viernes, 12 de octubre de 2007

Muchos días de estos (I feel good)


LA TARDE
La cita era a las tres, en “El Califa” de la avenida Alfonso Reyes, en la Condesa. Llegué con inglesa puntualidad y ella aún no estaba ahí. Me dispuse a esperarla. Los minutos comenzaron a transcurrir uno a uno con asoleada lentitud. Sé que en México ser puntual es un defecto, pero es un defecto que no me he querido quitar. De hecho, en las citas prefiero ser quien llega primero y casi siempre sucede así. Como esta tarde. Las tres y cuarto. Sólo tengo dos amigas que son estrictamente puntuales: Isadora Hastings y Paula Watson. Curioso, pero ambas llevan sangre bnitánica en sus venas. Las tres y media. M, por ejemplo, es bastante impuntual. Cuando me dice: “Estoy contigo en diez minutos”, sé que mínimo tardará media hora o hasta una hora. En 2004, en la mismísima ciudad de Londres, la cuna de la puntualidad, me dejó esperar dos horas en la entrada de la National Gallery. Me citó a la una y llegó a las tres. Arribar a tiempo fue algo que no abrevó de los ingleses. Lo cual no obsta para que siga siendo una mujer adorable y muy amada por mí. Las tres cuarenta. Pienso que ya no llegará. Posiblemente se acostó para tomar una siesta al salir de clases y se quedó dormida. Considero la posibilidad de tomar un taxi y regresar a mi casa. Se aproxima uno. Es pirata y me abstengo de hacerle la parada. ¿Qué hacer? Doy un nuevo vistazo a la entrada del comedero. Nada. Hay mucha gente, pero ella no está ahí (she's not there, como decían los Zombies). Las tres con cuarenta y cinco minutos. Muy bien. Me aguantaré hasta las cuatro y si no, me iré. Pasan cinco minutos: las tres con cincuenta y P aparece con expresión preocupada. “Ay, qué pena. Creí que ya te habrías ido. Había muchísimo tránsito. El taxi se metió por otras calles y nos perdimos”. No importa, nada importa. Ella está aquí y eso me hace sonreír y sentir contento. Decidimos sentarnos en una mesa de las que están afuera del restaurante. Es la P de siempre, la que conozco desde enero pasado: afectuosa, simpática, fresca, espontánea. No la he perdido. Sigue aquí. Cercana. Con su apetito voraz. Me habla de ella y me hace la preguntita encantadora que siempre me ha seducido: “¿Y qué más me cuentas?”. En algún momento de la charla me confirma la buena noticia que me proporcionó el jueves pasado. Luego le hago una propuesta que llevo algunos días madurando y que tiene que ver con cosas de trabajo y acepta gustosa. Sugiere no pedir postre e ir por un helado a la nevería “Roxy”. Caminamos por Alfonso Reyes hasta Tamaulipas. Ella lo pide de mandarina, yo de ciruela pasa. Me da una probadita con su cuchara. Yo hago lo propio con la mía. Caminamos lenta y despreocupadamente hasta Michoacán y la zona de restaurantes (donde la Condesa cambia su nombre a Fondesa). De ahí viramos al poniente y luego regresamos sobre nuestros pasos, rumbo al oriente, hasta llegar al Parque México. Nos sentamos a charlar en una banca. Le doy unas cosas que le llevaba (unas revistas, un disco, un cassette). Se pone feliz. Son casi las seis. La acompaño hasta la avenida Nuevo León, donde nos despedimos cuando aborda un taxi rumbo al centro-norte de la ciudad. Yo camino un poco sobre la propia avenida, pero con rumbo al sur y al final tomó también un taxi que me trae a la casa. Una tarde completamente dichosa.


