a la carcajada) y una serie de situaciones que la hacen un platillo tan ligero como suculento.
  La historia de John Robie, "The Cat", un ladrón rico y retirado al que interpreta el propio Grant y al que quieren inmiscuir en una serie de robos cometidos con su viejo estilo, lo cual lo hace intervenir para anticiparse al ratero y atraparlo, a fin de seguir viviendo en paz, se complica en cuanto conoce a Frances Stevens, una joven y hermosa millonaria norteamericana de la que, como en toda comedia romántica que se respete, terminará rotundamente enamorado, a pesar de malos entendidos y discusiones entre ellos (la escena del sorpresivo beso a la entrada de la habitación de hotel de la muchacha es de antología). Estamos ante un típico filme hollywoodense y como tal debemos verlo, para así dejarnos seducir por el estilo hitchcockiano que, a pesar del poco suspense (aunque juega muy bien con el misterio de la identidad del ladrón que se hace pasar por "The Cat" y resulta inesperado el saber de quién se trata), brilla con luz propia y jamás trata de darnos lecciones de moral, a pesar de que su héroe es un delincuente admirablemente cínico.
  Una película muy recomendable y que se deja ver con mucho agrado.

domingo, 12 de octubre de 2014

El mito de la pijamada americana

Independiente e hiperrealista, The Myth of the American Sleepover de David Robert Mitchell (2010) es un filme que muestra un retrato de la aburrida realidad de un grupo de jóvenes de los suburbios de Detroit, a lo largo de la última noche de verano antes de ingresar a sus nuevas escuelas o a la universidad, noche en la que se revientan, deambulan, conversan, se seducen, sueñan, sufren. Mitchell trata la historia con una mirada neutra y casi documental, lo cual la hace ciertamente muy interesante y aunque tiene influencias de la enorme American Graffiti de George Lucas (1973), el tono es mucho menos humorístico y desatado y mucho más, digamos, naturalista.
  Sin actores conocidos, la película narra varias historias que se entrecruzan de manera constante y entre las que destacan la de las dos chavitas "feas" (o poco agraciadas, aun cuando una de ellas no lo es tanto) que buscan aventura en el faje y el alcohol, la del chavo tímido que se obsesiona con una niña rubia hasta que logra dar con ella y tener la oportunidad de besarla, cosa que de pronto se niega a hacer, o la del dieciochoañero que se reencuentra con unas preciosas hermanas gemelas a quienes conociera años atrás y que  lo ponen en un predicamento sexual.
  No es precisamente una comedia, no en el sentido hollywoodense del término, como lo podrían ser la muy buena Dazed and Confused de Richard Linklater (1993) o la saga boba y escatológica (aunque en momentos divertida) de American Pie.
  Este Mito de la pijamada va más allá y en su lento andar, retrata el vacío y el tedio de los teenagers suburbamos de la clase media estadounidense. Vale la pena.

