viernes, 10 de febrero de 2012

Las caricaturas me hacen llorar

La historia del rockcito nacional está llena de momentos de humorismo involuntario y uno de ellos se dio muy a principios de los años sesenta del siglo pasado, cuando la cantante regiomontana Queta Garay convirtió en un éxito radiofónico su versión en español al tema de Sue Thompson “Sad Movies (Make Me Cry)”, escrito por John D. Loudermilk (autor también de ese blues clásico que es “Tobacco Road”) y traducido en México (¡oh, Dios!) como “Las caricaturas me hacen llorar”. La letra no tiene desperdicio: “Estaba sola y entré a la primer función / se apaga la luz y empieza la proyección / y cuando el noticiero comenzó / llegaron mi mejor amiga y mi novio, mi gran amor / Ellos no vieron que yo estaba ahí / y se sentaron justo frente de mí / y al besar él sus labios, creí morir / y a través de mi llorar y sus siluetas, al pato Donald vi / Ay, ay, ay, al cine triste me haces recordar / Ay, ay, ay, las caricaturas también me hacen llorar / Dubi dubi dubi dubidú…”.
  Parecería una parodia, mas no lo era. La enchongada Queta interpretaba la melodía con verdadero dramatismo. Era una canción muuuuy triste (si no la conoce, búsquela en You Tube y disfrútela sin sadismo).
  Cuando era niño (al darse a conocer esta canción, yo tenía seis o siete años de edad), a lo que hoy se conoce como dibujos animados lo llamábamos caricaturas. Así fue durante muchos años más. En esa época, cuando la tele era aún en blanco y negro, lo que podíamos ver, básicamente en el Canal 5, eran las caricaturas de Súper Ratón y algunas otras antiquísimas, muchas de ellas producidas en los años treinta, cuarenta y cincuenta y a las que se conocía como “Fantasías animadas de ayer y de hoy”. Ya más a mediados de la década sesentera, la oferta fue mucho más generosa y surgieron programas como Don Gato y su pandilla, Los Picapiedra, Los Supersónicos, El Pájaro Loco, Tom y Jerry y las películas de Walt Disney que pasaban en el programa semanal Disneylandia (desde La Cenicienta y La Bella Durmiente hasta Fantasía y Alicia en el País de las Maravillas, aparte de muchas caricaturas del histérico pato Pascual, el bobo Tribilín y el sangrón del ratón Miguelito –hoy conocidos como Donald, Goofie y Mickey Mouse).
  Sin embargo, nada como las caricaturas de la Warner Brothers que en Canal 5 pasaban como El festival de Porky (“Láaaastima que terminó…”), El Show de Bugs Bunny y, poco después, El Correcaminos. Eso sí que era romper con los esquemas de las buenas costumbres y lo políticamente correcto de la época. Sus personajes principales eran cínicos, tramposos, irreverentes, provocadores, mentirosos, fraudulentos, engañadores, violentos, egoístas, delirantes, ojetes. Un delicioso mal ejemplo. Todo aquello contra lo cual nos habían educado nuestros padres y nuestras escuelas. Claro que no lo reflexionábamos de esa manera. De hecho, nadie lo hacía; de otro modo, dichas caricaturas jamás habrían sido autorizadas en esos años de absoluto conservadurismo oficial. Simplemente las disfrutábamos y nos divertíamos como enanos. Personajes del talante del pato Lucas, Elmer Gruñón, Sam Bigotes, el gallo Claudio, Quique Gavilán, Rufo el coyote o –mi favorito de todos y sigo siendo su fan– el gato Silvestre hacían las delicias de quienes en 1967 o 68 teníamos escasos doce o trece años de edad. Renglón aparte merece el fabuloso doblaje mexicano de esas caricaturas.
  Ya después hubo más series animadas y otros personajes memorables (recuerdo en especial a Canito y Canuto, dos perros –padre e hijo– entrañables), pero a la altura de las Merry Melodies de la Warner únicamente, quizá, La Pantera Rosa, otra joya alucinante de esa era.
  En la actualidad, he perdido el gusto por las caricaturas. Fui seguidor de Los Simpson, pero sólo en sus primeras temporadas. Cosas como Bob Esponja, Los padrinos mágicos o la animación japonesa me resultan francamente aburridas. Ni siquiera South Park me entusiasma (su elaborada incorrección y su pretendida irreverencia son para mi gusto demasiado obvias). Creo que respecto a los dibujos animados de hoy sí puedo decir que… las caricaturas me hacen llorar.

(Publicado este mes en mi columna "Bajo presupuesto" de la revista Marvin No. 98)

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