jueves, 12 de agosto de 2010

Una charla con Fray Servando Teresa de Mier


Controvertido aún hoy día, a 183 años de su muerte, Fray Servando Teresa de Mier es uno de los grandes precursores del movimiento de Independencia que este próximo 16 de septiembre cumple 200 años de haberse iniciado. Sacerdote con nombre de avenida, revolucionario y anticolonialista, el nativo de Monterrey, Nuevo León (1765), estuvo siempre al lado de las causas populares y se enfrentó con valor y temeridad a sus enemigos políticos –desde la Santa Inquisición hasta los iturbidistas-, para ser encerrado siete veces (aunque algunos historiadores hablan de catorce) en diferentes prisiones, de las cuales casi siempre se escapó. Vivaz, inteligente, irónico, el fantasma de Fray Servando sigue flotando por ahí y fue con él con quien conversamos… en un Sanborns.

¿Por qué era usted tan terco, tan empecinado, tan rebelde?
Yo creo que las circunstancias del país exigían ser empecinado, terco, rebelde. Alguien tenía que asumir una actitud categórica, definitiva, y yo lo hice, pero siempre con mucho sentido del humor. Hay cosas en las que no se puede ceder y yo nunca transigí.

¿Cómo hacía para escaparse de las cárceles?
La verdad es que ya soy más leyenda que otra cosa. Se habla de que realicé catorce escapatorias. Conque la mitad fueran verdad, sería suficiente para ser leyenda. Yo recuerdo que uno de mis grandes escapes, quizás el más espectacular, sucedió una vez que estuve en una de las cárceles de la Santa Inquisición, que de santa nada tenía. Los barrotes estaban separados lo suficientemente como para que una persona muy delgada pudiera escaparse. Entonces dejé de comer. A la comida que me daban, le quitaba toda la grasa y la untaba en la parte de abajo de mi cama y así la estuve juntando durante una buena temporada. Al no comer grasa, adelgacé enormemente y quedé lo suficientemente delgado como para caber entre los barrotes. Con la grasa que había almacenado, me unté todo el cuerpo y así fue más fácil traspasarlos. Pero había un problema: mi celda estaba en una parte alta. Por suerte tenía una sombrilla que me había regalado un arzobispo y con ella abierta me lancé desde arriba y caí en un carruaje que me aguardaba. Así que puede decirse que también soy precursor de los paracaídas.

¿Por qué negaba la existencia de la Virgen de Guadalupe?
Nunca negué la existencia de la Virgen de Guadalupe. En lo que jamás creí fue en la leyenda de las apariciones a Juan Diego. Lo interesante es que acabo de ver por la televisión –porque entre las actividades que podemos hacer los que ya estamos muertos está el ver lo que hacen ustedes los vivos- a un sacerdote católico, cuyo nombre no recuerdo y que trabajó con el abad Schulemburg en la Basílica de Guadalupe, quien hablaba de las apariciones con un sentido totalmente moderno, diciendo que éstas no eran como una proyección cinematográfica, sino que se trataba de apariciones de tipo interior. Yo soy el precursor de esos planteamientos modernos sobre la Guadalupana que hoy hacen algunos prelados, sin que ello signifique una traición a su fe. Yo diría que la Virgen, más que la madre de Dios, es la Diosa madre, esa madre universal, cósmica, que refieren todas las religiones, la Tonantzin de quien hablaban nuestros indígenas.

¿Valió la pena tanto luchar por la independencia para terminar en un falso imperio y en largos años de caos?
Bueno, no. Porque al final todo terminó en una república, encabezada por el mediocre de Guadalupe Victoria, un hombre honesto pero demasiado deteriorado por los tres años que vivió en la selva. No hizo grandes cosas, pero a fin de cuentas era un repúblicano que luchaba por la democracia. Es muy lamentable que la gente, incluso en la época de ustedes, se siga fijando más en los principitos que se ponían todo tipo de medallas, como Iturbide o Santa Anna o Maximiliano, en lugar de centrarse en todos los héroes republicanos como Juárez, Altamirano, todos los grandes hombres de la Reforma… o como yo mismo.

