miércoles, 10 de septiembre de 2008

París, día 2 (El sueño materializado)


La nave tomó tierra en la capital francesa -en el puerto aéreo de Orly- a las nueve y pico de la mañana. Al fin estábamos en París. El sueño que juntos bordamos Paulina y yo desde noviembre de 2007 se había vuelto realidad, así fuese cuatro meses después de lo originalmente planeado (la idea inicial había sido la de ir en mayo pasado, pero sobrevino el crack de La Mosca y todo se vino abajo…, aunque sólo por algún tiempo). En Orly no hubo trámite alguno que hacer, salvo recoger el equipaje. Decidimos irnos a la ciudad en RER (línea B) y metro. Primer trasbordo en la estación "Denfert Rochereau", para tomar la línea 4. Al tratar de cruzar los torniquetes, pasábamos las maletas cuando sentí un golpe ligero en la cintura. Voltee sorprendido y vi a un tipo de aspecto hindú o paquistaní que se alejaba corriendo. Había tratado de sacarme la cartera, pero su torpeza lo impidió. Fue a pararse junto a un anuncio, al lado de un probable cómplice. Ambos se hicieron los disimulados. Ni un policía a la vista. Decidimos seguir adelante a pesar del sacón de onda. ¿Era acaso un presagio de lo que nos esperaba? No fue así por fortuna. Segundo trasbordo en "Reaumur-Sebastopol" para tomar la línea 3 y bajar en "Anatole France". De ahí, tres cuadras a pie para llegar al hotel D'Anjou, en la rue Louis Rouquier. Estábamos en la villa de Levallois-Perret, al noroeste de la ciudad, aunque administrativamente afuera de la misma. Como apenas eran las once de la mañana, no podíamos acceder a la habitación (el check in era hasta las dos de la tarde). Dejamos las cosas en el lobby y salimos a caminar un rato por la zona. Desayunamos baguettes y café en una patisserie atendida por dos mujeres (madre e hija) muy amables. De inmediato notamos el ambiente familiar y tranquilo de la zona donde estábamos, pues al negocio llegaba mucha gente a comprar pan. Cuando regresamos al lugar donde nos hospedaríamos, a la una de la tarde, cansados y sin bañar, nos dejaron tomar posesión del cuarto. El hotelito era muy estrecho y la alcoba peor. Las camas gemelas estaban pegadísimas y la alfombra tenía manchas. En el armario había un solo gancho para la ropa. El baño, sin embargo, estaba bastante decente. Nos conformamos. Luego de asearnos y descansar un poco, salimos por fin a iniciar oficialmente el viaje. Estábamos en la llamada (con cierta cursilería pero con absoluta veracidad) Ciudad Luz y era algo real. La estación de metro más cercana resultó ser "Louise Michel" (llamada así en honor de una militante anarco-comunista del siglo pasado que igual hasta fue mi pariente, ja), de la misma línea 3, y la tomamos como base para toda nuestra estancia.


El primer paseo fue a una de mis zonas favoritas del viaje que hice en 2004: el boulevard Saint Michel (estación "Odeon"). Avenida esplendorosa, la caminamos desde la fuente Saint Michel hasta los jardines de Luxemburgo. En el camino, Pau se compró un Red Bull en un súper (Monoprix) para reanimarse. Ya cargaba yo más de cincuenta horas sin dormir. Nos sentíamos felices sin embargo. Yo, la verdad, no cabía en mí. Pasamos antes a un internet (el mismo a donde acudía yo hace cuatro años), luego nos compramos una deliciosa crepa (¡en el mismo puesto de crepas a donde acudía yo hace cuatro años y con el mismo señor rubio que las prepara!) y nos fuimos a pasear a los maravillosos jardines. El pequeño lago con sus veleros a escala que navegaban al viento, la gente que caminaba, los niños que jugaban, el cielo azul y despejado, todo se conjugaba para brindarnos una bienvenida magnífica. No había una sola nube gris en el cielo (las hubo sólo a nuestra llegada, incluida una breve lluvia) y eso era un gran augurio. Regresamos por Saint Michel para que Paulina tuviera su primer encuentro con el Sena. Se emocionó muchísimo. Yo también, al volver a ver ese río mágico y evocador.


De ahí a la catedral de Notre Dame que vimos por fuera y por dentro. Se celebraba una misa y una voz angelical cantaba a Mozart o a Haydn o a alguien. Luego una larga caminata que nos llevó al Pont Neuf, a la diminuta y encantadora Place Dauphine y a las calles de Saint-Germain-des-Pres. Era París a plenitud y era verdadero. Estábamos ahí, los dos, tal cual lo habíamos imaginado diez meses antes. Como dicen los ingleses: a dream come true (permítaseme ser cursi). Cansados, cenamos en un restaurante de Saint Germain. Comida típica de Lyon que a mi compañera le cayó un poco indigesta. Regresamos al hotel en metro, desde la estación "Rue du bac" de la línea 12. Eran las diez de la noche. Ella estaba rendida y quizá por eso se dio un momento un tanto desagradable. Escribí en mi diario de viaje al respecto: “Pequeña desavenencia que me pone triste. Duermo un rato. Pau sale a hacer una llamada a su novio. Regresa. Me despierto. Hablamos. Dejo de estar triste. Nos dormimos. La amo”.

(Fotos: Paulina Chávez Vera)

2 comentarios:

xhabyra dijo...

Que bonito se lee Paris a través de tus recuerdos.

Gracias.

Al leer lo del hindú recordé el mal chiste del ladrón que por temor a ser victima le saco la vuelta a Pepito (péeesimo eh).

Que bueno que no paso a ser una desagradable nota en el diario.

Cuidado con las indigestiones que pueden echar abajo el mejor d los planes.

Edgar López dijo...

Que agasajo de viaje...