sábado, 11 de octubre de 2014

Lo que Iguala desiguala

Lo sucedido en Iguala es el horror sin adjetivos. El secuestro y la matanza de casi cinco decenas de estudiantes normalistas, perpetrados al parecer por las órdenes combinadas del alcalde y de un jefe del crimen organizado de la zona, no tienen justificación alguna y deben ser investigados y castigados por el bien no sólo de los directamente afectados, sino de la nación entera. En esto no hay vuelta de hoja y no creo que exista alguien en su sano juicio que se oponga.
  Sin embargo, con la gravedad que conlleva este crimen, no debe conducir a una cacería de brujas sin concierto y sobre todo no puede ser prejuzgado por una opinión pública, desatada en las redes sociales, tan dada como es a condenar sin pruebas y por medio de percepciones y reacciones viscerales.
  Es claro que el caso tiene muchísimos matices y recovecos y que en el mismo está involucrada una enorme maraña de intereses que parecería conducir a la narcopolítica que se ha enseñoreado en diversos puntos del territorio nacional –puntos focalizados y localizados–, aunque no en todo México.
  Me parece muy importante hacer esta distinción, porque no es verdad que la república en su totalidad esté en manos del crimen, como no lo es que exista un plan maquiavélico del gobierno para reprimir al pueblo, etcétera, según se maneja en algunos medios de la “opinotecnocracia” (Ángel Aguirre dixit, aunque seguramente quiso decir opinocracia).
  En este contexto, la agresión contra el ingeniero Cuauhtémoc Cárdenas por un grupúsculo de radicales resulta infame y que haya quienes la justifiquen es más infame aún (he leído cada comentario de una vileza inenarrable).
  Por el bien de México, entonces, y por su propio bien, el gobierno federal está obligado a esclarecer los crímenes de Iguala y no caer esta vez en el conocido “se investigará hasta las últimas consecuencias”, cuyos nulos resultados ya conocemos sobrada e históricamente.
  Sin maniqueísmos, con inteligencia, hay que igualar lo que en Iguala se desigualó. No hacerlo, puede tener consecuencias funestas. Que se conozcan la verdad y el fondo de lo acontecido, por duro que esto sea.

(Publicado hoy en mi columna "Cámara húngara" de Milenio Diario)

viernes, 10 de octubre de 2014

Miriam

Truman Capote se hizo célebre primeramente por sus cuentos, publicados en los años cuarenta en revistas como Elle o Harper's Bazar, cuando tenía veinte o veintiún años de edad. Una de sus narraciones más famosas de aquel tiempo fue "Miriam", un cuentito aterrador y lleno de suspenso, a pesar de que su materia es la presencia de una simple niña. Pero una niña que ejerce el terror sicológico de la manera más cruel e implacable sobre una pobre mujer, la señora Miller, quien vive sola en un apartamento neoyorquino y a la que acosa de manera sádicamente sutil.
  La narración es perfecta y va en un lento crescendo lleno de suspenso que hace que la solitaria mujer se sienta cada vez más desolada e indefensa ante una chiquilla de diez o doce años de aspecto bello e inocente y que invade su espacio físico y mental con cuestiones tan en apariencia inocuas como pedirle que la invite al cine o que le compre unos pastelitos. ¿Es real esa niña? ¿Es parte de la imaginación de la señora? ¿Es un reflejo de sí misma? ¿Es un fantasma?
  Un cuento genial que aparece en el libro de relatos Un árbol de noche (Argos Vergara) y cuya lectura deja una sensación de rica tensión nerviosa.
  Estupendo.

jueves, 9 de octubre de 2014

Otras voces, otros ámbitos

Other Voices, Other Rooms es la primera novela de Truman Capote. La publicó en 1948, cuando sólo tenía veinticuatro años (el escritor nació en Nueva Orleans, en 1924). A pesar de eso, la narración se siente madura, compleja y ambiciosa. En la misma se cuenta la historia de Joel Knox (basado sin duda en el propio Capote), un adolescente de trece años que a fines de los años treinta debe viajar de Nueva Orleans a Alabama, específicamente a un lugar apartado del mundo al que se conoce como el desembarcadero de Scully, a las orillas de Noon City, para conocer a su padre, quien lo abandonara de muy pequeño.
  Se trata se un libro de iniciación y su estilo tiene algo de barroquismo, en ocasiones estupendamente logrado y en otras un tanto confuso, pues de pronto suele abusar de la prosa poética, aunque muchas de sus metáforas están muy bien logradas y logran dotar a la trama de un aura de misterio, irrealidad y ensoñación que va muy bien con el ambiente del sur profundo en el cual se desarrolla (alguien la he descrito como una novela gótico-sureña y me parece una muy acertada definición).
  Otras voces, otros ámbitos termina por ser un trabajo memorable, aunque muy lejos de la extraordinaria A sangre fría que Capote publicaría muchos años después, en 1966, y que yo considero su obra maestra, al menos entre las que he leído (sólo me falta Desayuno en Tiffanys que espero abordar dentro de poco tiempo). Es memorable por su historia, pero sobre todo por sus ambientaciones y sus personajes: desde el primo Randolph, un homosexual frustrado que trata de vivir del recuerdo de las antiguas glorias de la familia, hasta Amy, la delirante mujer de Edward Sansom, el padre de Joel, quien para desgracia de éste yace paralítico y mudo en un camastro, pasando por la sensual y avispada criada negra Zoo y su ancianísimo progenitor, Jesus Fever; las gemelas Florabel y Idabel, más o menos de la misma edad que el protagonista y con quienes hace una peculiar amistad; el enigmático Little Sunshine, quien habita el aún más enigmático y casi sobrenatural Hotel Cloud, un lugar abandonado que alguna vez fue un espacio turístico y ya se encuentra en ruinas, o la insaciable enana miss Wisteria que aparece perturbadora casi al final.
  Narrada con parsimonia y sin prisa alguna, pero sin caer jamás en el tedio, Other Voices, Other Rooms termina por seducir al lector y por envolverlo con su magia un tanto enfermiza. No es la gran novela de Truman Capote, pero sí es una gran novela.

miércoles, 8 de octubre de 2014

Capitán Pijama

Anoche me enteré de que Jesús Bojalil, mejor conocido como el Capitán Pijama, había fallecido. Sabía que había estado enfermo, aunque no cuál era su enfermedad. De lo que sí me daba cuenta era de que se sentía muy solo y muy aislado, sobre todo a raíz de que debió irse a vivir a una alejada zona de la delegación Xochimilco y de que perdió la visión en un ojo. Últimamente, se había convertido en un activo feisbuquero y sé que sostenía charlas por inbox con muchas personas, en especial con sus amigas virtuales.
  De unos meses para acá habíamos tenido poco contacto, pero seguía colaborando en la revista Mosca, con su delirante sección Ufonías, continuación de otras secciones moscosas similares como su divertidísima Ensalada genealógica. Su último comentario en facebook data del día 4 de este mes, es decir, apenas el sábado pasado. No sé si a partir del domingo se puso mal o qué fue lo que sucedió.
  Supe de la existencia del Capitán Pijama a finales de los años setenta, cuando tenía a su legendario grupo de tecno Pijamas a Go-Go, pero sobre todo porque me gustaba leer la columna que escribía para la sección de cultura y espectáculos del diario unomásuno. Sus textos eran muy divertidos. Lo conocería en persona hasta veinte años después, cuando me buscó para ver si podía colaborar en La Mosca en la Pared, cosa que acepté con mucho gusto. De ahí se inició una estupenda amistad, siempre cordial y afectuosa -yo solía decirle: "¿cómo estás, mi querido Capitán?"-, aunque nos veíamos poco. Solíamos coincidir en la redacción de Editorial Toukán, cuando él iba a recoger su cheque y platicábamos un poco. Una vez fui a su casa, en la delegación Benito Juárez, antes de que se mudara a Xochimilco, y una vez, también, fue a verme tocar con mi banda de blues, Los Pechos Privilegiados, al bar Ruta 61. Esto último debió ser por allá de 2006.
  A principios del nuevo siglo, Pijama trabajaba como editor en una revista "para hombres" y varias veces me comentó que me envidiaba, porque yo podía editar una revista como yo quería, con mis propios criterios, mientras que a él sus jefes le imponían muchas cosas con las que no estaba de acuerdo. Nunca le gustó aquella chambita de la revista erótica, a la cual terminaría por renunciar.
  No sé si él lo sabía -supongo que sí-, pero por azares del destino compartimos el amor por una misma mujer, aunque en tiempos distintos. Recuerdo que en algún viejo correo que me escribió, me contaba acerca de una jovencita que iba a visitarlo y con quien tenía una apasionada relación. Durante un tiempo estuvo muy enamorado de ella y eso lo hizo muy feliz. Pero todo terminó. Años después, yo conocí a una mujer joven de la que también me prendí y por pláticas con ella, supe que conocía a Jesús y descubrí que se trataba de la misma jovencita que años atrás lo había llegado a enloquecer de amor. No sé si él supo de mi relación con ella, pero jamás me tocó el tema y yo tampoco lo hice. Nuestra amistad siguió como siempre.
  Varias veces me mandó sus discos. Llegaba a enviarme hasta tres títulos distintos de golpe, maquilados de manera casi artesanal, lo que que demostraba que era un creador más que prolífico. Era música instrumental, extraña y delirante, con títulos tan enloquecidos como los que solía emplear en sus artículos para la Mosca.
  Nunca supe cuántos años me llevaba, quizás unos cuatro o cinco. Su muerte me tomó por sorpresa y el pasmo no me ha dejado reaccionar. Sirvan estas líneas como humilde remembranza y homenaje a uno de los personajes más originales del rock que se produce en México y a quien jamás se le hizo justicia. Nunca fue incluido en un festival como el Vive Latino, por ejemplo, y sus conciertos siempre los daba en lugares pequeños y poco conocidos. Era un artista subterráneo, en la más estricta acepción del término. Quizá por eso su muerte haya pasado casi inadvertida en los medios.
  Descanse en paz (aunque lo dudo; en donde ahora se encuentre, debe estar haciendo locura y media) el gran Capitán Pijama.

martes, 7 de octubre de 2014

No es lo mismo Ryan que Bryan

Comprensiblemente, abundan quienes suelen confundir a Ryan Adams con Bryan Adams, ya que es sólo una letra lo que hace distintos sus nombres. Sin embargo, en otros aspectos son muchas las diferencias. No sólo porque el primero es estadounidense y el segundo canadiense, no sólo porque el primero nació en 1974 y el segundo en 1959, sino sobre todo porque mientras la propuesta del primero va por el camino de una música profunda y alternativa, la del segundo siempre ha ido por senderos más facilones y comerciales.
  Quiso el destino que ambos confluyeran en estos días con sendos discos y que ello pudiera prestarse a una nueva confusión. Pero no debe haber tal, pues se trata de trabajos cuya única liga evidente es el rock y cuyas cualidades y calidades son bastante disímbolas.
  Ryan Adams (Blue Note), el flamante álbum homónimo del nacido en Carolina del Norte, es una obra espléndida y una muestra más del talento que como autor y cantante tiene el creador de joyas como Heartbreaker (2000) o Love Is Hell (2004). Desgarrado, visceral, hondo y propositivo, el rabioso country rock del joven Adams tiene en este nuevo larga duración una manifestación más madura y más sabia y puede ir de la fuerza guitarrística y vocal de composiciones como “Gimme Something Good” y “Trouble” a la suavidad melancólica y acústica de “My Wrecking Ball” o la ingente hermosura de “Tired of Giving Up” y “Let Go”. Un discazo.
  Tracks of My Years (Verbe), el muy reciente plato del nacido en Ontario, es, por su parte, una simpática colección de canciones que formaron parte de su educación músico-sentimental y que incluye catorce versiones a temas de los Beatles, Creedence Clearwater Revival, The Beach Boys, Bob Dylan, Ray Charles, Smokey Robinson y Chuck Berry, entre otros. Son covers que, sin proponer algo nuevo, se dejan escuchar con agrado y hacen del disco algo accesible y disfrutable. Pero nada que no hayan hecho antes James Taylor o Rod Stewart con mejor fortuna.
  En conclusión, más vale no hacerse bolas: en el caso de los Adams, no es lo mismo Ryan que Bryan.

