viernes, 1 de junio de 2012

De política, debates y rock*

Hace cerca de dos meses, la alguna vez respetable revista Proceso publicó un artículo que provocó cierta polémica dentro del gremio roqueril nacional. Con el título de “La generación Zoé” y firmado por Juan Pablo Proal, el texto es una colección de lugares comunes supuestamente críticos acerca de los jóvenes músicos mexicanos de rock, en el que se les cuestiona no por hacer música deficiente, sino por su falta de “compromiso” (compromiso con los dogmas de eso que hoy se hace llamar “la izquierda”).
  Con un tufo prejuicioso, intolerante y clasista, Proal se queja de que las letras de las canciones de los grupos y solistas actuales no hablan “de la guerra contra el narcotráfico, del desempleo, de la exclusión, del estado militarizado ni de las muertas de Juárez” y en cambio prevalezcan “canciones sobre amores y desamores”. Añade que los grupos de rock “deberían aportar su capacidad de mover masas” (sic). ¿Para qué? La respuesta no tiene desperdicio: “Para eliminar este silencio generacional tan cómodo para quienes lucran con el país” (cualquier semejanza con el discurso de los pejistas no es precisamente una mera coincidencia).
  Esa idea de que el rock por necesidad tiene que hablar de política y de temas sociales y siempre desde una perspectiva izquierdista (cualquier cosa que eso signifique a estas alturas de la historia, cuando tipos tan impresentables como Manuel Bartlett o José Guadarrama navegan con bandera de gente de gauche) es tan absurda como falsa.
  Aunque el blues tuvo sus orígenes en los cantos de los esclavos negros del sur estadounidense y es uno de los géneros que dio vida al rock and roll, eso no significa que todo el blues haya sido contestatario. De hecho, los blueseros le cantaban preferentemente al amor y al desamor y no a la lucha de clases.
 De igual modo, los primeros rocanroles eran mucho más sexosos que impugnadores de la injusticia social (véanse las letras de Chuck Berry o de Lieber & Stoller) y si por alguna libertad clamaban era por la libertad para divertirse, irse a reventar con sus chavas y comprarse un carro.
  Si el articulista de Proceso exige a los roqueros nacionales que escriban canciones militantes, lo mismo tendría que pedir entonces a los jazzistas, los troveros y en una de esas hasta a los músicos sinfónicos (¿qué tal una Sinfonía Macuspana?).
  Rock y política se han tocado en algunos momentos, no siempre de manera afortunada (nada peor que las canciones panfletarias), pero no es obligatorio (y yo diría que ni siquiera deseable) que ambas actividades caminen de la mano. Esto no quiere decir que los músicos permanezcan ajenos a su realidad, pero las simpatías y diferencias corresponden a cada quién. A final de cuentas, una simple y sencilla canción de amor puede ser más genuinamente revolucionaria que una que utilice al tema de las muertas de Juárez, sin más intención que hacerse publicidad y aparecer ante la gente como alguien políticamente correcto.

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Ya que andamos en los temas políticos y ya que para cuando ustedes lean esta columna estará muy cerca el segundo debate presidencial, un leve comentario sobre el primero, el del domingo 6 de mayo pasado.
  A decir verdad, ese primer debate superó todas las expectativas. No por sus propuestas, su interés político o su contribución cívica, sino por la cantidad de errores e incidentes que ocurrieron a lo largo del mismo y que lo convirtieron en uno de los shows cómicos más divertidos de la presente temporada electoral.
  Tan errático resultó el asunto que la verdadera estrella del debate fue la hoy famosa edecán de frondosas proporciones y amplio escote, cuya presencia dio pie a toda clase de bromas aunque también a una que otra posición “indignada”.
  Bajo un esquema como de infomercial de Pronósticos Deportivos, los candidatos no tuvieron tiempo de exponer sus propuestas y las prisas y el nerviosismo imperantes hicieron incluso que AMLO sacara una foto “incriminatoria” y la mostrara ¡de cabeza!, en el momento más chusco de la noche.
  Fue un show sin pies ni cabeza, pero eso sí: muy divertido.
  A ver de a cómo nos toca en el segundo y último antes de las votaciones. Ojalá que vaya la edecán.

  Publicado este mes en mi columna "Bajo presupuesto" de la revista Marvin.

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