viernes, 1 de agosto de 2008

La noche de un día perfecto


Hay días en los cuales la belleza se descubre más diáfana y más pura. Días cuando las cosas parecen marchar con tan perfecta armonía que uno teme mover un dedo y desacomodarlo todo. Como hoy, un viernes tan esplendoroso que ni siquiera el cielo gris podía tapar la luz del sol proyectada sobre el azul celeste del firmamento o el resplandor de la luna, en vano oculta tras los nubarrones repletos de una lluvia que nunca terminó por caer a plomo y que no pudo aguar fiesta alguna. Fue una mañana en la que tú viniste a mi casa y nos reunimos con mi generosa y bella amiga Talía, para concretar, por fin, algo que desde principios de año flotaba en el viento de las ilusiones y no acababa de aterrizar, algo que hoy se transformó en una cuestión prácticamente irreversible. Lo celebramos, tú y yo, con una comida no del todo sabrosa (definitivamente, el Potzolcalli que está en Insurgentes Sur, cerca del Cinemex Manacar, no es un lugar recomendable), pero que dadas las felices circunstancias, supo a gloria. Luego te fuiste y cada uno de se dedicó a atender sus pendientes, para reencontrarnos de manera divertida, a las nueve y pico de la noche, en las escalinatas del Auditorio Nacional -llegaste en circunstancias ciertamente delirantes, pero muy a tu estilo- y arribar juntos al Lunario, donde Monocordio iba a dar el concierto más importante de su existencia. Como no fui incluido en la lista de invitados, tuvimos que ingresar por el área de prensa, pero el único inconveniente fue una breve espera. Ya adentro, saludamos a varios de mis amigos (Alex Otaola y Anís Rangel, Armando Vega-Gil y Susana San José, Brenda Hernández, Claudia Sánchez, Vero Maza y Jachen, Eduardo Limón, Lupita Rosas y Toño Ledezma, el buen Tacho, Graciela y su pareja) y te presenté con algunos que no conocías (Tatiana Meillard, Juan Pablo Villa, Laura Vázquez, David Cortés, los papás de Fernando Rivera Calderón, su hermana Jimena, Rafael Tonatiuh y su linda novia..., en fin, mucha gente a la que aprecio y a la que me encantó presentarte). Me disparaste una cerveza y nos situamos al fondo del repleto Lunario; una buena elección, porque de ahí se veía muy bien el escenario y cuando nos cansábamos de estar parados, podíamos sentarnos en un escalón. El concierto, a pesar de ciertos problemas con el audio, resultó muy bueno y fue de menos a más. Fernando se rodeó de los habituales y excelentes músicos de su banda, con la suma de varios invitados de primer orden, como los ya mencionados Juan Pablo Villa y Alex Otaola, además de Fratta y una violinista y un chelista extraordinarios con quienes interpretó una bellísima canción que yo desconocía ("A veces"). Fue un concierto muy emotivo y emocionante, muy cálido y entusiasta. El Fer (uno de los dos amigos a quienes realmente puedo llamar mi hermano, el otro es Adolfo Cantú) merece todo lo que ha logrado y aún tiene muchísimo que ofrecer. En verdad me da mucho gusto por él. En fin, un gran concierto. Lo disfrutaste, lo disfrutamos, lo mismo que disfrutamos la charla que se desarrollaba entre tú y yo, en algunos momentos de descanso, y que fue tremendamente divertida y cariñosa. Por Dios que no me canso de estar contigo, por Dios que cada día me gustas más, por Dios que cada vez enloquezco más de amor por ti y no me importa saber en qué va a terminar esto (para bien o para mal), como tampoco me interesa desafiarlo todo (convenciones sociales incluidas) con tal de que algún día estés a mi lado y no sólo en un restaurante o en un concierto. Por lo pronto, faltan menos de cuarenta días. Treinta y nueve para ser exactos.

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