(Publicado hoy en mi columna "Gajes del orificio" de la sección ¡hey! de Milenio Diario)

lunes, 6 de octubre de 2014

Un reportaje sobre Tlalpan

Lo transmitió originalmente Canal 11 (u Once TV).




domingo, 5 de octubre de 2014

Les Mistons

Aunque estrictamente no es la primera realización de François Truffaut (antes, en 1955, había filmado el cortito amateur Une visite), Les Mistons sí es su primera película en forma, con un presupuesto, una idea, un guión, un grupo de actores. Filmado en 1957, este cortometraje hizo que el director francés, entonces de veinticinco años, lograra llevar a la práctica todos los conocimientos que había adquirido a lo largo de al menos una década de ser un cinéfilo empedernido que había visto cientos (¿o miles?) de películas y tomado detalladas notas de ellas, además de ser uno de los críticos más agudos y provocativos de la legendaria revista Cahiers du Cinema.
  Con apenas diecisiete minutos de duración en su versión definitiva (originalmente duraba veintiséis), Les Mistons narra una anécdota muy sencilla, basada en un relato de Maurice Pons, en el cual un grupo de chiquillos provincianos (les mistons, es decir, los mocosos) acosa latosamente a una pareja de novios, conformada por los actores Gerard Blain y Bernadette Lafonte (que en la vida real eran marido y mujer), celosos por la presencia del hombre. Se trata de una sucesión de viñetas filmadas en blanco y negro, con un tono amable y divertido. No se hizo en estudio sino en locaciones naturales de Nimes, Francia.
  La importancia de este corto es que ya muestra algunas de las características de lo que será el cine de Truffaut y que se manifestará claramente en su primer largometraje, el espléndido Les Quatre Cents Coups (Los cuatrocientos golpes) de 1959.
  Aquí les dejo Les Mistons, para que la disfruten.

sábado, 4 de octubre de 2014

De secretarios de gobernación y otras rulfianadas

“Vine a Bucareli porque me dijeron que acá despachaba el secretario de Gobernación, un tal… (ponga el lector el nombre que guste de los funcionarios que han ocupado ese cargo de 1868 a 2014)”.
  Valga la referencia rulfiana para decir que en México, hasta antes del año 2000, la figura del secretario de Gobernación era la de un personaje temible que solía infundir terror y a quien asociábamos con palabras como represión, control, censura, cárcel y otras linduras por el estilo. Nombres como los de Ernesto P. Uruchurtu, Gustavo Díaz Ordaz, Luis Echeverría Álvarez, Mario Moya Palencia, Manuel Bartlett Díaz o Fernando Gutiérrez Barrios ponían la carne de gallina y hacían que muchas cosas se dijeran en voz baja o de plano no se dijeran.
  Claro que también habían ocupado ese puesto notables personajes, como Jesús Reyes Heroles o Jorge Carpizo, pero fueron la excepción que confirmaba la escalofriante y funesta regla. Eran las épocas de la llamada dictadura perfecta (Mario Vargas Llosa dixit) y nuestro ministerio del Interior provocaba más miedo que confianza, más resquemores que simpatías.
  La docena tragicómica (es decir, los doce años panistas) quitó la etiqueta de malos (y buena parte de su poderío e influencia) a los encargados de ese despacho y mucho se llegó a especular acerca de si con el regreso del PRI a la presidencia de la república, la figura del secretario de Gobernación recobraría sus antiguos y autoritarios fueros.
  Por suerte, hoy son otros tiempos. El poder que todavía hace tres lustros ejercía el ejecutivo ahora es compartido con el legislativo y ello disminuye las tentaciones dictatoriales. Pero no sólo eso. Como se vio el miércoles pasado, hoy el titular de la Segob sale a la calle a dialogar con un numeroso grupo de descontentos y lo hace con éxito. Al momento de escribir esto, desconozco cómo le fue ayer viernes, pero como sea hay una positiva señal de cambio que todos deberíamos saludar, aunque los agoreros de siempre lo vean con malos ojos.
  Afortunadamente, ya no estamos en épocas de Pedro Páramo y hay posibilidades más civilizadas de apagar el llano en llamas.