LA NOCHE
La cita era a las nueve, en la estación Insurgentes del metro. Llegué vía metrobús a las nueve y cinco y ella ya estaba ahí, a mi espera. Se veía guapísima, mi querida L. Acababa de llegar también. Una gran sonrisa iluminó su rostro. Caminamos por todo Insurgentes hacia el sur, hasta Colima, donde dimos vuelta a la derecha para internarnos en la colonia Roma. Avanzamos varias cuadras solitarias. Cruzamos entre otras Oaxaca, Durango, Salamanca. Por fin dimos con el 378 de la calle Colima, una vieja casona sede del “Hilvana”, el antro donde tocaría Vía Mushgó, el proyecto musical de mi amiga tijuanense Iaia, a quien conocí cuando comandaba al legendario Nona Delichas, a fines de los noventa. Ella misma me había invitado a verla y yo invité a L. Eran casi las nueve y media y el lugar se veía muy solo aún. Decidimos ir a cenar a un “Vips” cercano, sobre Salamanca. La cena se alargó entre que L me contaba lo suyo y yo le contaba lo mío. Mutuos consejos (qué buenos somos todos para aconsejar a los demás y qué malos para practicar los consejos que nos dan). El principal que este noche me dio L: “No te claves con una sola chava”. Sí, sí, yo sé que tiene razón. El tiempo se nos fue y volvimos al “Hilvana” cerca de las once. Por suerte la música aún no había empezado. Al entrar saludamos a Maclovio Andaluz, quien dirige el lugar, el cual en realidad más que un antro típico es un sitio que busca combinar las características de un bar con las bondades de un centro cultural multidisciplinario. Es un proyecto muy interesante y al parecer va teniendo éxito. Subimos unas escaleras y nos topamos con mi amiga, la joven artísta plástica Alina Poulain, cuya estupenda y colorida obra está expuesta en el lugar (dos de sus imágenes engalanan a esta entrada). Me gusta mucho su trabajo y a L le gustó también. Casi en seguida empezó a tocar Vía Mushgó, con su estilo dream pop y la voz casi infantil de Iaia. El lugar es pequeño, alberga a unas cincuenta o sesenta personas cómodamente instaladas, aunque más lleno calculo que permite que entren unas cien. Público veinteañero en su mayoría. Terminó el dueto de Tijuana y los aplausos fueron cálidos. Alguien se acercó entonces a saludarme. Era Perico, el famoso “Payaso Loco” y baterista de La Perra. Hacía mucho que no lo veía. Hablamos un poco y fuimos al camerino para saludar a Iaia y a su hermano, el guitarrista de Vía Mushgó. Ella nos comentó que piensan seguir un buen tiempo en el DF, así que seguramente nos estaremos viendo seguido. Comenzó a tocar otro dueto, pero éste conformado por dos ejecutante de stick (uno de ellos Mauricio Sotelo, de Cabezas de Cera), ese peculiar instrumento de cuerdas que se toca como teclado y que da un sonido tan particular. Fue una presentación muy alucinante. Luego subió un muy buen grupo de jazz (Proyecto Raupe, cuyo saxofonista también toca en Cabezas de Cera), pero eran las doce y media y debíamos irnos, pues L tenía que estar en su depto a esas horas. Nos despedimos de algunas personas (qué pequeño es el mundo, siempre me encuentro a gente conocida), entre ellas mi ex cuñada Sherezada, quien nos presentó a una de las integrantes del grupo femenino de rock pop Masfaldas. Tomamos un taxi, dejé a L en su casa actual, en la misma colonia Roma (oye, L, eres un amor y te quiero un chingo), y llegué aquí pasada la una de la madrugada. Gran tarde, gran noche, gran día. Creo que me dormí con una sonrisota.

3 comentarios:

c324r dijo...

Tan pronto supe ésta dirección, vengo a saludarlo.

La verdad admiro mucho su quehacer profesional.

Namás, no quiero andar de barbero, es solo decir la verdad.

Un saludo.

Anónimo dijo...

La semana pasada tuve que viajar a tu caótica ciudad y al momento que me dijeron a donde quieres ir a cenar dijeeee como rayos no tengo una compu cerca para consultar uno de los tantos lugares que mencionas y que se me antojan tanto mmmm al final dije Ruta 61 todos voltearon con cara de what?? y termine en un lugar x de polanco así que de ahora en adelante anoto lugares interesantes en el DF por HGM jajaj siento que pueddo confiar en tu gusto (solo falta quitarles la cara de what), no estaría mal que lanzaras una guía para viajeros extraviados, te lo agradecería mucho!!
Un beso

Anónimo dijo...

Hola
No tenía idea de que existiera este blog, me da gusto verlo por aquí.
Lo invito a que visite mi blog de rock mexicano y espero sus comentarios en el mismo.

Un abrazo desde oaxaca.

Carlos-B
www.conexionacustica.blogspot.com