viernes, 7 de febrero de 2014

Mi reseña favorita de "Matar por Ángela"

De lo lúdico

Por Federico Patán

Todo es buen humor e ironía en Matar por Ángela, la primera novela de Hugo García Michel (DF, 1955). Todo, desde la fotografía en la de forros hasta la nota autobiográfica, desde la estructura hasta el manejo de los recursos literarios. Y son de agradecer buen humor e ironía, que hacen lectura no sólo amena sino divertida y crítica. Tal vez el acierto mayor sea que no hubo intenciones de escribir la gran novela y, con ello, se escribió una buena novela liberada de lastres y de pretensiones, pero llena de guiños de ojos, de sugerencias veladas, de comentarios filosos.
  La base sustancial de tal condición es la presencia de un personaje central frágil, cuyo enamoramiento de Ángela está presentado con enorme verosimilitud. Cuarentón de dientes ingratos y barriga fláccida, cae por esa muchacha de 25 que únicamente lo acepta como amigo. Su difícil relación forma el hilo conductor de una trama enriquecida por la presencia de otros personajes, de la ciudad como protagonista, de los acontecimientos sociales ocurridos en ella de 1992 a 1995, tiempo que la historia abarca.
  Pero lo más notable del libro es la variedad de trucos humorísticos que se emplea para narrar una fábula así de sencilla. Por ejemplo, la estructura compuesta de capítulos, anexos, apartados e incisos, cada uno de ellos responsabilidad de un narrador distinto, de manera que siempre se tienen ángulos de mira diversos. De esta manera, algunos se resuelven por vía de la indispensable tercera persona, otros mediante un narrador homodiegético y otros más por un narrador en “tú”. Cada uno de ellos comenta desde su opinión la serie de acontecimientos planteados. A su vez, cada personaje utiliza el tipo de habla que le corresponde. Algunas de éstas (la de Chuti) rozan la caricatura, pero siendo el libro de tendencia burlona, esas exageraciones funcionan bien.
  Por otro lado, el sentido lúdico penetra en otros aspectos. Se vuelve a la costumbre decimonónica de adelantar a principios de capítulo lo que en éste va a suceder. Se utiliza un estilo literario acorde con la naturaleza de cada capítulo: el epistolar, el gacetillero, el del amor cortesano, el del mundo del rock, etcétera. Por otro lado, la variedad de estilos de narración se acomoda muy bien al sentido de la ironía que el libro establece. Así, y no agotamos la lista, si un capítulo se resuelve por vía del diálogo, otro funciona como una entrevista, otro más como un guión de cine, con aquel al estilo de una obra teatral y este otro intercalando textos de Martín Luis Guzmán. Si aquel ofrece uno de los discursos en lo que es un diálogo, este se va sin puntuación alguna y aquel otro es un artículo periodístico.
  ¿Gratuito todo esto? No. A lo largo del libro se va conformando una visión de lo que es nuestra ciudad y cada uno de esos recursos, cada uno de esos estilos, cada guiño de ojos hecho al lector ayuda a construir dicha imagen. Lo mismo ocurre con la intertextualidad, cuya función es hacernos ver la cultura que en la ciudad se maneja: si por un lado Dylan Thomas, por el otro Cronenberg; si en cierta ocasión los Rolling Stones, en la siguiente Tom Waits, etcétera. Se aprovecha la presencia de todo este material para hacer burla de ciertas actitudes sociales: la proliferación de grupitos de rock, el ansia de populismo en cierta gente acomodada, este o aquel aspecto de las feministas, el borreguismo de la masa, etcétera. Pero como además los personajes no se toman su situación a lo tremendo e incluso se burlan de ella, el empleo de la ironía va contra todo.
  Pero tal vez lo más meritorio de la trama sea la historia de amor en sí, tan bien entrelazada a los aspectos arriba mencionados. Ese amor casi fatídico que el protagonista siente por Ángela vuelve al personaje verosímil y hace que despierte una mezcla de ternura y agobio. Es de celebrar la aparición de un texto tan capaz de jugar con los recursos literarios y tan capaz de transformarlos en motivo de risa. ¿Resistirá la novela el paso del tiempo? Es cuestión que no nos planteamos una vez terminada la lectura. Nos bastó habernos divertido tanto con ella.

Hugo García Michel. Matar por Ángela. Sansores & Aljure. México. 1997. 248 pp.

(Reseña aparecida a principios de 1998 en el suplemento sábado que dirigía Huberto Bátiz en unomásuno).

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