(Publicado hoy en mi columna "Cámara húngara" de Milenio Diario)

viernes, 3 de octubre de 2014

Murales en el centro

M me convenció de salir de mi casa e ir con ella a pasear al centro histórico, cosa a la que accedí gustoso. Nos encontramos a mediodía frente a Catedral y de ahí nos fuimos a San Ildefonso, para ver "La creación", el primer mural que pintó Diego Rivera, en 192X, en el anfiteatro Simón Bolivar de lo que entonces era la Escuela Nacional Preparatoria. Es una maravilla ver de cerca esa obra y es una maravilla también el propio anfiteatro. Estuvimos ahí un buen rato y luego fuimos a tomar algo a la cafetería de la librería Porrúa, a media cuadra. El lugar es muy agradable y tiene una vista preciosa del Templo Mayor, el palacio de la Autonomía, la cúpula del ex convento de Santa Teresa la Antigua y un edificio construido por Manuel Tolsá y que alberga las instalaciones de Educal. También se ve parte de la Catedral, un costado del Palacio Nacional y una parte del Zócalo. Hermoso panorama.
  Luego de un delicioso chocolate caliente y un cuernito, pasamos a conocer el edificio y los jardines del Colegio Nacional, sobre Donceles. Al salir, empezó a lloviznar tupido y nos metimos a otro edificio colonial, donde se encuentra el Museo de la Caricatura. Ahí me encontré con el buen caricaturista Román, quien nos consiguió que entráramos gratis y vimos el pequeño pero muy buen muestrario que incluye caricaturas desde la época de la Reforma hasta la actualidad. Fue emocionante ver trabajos de dibujantes que yo casi tenía olvidados, como Guerrero Edwards, Heras y otros.
  Cruzamos la Plaza de la Constitución bajo la leve lluvia y llegamos a la sede de la Suprema Corte de Justicia, sobre Pino Suárez, a un costado de Palacio, para ver los murales de Nishisawa, Cauduro y otros muralistas. Muy impresionantes las pinturas y el inmenso inmueble. Ya por último, comimos en la cantina "Nuevo León", a un lado de la Corte. Muy sabroso y barato.
  Fue un día muy agradable, al lado de mi queridísima M. Tomamos algunas fotos (como la que adorna este texto que tomé desde la SCJ). Ya quedamos de ir a más lugares juntos.
  Regresé aquí como a las siete.

jueves, 2 de octubre de 2014

Para quienes dicen "han habido"

"Cuando el verbo haber se emplea para denotar la mera presencia o existencia de personas o cosas, funciona como impersonal y, por lo tanto, se usa solamente en tercera persona del singular (que en el presente de indicativo adopta la forma especial hay: Hay muchos niños en el parque). En estos casos, el elemento nominal que acompaña al verbo no es el sujeto (los verbos impersonales carecen de sujeto), sino el complemento directo. En consecuencia, es erróneo poner el verbo en plural cuando el elemento nominal se refiere a varias personas o cosas, ya que la concordancia del verbo la determina el sujeto, nunca el complemento directo. Así, oraciones como Habían muchas personas en la sala, Han habido algunas quejas o Hubieron problemas para entrar al concierto son incorrectas; debe decirse Había muchas personas en la sala, Ha habido algunas quejas, Hubo problemas para entrar al concierto".

(Tomado del Diccionario panhispánico de dudas de la Real Academia Española).

