sábado, 30 de agosto de 2014

Algo bueno de nuestra clase política

Mucho de malo podemos decir en general acerca de los políticos mexicanos. Que son indolentes, grises, ambiciosos, corruptos, desleales, egoístas, oportunistas, hipócritas, incultos, mezquinos, lerdos… En fin, usted, querido lector, agregue los calificativos que se le antojen. Seguro que con algunas honrosas excepciones, la mayoría de nuestros polacos encajarán en tan penoso perfil (un perfil que, por otra parte, comparten con sus congéneres de los cinco continentes). La naturaleza del político no es precisamente la más grata y amable del mundo.
  Sin embargo, hay un punto que distingue de manera favorable a la clase política mexicana, un punto que hunde sus raíces en los años sesenta del siglo XIX, cuando la generación liberal encabezada por Benito Juárez derrotó a la facción conservadora y el Estado nacional se convirtió en un Estado laico. Desde entonces, esa laicidad se ha mantenido contra viento y marea y eso nos ha permitido vernos libres –salvo durante el periodo de la guerra cristera– de los conflictos de corte religioso.
  Hoy, en pleno siglo XXI, buena parte del planeta esta marcada por guerras cuyo denominador común es el fanatismo dogmático. El Medio Oriente es el ejemplo más claro de ello, pero no sólo ahí se dan el odio y la violencia por diferencias de tipo “espiritual”.
  En los Estados Unidos, por ejemplo, en especial del lado del Partido Republicano, persisten los políticos que invocan a la religión cristiana para justificar toda clase de despropósitos, incluidos los de sesgo racista.
  El actor y periodista Bill Maher produjo un documental que todos deberíamos ver. Está en YouTube, se intitula Religulous y en el mismo se muestra la enorme estupidez que campea entre quienes llevan a la religión a los terrenos de la exacerbación ciega y maniquea (véalo usted aquí mismo, en una versión con subtítulos).
  En México tenemos serias diferencias políticas y el rencor ha campeado en los años más recientes, pero sin llevarlo aún a los límites del odio religioso. Ojalá nunca lleguemos a esos extremos y conservemos al Estado laico. Amén.


(Publicado hoy en mi columna "Cámara húngara" de Milenio Diario).

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