Al ver lo que es hoy nuestro país, ¿cree usted que valió la pena toda esa lucha, todos esos enfrentamientos?
Yo creo que la lucha por la democracia siempre valdrá la pena. La democracia es una porquería, pero de todas las porquerías es la menos mala.

¿Desde su punto de vista somos hoy un país independiente?
Evidentemente no. Cada ves somos más dependientes. La globalización amenaza con hacer que no existan países independientes. Por eso toda la lucha que puedan dar los jóvenes y todas las nuevas izquierdas globalifóbicas me parece muy importante.

¿Es la corrupción un mal inevitable, consustancial a la política mexicana?
No. Yo creo que es evitable. Lo que pasa es que tiene tal cantidad de subterfugios que no se ha podido evitar. Por ejemplo, recuerdo un momento de la historia de México, cuando estaba ese presidente que se llamó José López Portillo, en que se hablaba de que “la corrupción somos todos”, parodiando su frase de campaña de “la solución somos todos”. Entonces el actor Héctor Ortega hizo una película, Cuartelazo, que hablaba de Belisario Dominguez, para demostrar que no todos son corruptos. O personajes como Guillermo Prieto, ministro del gabinete de Juárez, a quien cuando murió le faltaban botones en su chaleco, porque no tenía dinero para comprarse unos, y así lo enterraron. Eso demuestra que la corrupción no somos todos. Habemos héroes nacionales que no somos corruptos ni transigimos con la corrupción.

De los partidos del México actual, ¿con cuál se identifica?
Me identifico con el futuro. Evidentemente soy una persona de izquierda. Ser de izquierda significa estar con la justicia, con la libertad y con la democracia. Esos tres valores siguen siendo defendibles y deberían seguirlo siendo siempre. Son valores eternos, son el sol que me guía y no se puede tapar el sol con un dedo.

¿Admira a algún personaje del México de principios del Siglo XXI?
Me gustan mucho las actitudes políticas de Rosario Robles –a pesar de todo lo que se diga de ella-, del mismo Cuauhtémoc Cárdenas. Incluso con todos sus errores, Marcos sigue siendo una bandera que es valiosa y que ha demostrado muchos valores positivos. Pero a lo largo de estos largos años de ser alma errante, he admirado a gente como Darwin, como Marx, como Freud, como Stanislavski, como Gaudi, como Duchamps.

¿Qué futuro le augura a México desde su visión decimonónica?
Qué barbaridad, qué pregunta tan difícil… Yo diría que es el mismo futuro de muchos países del Tercer Mundo. No nos queda más que dar una gran lucha. Ahora que tanto se habla mal de la Patria, yo creo que uno tiene que luchar por ella. Porque la Patria es como un escudo con el cual podemos defendernos de la enajenación, de la manipulación. A lo mejor la Patria es un concepto anticuado, ridículo, pero es una forma de identidad. Tal vez en el futuro tengamos una democracia global y abandonemos a la Patria para tomar decisiones colectivas a nivel planetario. Entonces tendremos una Patria mundial.

¿Persisten los rencores en el más allá?
Por supuesto. Los rencores no desaparecen ni desaparecerán nunca, porque nos nutren cuando estamos vivos. Los asimilamos, los tomamos del pasado y los seguimos haciendo vivos, aun después de muertos.

¿Algún mensaje para los mexicanos de hoy?
Bueno, no soy de la Western Union. No me gusta dar mensajes. No hay mejor mensaje que la vida propia. Nada más.

*Entrevista publicada en la revista Milenio Semanal en septiembre de 2003. La charla la hice con el actor Héctor Ortega, quien en esos días interpretaba a Fray Servando Teresa de Mier en la obra teatral 1822. El año que fuimos imperio que se presentaba en el teatro Juan Ruiz de Alarcón del Centro Cultural Universitario. Algunas fechas han sido actualizadas.

1 comentario:

Hector Treviño dijo...

¡Felicitaciones! Es un interesante ejercicio literario acerca de uno de los personajes más importantes de la HIstoria de México, pues fue precursor, ideólogo, actor directo de la lucha por la Independencia, además forjador de la República Federal, muy a pesar de los seguidores de la historia maniquea mexicana. Saludos.

Héctor Jaime Treviño Villarreal