miércoles, 1 de octubre de 2014

El legado de JJ Cale

La reciente aparición del álbum The Breeze (An Appreciation of JJ Cale) (Surfdog Records/Universal, 2014) de Eric Clapton & Friends es uno de los acontecimientos musicales del año. No sólo por la calidad del disco y de quienes participan en él (Clapton reunió a una pléyade de artistas de primerísimo orden que incluye a Mark Knopfler, Tom Petty, Willie Nelson, John Mayer, Don White y Christine Lakeland), sino por lo que JJ Cale significó como músico, como compositor y, muy especialmente, como guitarrista creador de un estilo singularísimo de tocar su instrumento.
  Nacido el 5 de diciembre de 1938 en Oklahoma City y fallecido el 26 de julio de 2013 en San Diego, California,  John Weldon Cale fue uno de los músicos y compositores estadounidenses más finos del siglo pasado. Con el nombre artístico de JJ Cale, logró crear lo que se conoció como el sonido Tulsa, basado en el folk, el country y el blues, pero con un toque personalísimo, lleno de sutileza, en la manera de ejecutar la guitarra. Difícil de definir en palabras, ese sonido resulta sin embargo inconfundible cuando se le escucha y fue una gran influencia en muchísimos guitarristas posteriores, notoriamente en el propio Clapton y, sobre todo, en el líder de los Dire Straits, Mark Knopfler.
  De hecho, como Cale permaneció muchos años en un discreto ostracismo y fue ignorado por lo que se conoce como el mainstream, cuando a finales de los años ochenta surgieron los Dire Straits, muchos nos sorprendimos por la “originalidad” de su música, sin sospechar que en realidad era prácticamente una calca de lo que JJ Cale llevaba haciendo desde principios de esa misma década. No acuso con ello a Knopfler y sus compañeros de plagiarios, pero sí es cierto que no fueron muy expresivos a la hora de revelar cuáles eran sus influencias esenciales y sobre todo la hoy tan evidente influencia principal.
  Habrá que decir, sin embargo, que tampoco JJ Cale se mostró particularmente preocupado por eso y pronto se hizo amigo de sus discípulos. Después de todo, ahí estaba su obra, contenida en una veintena de álbumes sin desperdicio, entre los cuales habría que destacar maravillas como Naturally (su disco debut de 1971),  Troubadour (una joya de 1976), Grasshopper (1982, otra belleza) y sus esplendorosas placas finales: To Tulsa and Back (2004),  The Road to Escondido (2006, al lado de Eric Clapton) y Roll On (su testamento de 2009).
  La discografía como solista del propio Clapton estuvo marcada desde un principio por JJ Cale. Desde su plato debut, el homónimo Eric Clapton de 1970, en el que venía la hoy famosa composición de Cale “After Midnight”, el guitarrista británico inició una relación con su maestro norteamericano, relación que se mantendría hasta la muerte del segundo, el año pasado, y que hoy se muestra con la aparición del ya mencionado The Breeze (An Appreciation of JJ Cale), editado en julio pasado.
  Como señalé al inicio de este artículo, el buen Eric convocó a varios de sus amigos para la grabación del disco y los resultados no pudieron ser mejores. Estamos frente a un más que merecido tributo a la obra de Cale, con una impecable colección de algunas de sus más notables composiciones.
  Clapton no trata de robar cámara y da el suficiente espacio a sus colegas para que cada uno de ellos luzca su voz y/o su guitarra. El ex Cream y ex Derek and the Dominos se reserva tan sólo tres canciones: “Call Me the Breeze”, “Cajun Moon” y “Since You Said Goodbye”, para después dejar que los demás tengan la misma participación. Esto lo vemos (y por supuesto lo escuchamos) en cortes como “Rock and Roll Records”, “I Got the Same Old Blues” y “The Old Man and Me” con Tom Petty; “Someday” y “Train to Nowhere” con Mark Knopfler; “Songbird” y “Starbound” con Willie Nelson; “Lies” y “Don’t Wait” con John Mayer… y así. De resaltar es la presencia de Don White, nativo de Oklahoma como Cale y quien tiene una voz muy similar a la de éste, algo que podemos oír en “Sensitive Kind” o “I’ll Be There (If You Want Me)”.
  Dieciséis son en total los temas que conforman el disco y hay que hacer notar que se evitó caer en el facilismo y el lugar común, al no incluir las más célebres canciones de JJ Cale, es decir, “After Midnight” y, sobre todo, la conocidísima “Cocaine” que Eric Clapton convirtiera en un clásico en su gran álbum Slowhand de 1977.

(Publicado este mes en la revista Nexos No. 442)