lunes, 7 de abril de 2014

Angela y los finales

No me gustó el final, pero eso no es nuevo: ya no recuerdo cuántos años llevo leyendo novelas que buenas, entretenidas, escalofriantes, arrebatadoras o el calificativo que le vaya bien a cada una, por angas o por mangas se me caen de las manos en la última línea (hojas antes, cuando noto que el montón a la derecha es ya un delgado bocadillo para los ojos ávidos, comienzo a sudar y temo, siempre temo lo peor).
  Y sí pues, una vez más, luego de haber leído de un tirón las 239 páginas, no me gustó el final. Tal vez lo que pasa es que no hay final que me satisfaga, que quisiera seguir y seguir como en aquellas añoradas noches cuando amantes nos sorprendían el sol y el gallo en amoroso concierto.
  Hay en esta novela miscelánea formada por capítulos, incisos, apartados y anexos un ejercicio propuesto por el personaje en el inciso uno del noveno capítulo: se trata de, con su particular óptica compartible o no ("pasatiempo para letrados") copiar las líneas introductorias de narraciones que son y han sido clave en la literatura contemporánea. Transcritos los fragmentos, se deja espacio al lector para que adivine de quién es cuál. Ahí están el Ulises de Joyce lo mismo que De perfil de Agustín, Crimen y castigo de Dostoievsky, En busca del tiempo perdido de Proust o libros, entre otros, de Salinger, Miller, Flaubert y Vargas Llosa. Invirtamos el juego: escribamos las líneas finales de los textos sugeridos.
  ¿Cuántos sobreviven? ¿Alguien recuerda ahora mismo que fue Philip Roth quien terminó su Lamento de Portnoy con la frase "Bueno (dijo el doctor), ahora quizá podamos empezar. ¿Sí?" ¿Con qué frases terminan Trópico de Cáncer, Lord Jim y El amante de Lady Chatterley? ¿Alguno de los recordadores recuperará próximamente la frase "Ella sonrió esplendorosa y de su boca surgió un nombre dulce, límpido, la palabra más hermosa que Humberto Gazca había oído en su vida. -Angela?"... ¿Hurgan los memoriosos por estos territorios? ¿Qué hay entre esta última frase y la primera del libro: "Ya hice la cita. Nos esperan pasado mañana, a las cinco de la tarde?"... Sin duda hay una novela, una primera novela fresca, divertida, antisolemne, anticonvencional, agradeciblemente no azotada y gozosamente disfrutable. (¿Ya adivinaste cuál es y de quién?... El nombre de la editorial mexicana -suena a bufete de abogados que van a comerse un bife con la lap-top al lado- es Sansores y Aljure y en estos días cumple un año de haberse editado con un innecesario subtítulo: "novela pasional de crímenes, sangre y acciones desbordadas"). Escrita con buena mala leche ¿de qué va?
  Cuarentón escribidor amante del rock (¿dónde las mojoneras de la ficción, dónde la autobiografía?) y divorciado tanto de su mujer como del mexicano rockero entorno que le da para mal vivir, halla en esa fotógrafa colega veinteañera rockera motivos para abandonar, con nuevas sístoles y diástoles, la supervivencia: dos generaciones mexicanas (los que crecieron con el canal 5 y los hijos de MTV, los que no vivieron el 68 por estar en recreo y los que se preparaban a festejar -antes del reventón del nuevo milenio- las tres décadas porque sí, ¿por qué no? unidas por sus desencuentros y lo que de ahí deviene). Todo entre actos por Chiapas y tocadas de Pink Floyd, apariciones del diablo, tres muertes y conciertos de grupos que son así aunque con otro nombre (Bofia, La Móndriga Crisis, Los Gañanes, Agua de Horchata, La Cholita, La traición de Rita Hayworth). Estamos ante un autor inteligente que antes que complicarse la existencia deja fluir la trama, resolviendo con facilidad cualquier pequeño obstáculo y estamos ante una novela costumbrista de fines de siglo en México (por cierto un personaje secundario posee, del otro siglo, un libro autografiado de José Tomás Cuéllar y en esta ocasión Monsiváis no es Santa Claus). Asistimos como lectores a mínimas ceremonias de homenaje -diríase saludos, guiños casi todos conscientes- del autor en su particular panteón: Humberto (¿cómo se llamaba el papá del chamaco en De perfil?, ¿cómo aquel sufriente obsesionado de Lolita, novela no incluida de entrada en el ejercicio mnemotécnico y que aquí los correctores dejaron ir con c) se mueve en un universo de seres reales e imaginarios que el lector visita para, entre otras cosas, divertirse reconociendo quién es quién. Aquí hay un homenaje necesario y mamonsón a Frank Zappa, allá la aparición de aquella Queta Johnson que Angélica María le dio a José Agustín, acá está el poeta rubio amante de Jefferson Airplane y cronista puntual de los hechos y deshechos del EZLN y sus enemigos, aquí una lista larga de amantes del séptimo arte y la mención del niño que obligado fue a aplaudir a los Pumas en su infancia. Aquí, allá y acá casi siempre con mesura y sin visitar los lugares comunes que muchos de los autores nativos salidos del periodismo rockero retratan cuando les da la vena de novelista (lo cual es de agradecer sombrero en mano). Insisto: ¿ya sabes cuál es? ¿Ya la leíste? ¿Te gustó el final?... Se llama Matar por Angela y es de Hugo García Michel. "Cuando salgas nada más jala la puerta"...

(Reseña -que agradeceré siempre- de Alain Derbez sobre mi novela Matar por Ángela, publicada en "El ángel" de Reforma, el 11 de noviembre de 1998).

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