lunes, 1 de octubre de 2007

Nueva lección deportiva


Escribí el sábado pasado sobre la lección de vida que me dio el River Plate, al derrotar al Botafogo de Brasil cuando todo parecía perdido (cosa que el mismo equipo argentino repitió el domingo, al empatar tres a tres, en tiempo de compensación, con Rosario Central). Pues si aquella vez la lección vino de un encuentro de futbol, hoy tuve otra de un deporte distinto: el beisbol. Me topé en ESPN con el juego de desempate entre los Rockies de Colorado y los Padres de San Diego, para ver cuál de ellos pasaba como comodín a la post temporada, rumbo a la Serie Mundial. Era la novena entrada y Colorado ganaba seis a cinco, pero un error infantil de su jardinero derecho hizo que San Diego empatara y se fueran a extrainnings. Pasaron las entradas diez, once y doce. Ya en la treceava, el alto mando de los Rockies mandó a un lanzador emergente malísimo y en la parte alta de esa entrada, una base por bolas y un cuadrangular pusieron arriba a los Padres por ocho a seis. El juego era en Denver y el público guardaba un silencio sepulcral. Sus Rockies parecían derrotados y en el dogout de los Padres ya festejaban la victoria por anticipado. Entonces sobrevino el milagro. Un nuevo pitcher sacó los tres outs siguientes y Colorado fue en pos de su última ofensiva. El primer bateador se embasó. El siguiente dio un triple y puso las cosas ocho a siete. Nuevo hit y cayó el empate. Parecía que se iban a la entrada catorce. Pero de pronto, el cuarto bateador pegó un palazo larguísimo que rebotó de manera por demás dramática en la cerca del jardín central y el corredor que estaba en la segunda base corrió como un loco, se lanzó de narices y llegó al plato contra el catcher, al tiempo que arribaba la pelota. ¡Safe en home! De manera increíble, los Rockies ganaron nueve a ocho, cuando ya nadie daba un centavo por ellos. Otra prueba de que se debe pelear hasta el final, aunque las cosas parezcan perdidas. La vida me está queriendo decir algo. Al parecer.

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