domingo, 5 de abril de 2009

Attila Jozsef*


La literatura húngara no es muy conocida por estos lares. Autores que en Hungría son glorias nacionales, en otras partes siguen siendo perfectos desconocidos. Es el caso de escritores como Andor Nemeth, Paul Ignotus y Attila Jozsef.
Considerado de manera póstuma como el mayor poeta húngaro del siglo pasado, Attila Jozsef tuvo una vida corta, intensa y enloquecida que culminó con su suicidio en 1937, cuando apenas tenía treinta y dos años de edad. Apasionado por los textos de Marx y Freud, su vida y su obra poética estuvieron dramáticamente influidas por estos dos monstruos del pensamiento, quienes determinaron en gran parte el destino fatal del hijo de un jornalero y una sirvienta y que antes de publicar sus primeros poemas realizó toda clase de trabajos, desde vendedor de periódicos y limpiador de oficinas, hasta estibador y profesor particular.
Cuando en 1922 publicó “Canción inocente”, se produjo un escándalo nacional y fue expulsado de la Universidad de Szeged. “No tengo Dios, no tengo rey / mi madre nunca usó anillo / No tengo choza o lugar donde morir / No doy besos, no tengo amante / Durante tres días mastiqué mi pulgar / por falta de un mendrugo de pan / Aunque tengo veinte años y soy fuerte y sano / mis veinte años están en venta / Si nadie quiere comprarlos / el demonio tiene derecho a hacer una oferta / Entonces, con mi sentido común en uso, / robaré y mataré inocentemente / Hasta que me cuelguen alto de una cuerda/ y yazga en la bendita tierra… / y crezcan venenosas hierbas / desde mi corazón sencillo y puro”, decía el poema causante de su despido.
Víctima de su época, la de la delirante Europa de los años veinte y treinta, Joszef vivió siempre en la mayor pobreza y subsistió por las ayudas de amigos y algún mecenas. De temperamento a la vez febril y depresivo, pasó temporadas en manicomios. Comunista convencido, fue echado del partido en 1930 por sus ideas trotskistas. Aborrecía a Stalin y era tan apasionado de la dialéctica como del ajedrez. Fue amigo íntimo de Arthur Koestler, quien lo definiría años después como un esquizofrénico que “huía de la poesía para dar en lo cerebral y de lo cerebral para dar en la poesía”.
Enamorado empedernido de su esposa Judith, quien también sufría de desórdenes mentales, una malhadada tarde se dirigió a la estación de trenes de Budapest y colocó su brazo derecho sobre los rieles. Quería mutilarse simbólicamente, para expiar muchas culpas que llevaba en el alma; pero al pasar el tren, arrastró al resto del cuerpo bajo sus ruedas y lo hizo pedazos. Irónicamente, el Partido Comunista húngaro lo canonizó después de la tragedia.
Suyos son estos versos, que bien se podrían aplicar hoy a nuestro mundo en crisis: “La opresión, como una bandada de buitres, / convierte en carroña los corazones / y la miseria se escurre por todo el globo / como saliva por el rostro de un idiota”.

*Publicado ayer sábado en la sección "De culto" del suplemento cultural Laberinto de Milenio Diario.

No hay comentarios.: