lunes, 25 de octubre de 2010

Historias de colchones


Luego de ocho años de uso y abuso, el viernes pasado cambié mi viejo colchón por uno nuevo. Es el tercero que tengo desde que llegué a este apartamento. El primero era individual y pertenecía a la cama que tenía cuando aún vivía con mis hijos en Tlalpan. Cuando me mudé aquí, lo tuve en el suelo durante algún tiempo y fue campo de batallas y descansos. Estaba realmente ya muy maltratado y cuando por allá de 2002 mandé hacer mi cama, compré uno nuevo, el mismo del que hace tres días debí deshacerme y que ya mostraba algún resorte salido y diversas malformaciones no precisamente congénitas.
El nuevo colchón es alto y robusto, con una especie de colchoneta encima. Me era urgente tenerlo, ya que el otro me causaba dolores de espalda que yo achacaba a mi edad o a alguna enfermedad y de los cuales resultó culpable el hoy ausente objeto. ¿Cuántas cosas le tocó ver y sentir al viejo colchón en ocho largos años? ¿A cuántas mujeres llegó a conocer en ese tiempo? Podría escribir un libro de relatos al respecto; pero no lo haré, por respeto a ellas y a él.
¡El (viejo) colchón se ha ido, viva el (nuevo) colchón!
El preestreno (me refiero estrictamente a cuestiones de sueño y descanso) fue el mismo viernes. El estreno oficial (y aquí ya no me refiero estrictamente a cuestiones de sueño y descanso) fue hoy lunes.
Aires de primavera en otoño.

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