viernes, 1 de febrero de 2013

La bestia que todos llevamos dentro

Cuando me dijeron que este número de Marvin tendría como tema central a las bestias, mil cosas para escribir se me vinieron a la cabeza, pero jamás un tema en específico. Si lo relacionaba con el rock, la primera referencia era el álbum The Number of the Beast, grabado en 1982 por Iron Maiden, pero no era como para dedicarle una columna entera (aparte de que no soy precisamente un seguidor del heavy metal y ese grupo me resulta bastante aburridor). En el cine está El día de la Bestia de Alex de la Iglesia (1995), una cinta sin duda muy divertida (¿cómo no recordar a Santiago Segura en el papel de José María, precisamente un jevimetalero tosco, palurdo y calenturiento?), aunque tampoco como para brindarle cuatro mil caracteres de escritura. Ya de La bella y la bestia (1991) de Walt Disney ni hablamos. ¿Las bestias en la mitología? No soy experto en el tema. ¿Las bestias en el satanismo? Mejor no meterse con el 666. ¿Las bestias de carga como metáfora de la condición social de las masas explotadas? No, ya pasaron mis épocas de izquierdoso utópico y radical.
  En las letras están los bestiarios medievales y, más actualmente, los bestiarios de Jorge Luis Borges, Julio Cortázar y Juan José Arreola, los tres notables obras de la mejor literatura. Sin embargo, no me parecieron el tema idóneo para este texto.
  Así pues, me quedé pensando en cómo manejar el asunto y como seguía sin encontrar la solución, me di un manotazo en la frente y me dije: “¡qué bestia eres!”. Ahí estuvo la clave: en lo bestia que soy, en lo bestia que solemos ser los seres humanos, en la bestia que todos llevamos dentro, para bien o para mal.
  Porque bestia es un término e incluso un concepto que puede interpretarse de muy diversas maneras. Adolfo Hitler, José Stalin, Benito Mussolini, Francisco Franco, Pol Pot y Augusto Pinochet fueron expresión de la más terrible y brutal bestialidad. En cambio, Lio Messi o Andrés Iniesta son unos bestias para jugar al buen futbol. Vicente Fox fue un presidente bastante bestia, mientras que Jimi Hendrix era una excelsa bestia de la guitarra eléctrica y Ludwig van Beethoven lo era de la música sinfónica.
  Lo bestia como sinónimo de estupidez y oligofrenia. Lo bestia como muestra de salvajismo y violencia. Lo bestia como virtud sobrecogedora. Lo bestia como talento exclusivo de unos cuantos. Lo bestia como muestra de genialidad. Bestias somos y en el camino andamos. Todos tenemos algo de bestias, algo bestial, en cualquiera de las acepciones de la palabra o incluso en varias de ellas.
  Mas para no dejar esta columna como una mera colección de onanistas meditaciones (léase chaquetas mentales), antes de terminar quisiera hacer mención de una de las grandes bestias del rock y quien, tras una década de ausencia, acaba de regresar del ostracismo en el cual se había refugiado. Me refiero, por supuesto, a David Bowie y su retorno a los terrenos discográficos con su álbum The Next Day que aparecerá este mes de marzo.
  Desconozco las razones de su larga ausencia (hay quienes dicen que sufrió un infarto en 2004, otros aseguran que engordó tanto que no quería mostrarse públicamente), pero es un gusto que esté de vuelta, aunque a juzgar por el video de su primer sencillo, la preciosa canción “Where Are We Now”, el hombre se nota un tanto acabado e incluso triste y deprimido. Esa es al menos la impresión que me dio.
  De cualquier manera, qué bueno que un hombre de su estatura artística, una de las grandes bestias de la música popular de los más recientes cuarenta años, siga creando esa música tan perfecta, tan sentida, tan profunda, tan hermosamente bestial.

(Publicado este mes de febrero en la revista Marvin).

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