sábado, 6 de agosto de 2011

Marcelo y la gente bonita*


Los tiempos han cambiado, qué duda cabe. En otras épocas, el libro de cabecera de la izquierda mexicana, el que legitimaba su lucha en contra de la explotación del hombre por el hombre, era el Manifiesto del Partido Comunista de Marx y Engels; hoy, lo es la revista Quién.
Veo la portada de esa publicación, con Marcelo Ebrard y su flamante chava, la hondureña Rosalinda Bueso, y a ciencia cierta no atino qué pensar. Sobre todo por el contexto en el que se da, es decir, en el de la desangelada presentación del movimiento Demócratas de Izquierda. No porque un demócrata de izquierda no pueda aparecer en la carátula de una revista de sociales, tampoco soy tan prejuicioso, pero como que sí desconcierta un poco, en especial si se trata de una manera de destaparse como precandidato a la presidencia de la república… ¿o se estará destapando más bien como candidato a senador por el Distrito Federal?
Hay quienes piensan que Ebrard ya decidió no ponerse con Pejón a las patadas y dejarle a Andrés Manuel la candidatura rumbo a los Pinos. No lo sé de cierto, pero en caso de que así sea, me parece una medida muy astuta. Tal vez la reflexión de Marcelo vaya en este sentido: “Si por azares del destino llegara yo a ser el gallo de la atinada izquierda, a lo más que podría aspirar es a un honroso pero inútil segundo lugar en las votaciones. Mejor me hago a un lado, dejo que López Obrador cargue con la derrota ante Peña Nieto y ya para el 2018, quizá sin un oponente tan mediático como el actual góber copetoso, pueda lanzarme a la grande con muchas mayores posibilidades”.
Si yo fuera su asesor, eso le recomendaría. Que a lo largo del próximo sexenio se dedicara al puro vacilón, al más sano esparcimiento, a la vida cómico-mágico-musical que permite una senaduría de la república, a disfrutar de su matrimonio, de su casa en la Condechi, de la pura gente bonita y a esperar, pacientemente, la llegada de las siguientes elecciones presidenciales.
A menos que en el 2018 su némesis tabasqueña insista en ser -¡oh, no!- de nuevo candidato.

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