sábado, 3 de noviembre de 2007

Un sábado poco común


Anoche fui a visitar a mi muy querida, guapa y un tanto delirante amiga Míriam. La familia con la cual vive le dejó para ella sola, durante todo el fin de semana, la casa de la colonia Letrán Valle donde se hospeda. Es una casa loquísima de tan convencional. Llena de adornos, fotos y muebles al más puro estilo clase media defeña de los años sesenta. Parecería que ahí nunca hubiese pasado el tiempo. Llevé vino rojo y la pasamos muy divertidos hasta cerca de las cuatro de la madrugada que salí de ahí. Toda una experiencia retro.

Hoy por la tarde me lancé en metro al Teatro de la Danza, detrás del Auditorio Nacional (en donde por la noche habría un concierto de Evanescence), para asistir a un concurso de danza contemporánea al que me invitó la adorable L. Arribé media hora antes de la cita, según yo al lugar indicado, y me senté a esperar en una banca de piedra. Hacía un aire frío de los mil demonios. Desde mi lugar veía ondear la gigantesca bandera nacional del Campo Marte y le tomé una foto con mi celular (parezco escuincle con juguete nuevo). La foto quedó bonitilla, con el atardecer como fondo (es la que se ve aquí arribita). Llamé a mi hijo Alain. En ese momento pasó una mujer guapísima y se lo comenté. Alain me dijo que le tomara una foto con el móvil, pero no me atreví. En fin. De pronto un carro se estacionó frente a mí y bajó una chava muy linda. Se me quedó viendo y me preguntó con expresión incrédula: “¿Hugo…?”. Entonces la reconocí. Era mi queridísima Paula Watson, ex corista de Los Pechos Privilegiados (aunque para mí siempre será parte del grupo). Nos dimos un gran abrazo. Me dijo que está trabajando como asistente de dirección en una obra que se presenta en el teatro El Granero (“Derviches”, creo). Me invitó a asistir un día de estos y yo la invité a la próxima presentación de Los Pechos en el Ruta 61. Bueno, pues L no aparecía y le mandé un mensaje de texto. Me llamó y me dijo que dónde me encontraba yo, que ella ya estaba enfrente del Teatro de la Danza y fue hasta ese momento que descubrí que me había confundido. Lo bueno es que nos hallábamos a cincuenta metros de distancia y en un minuto estuve con ella, justo cuando iba a empezar la función. L estaba con su hermana menor. Entramos y el espectáculo resultó bastante entretenido. La verdad, mucho mejor de lo que yo esperaba, en especial un par de coreografías muy buenas. Duró apenas una hora y media y al salir, L me presentó a algunas de sus amistades. Propusieron ir a una cantina, “El Río de la Plata”, en el centro histórico. Todos se treparon en una camioneta descubierta y L y yo nos fuimos por nuestro lado en taxi. Nos bajamos en Eje Central y Madero y caminamos por esa calle en busca de un lugar para comer. Nos topamos con una especie de manifestación performancera, con una centena de jóvenes (y jóvenas) disfrazados, en procesión de Día de Muertos con rumbo al Zócalo. Los encabezaba una chava ataviada como “La Catrina” de José Guadalupe Posada. Había muchos darquis. Como todo estaba muy lleno, tuvimos que meternos a un Vips. Cenamos enchiladas insípidas y luego caminamos por Bolívar hasta República de Cuba, punto exacto donde se encuentra “El Río de la Plata”. En seguida me di cuenta de que es una cantina de moda. Estaba repleta de gente con ese inconfundible aspecto condechi que todo lo contamina. Es baratísima, pues las cervezas cuestan sólo once pesos. Al entrar, ¡a L le pidieron identificación para que demostrara que es mayor de edad! Le pregunté al encargado si no me la iba a pedir a mí, pero no se rio de mi mal chiste. Adentro ya se encontraban los amigos de L, más otra amiga suya, quien estaba con dos cuates y una chava gringa. Estuvimos ahí varias horas. Los compas de L se fueron retirando y al final nos quedamos con la amiga y sus tres amigos. Había demasiada concurrencia y yo me empecé a engentar. Pasaron varias cosas divertidas, como que unos parroquianos se nos quedaran viendo a L y a mí con demasiado interés, hasta que uno se levantó y vino hacia nosotros. Yo estaba seguro de que iba a abordar a L, mas para mi sorpresa yo fui el abordado: “¿Eres Hugo García Michel, el director de ‘La Mosca’”? Muy buena onda el chavo. Así todo, hasta que a la una de la mañana creí ver una señal de que ya debía irme. L se quedó con sus amigos. Yo tomé un taxi y llegué aquí sin sobresaltos. Vaya sábado.

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